Vida de un estudiante
¿Qué pensaban los estudiantes del sistema de educación a que estaban sometidos? Eso es lo que nos dirá el estudio de un texto muy curioso, con una antigüedad de 4000 años y cuyos fragmentos acaban de ser reunidos y traducidos.
Este documento, uno de los más humanos de todos los que hayan salido a la luz del día en el Próximo Oriente, es un ensayo sumerio dedicado a la vida cotidiana de un estudiante. Compuesto por un maestro de escuela anónimo, que vivió 2000 años antes de la era cristiana, nos revela en palabras sencillas y sin ambages hasta qué punto la naturaleza humana ha permanecido inmutable desde millares de años.
El estudiante sumerio de quien se habla en el ensayo en cuestión, y que no difiere en gran cosa de los estudiantes de hoy en día, teme llegar tarde a la escuela «y que el maestro, por este motivo, le castigue». Al despertarse ya apremia a su madre para que le prepare rápidamente el desayuno. En la escuela, cada vez que se porta mal, es azotado por el maestro o uno de sus ayudantes. Por otra parte, de este detalle sí que estamos completamente seguros, ya que el carácter de escritura sumeria que representa el «castigo corporal» está constituido por la combinación de otros dos signos, que representan, respectivamente, el uno la «baqueta» y el otro la «carne».
En cuanto al salario del maestro parece que era tan mezquino como lo es hoy día; por consiguiente, el maestro no deseaba sino tener la ocasión de mejorarlo con algún suplemento por parte de los padres.
El ensayo en cuestión, redactado sin duda alguna por alguno de los profesores adscritos a la «casa de las tablillas», comienza por esta pregunta directa al alumno: «Alumno: ¿dónde has ido desde tu más tierna infancia?». El muchacho responde: «He ido a la escuela». El autor insiste: «¿Qué has hecho en la escuela?». A continuación, viene la respuesta del alumno, que ocupa más de la mitad del documento y dice, en substancia, lo siguiente: «He recitado mi tablilla, he desayunado, he preparado mi nueva tablilla, la he llenado de escritura, la he terminado; después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han indicado mi ejercicio de escritura. Al terminar la clase he ido a mi casa, he entrado en ella y me he encontrado con mi padre que estaba sentado. He hablado a mi padre de mi ejercicio de escritura, después le he recitado mi tablilla, y mi padre ha quedado muy contento… Cuando me he despertado, al día siguiente, por la mañana, muy temprano, me he vuelto hacia mi madre y le he dicho: “Dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela”. Mi madre me ha dado dos panecillos y yo me he puesto en camino. En la escuela, el vigilante de turno me ha dicho: “¿Por qué has llegado tarde?”. Asustado y con el corazón palpitante, he ido al encuentro de mi maestro y le he hecho una respetuosa reverencia».
Pero, a pesar de la reverencia, no parece que este día haya sido propicio al desdichado alumno. Tuvo que aguantar el látigo varias veces, castigado por uno de sus maestros por haberse levantado en la clase, castigado por otro por haber charlado o por haber salido indebidamente por la puerta grande. Peor todavía, puesto que el profesor le dijo: «Tu escritura no es satisfactoria»; después de lo cual tuvo que sufrir nuevo castigo.
Aquello fue demasiado para el muchacho. En consecuencia, insinuó a su padre que tal vez fuera una buena idea invitar al maestro a la casa y suavizarlo con algunos regalos, cosa que constituye, con toda seguridad, el primer ejemplo de adulación interesada de que se haya hecho mención en toda la historia escolar. El autor prosigue: «A lo que dijo el alumno, su padre prestó atención. Hicieron venir al maestro de escuela y cuando hubo entrado en la casa, le hicieron sentar en el sitio de honor. El alumno le sirvió y le rodeó de atenciones, y de todo cuanto había aprendido en el arte de escribir sobre tabletas hizo ostentación ante su padre».
El padre, entonces, ofreció vino al maestro y le agasajó, «le vistió con un traje nuevo, le ofreció un obsequio y le colocó un anillo en el dedo». Conquistado por esta generosidad, el maestro reconforta al aspirante a escriba en términos poéticos, de los que ahí van algunos ejemplos: «Muchacho: Puesto que no has desdeñado mi palabra, ni la has echado en olvido, te deseo que puedas alcanzar el pináculo del arte de escriba y que puedas alcanzarlo plenamente… Que puedas ser el guía de tus hermanos y el jefe de tus amigos; que puedas conseguir el más alto rango entre los escolares… Has cumplido bien con tus tareas escolares, y hete aquí que te has transformado en un hombre de saber».
Samuel Noah Kramer (1897) ALGUNAS CREACIONES DE LA CULTURA SUMERIA
José Luis Martínez
El mundo antiguo I
Mesopotamia / Egipto / India
[TRECE LINEAS (más o menos)]