17 febrero 2022

Sobre el cuco (38) - el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite

 El misticismo de Javier se armonizaba con el campo y el cielo y con la noche llena de estrellas. Le gustaba también ver desde lejos, desde algún monte, su amigo el mar. Tanto como salir de su casa, le agradaba quedarse en ella y acercarse una noche al pabellón de la huerta y oír la canción misteriosa del río próximo.

En la primavera se alejaba más. Veía las peñas desnudas, los barrancos sombríos, los tajos cortados a pico y los vallecitos verdes oscuros con árboles verdes claros. Los caminos del monte estaban llenos de brezos, de digitales y de zarzamoras y los prados cuajados de flores.

Se sentaba en el campo. Cualquier cosa le bastaba para distraerse: las nubes que cruzaban por el cielo, la variedad de hierbas, el tordo que cantaba entre las ramas y el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite. En los arroyos contemplaba las chipas, los peces diminutos que trazaban líneas brillantes en el agua; en los charcos, los renacuajos, y en la tierra pedregosa veía las evoluciones sabias de las hormigas, de las arañas y de los abejorros.

Esta época era de grandes trabajos en las huertas. En la suya, en todos los rincones donde la tapia estaba al descubierto, había puesto o mandado poner enredaderas, madreselvas, viña virgen o glicina.

—¡Pero si quita sitio para las alcachofas! —le decía Domingo el hortelano.

—No importa, la cuestión es que esté bonito.

A la tía Paula, aficionada a tomar un poco de sidra en la comida, la gustaba tener una barrica en casa. Como no tenían manzana bastante, compraban jugo sin fermentar y llenaban una bordelesa grande con él para dejarla en la cueva y a la primavera siguiente la comenzaban. También solían hacer una sidra ligera llamada en el país pitharra.

Pronto, en la bodega, hubo botellas de buenos vinos y de licores, algunos jamones y tarros con dulce. Las manzanas se extendían sobre una alfombra de hierba y las calabazas, las judías, las cebollas y patatas se amontonaban en el desván. Al final del invierno y al principio de la primavera la tía Paula hacía acopio de huevos, cuando estaban baratos, y los guardaba en tinajas sumergidos en agua de cal. Después, en el rincón de la huerta, pusieron un gallinero.


Pío Baroja
El cura de Monleón

La juventud perdida - 2

Calles de Madrid

Calles de Madrid

16 febrero 2022

Sobre el cuco (37) - había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio

Martín Shagua tenía ideas extrañas: creía que los caseríos estaban demasiado próximos el uno del otro y que siempre sería conveniente que hubiese por lo menos una legua de distancia entre ellos.Martín era algo creyente en el totemismo, porque, de oírse llamar ratón, pensaba que tenía algo de este roedor. Refería varios casos de fraternidad animal.
—Una vez —contó— me encontré con un tejón (azkonarrua) en medio del monte y fuimos los dos marchando en muy buena armonía, y antes de dejarle se despidió de mí saludándome muy cariñosamente.
Otra vez, en el campo, había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio, e inmediatamente se le presentó la sombra de un hombre, erguida, con la señal de la pedrada en la cabeza, y le dijo:
—¡Te arrepentirás de lo que has hecho, ratón!; y él, de sentimiento, estuvo inquieto unos días.
Martín Shagua era también buscador de tesoros; tenía un aparato fantástico inventado por él, con un nivel y una brújula que llamaba armona (imán) y lo que marcaba la brújula lo señalaba con una cruz en el campo. Después cavaba allí. Según él, se habían encontrado tesoros por aquellos barrancos y en cuevas entre dos piedras.
Shagua hablaba también de las lamias. Hacía ya mucho tiempo, según contaba, un pastorcito de un caserío próximo, que iba al monte con sus ovejas, vio en una campa verde a una lamia rubia y sonrosada, con una hermosa mata de cabellos destrenzados, montada en un carnero. Hablaron los dos, se enamoraron y decidieron casarse. El pastorcito, al volver del monte, contó el encuentro a su madre y esta, más suspicaz, le dijo:
—Antes de comprometerte, mira cómo esa mujer tiene los pies. No vaya a ser una lamia.
El pastorcito, al día siguiente, subió a la campa y vio a la muchacha sentada sobre el carnero, como la vez anterior. Se estaba peinando con un peine de oro.
—Vamos a correr por estos prados —le dijo él.
—Yo te seguiré montada en mi carnero.
Entonces el pastor, desconfiado, levantó con el palo el extremo de la falda de la muchacha y vio que tenía el pie como los gansos, con membranas entre los dedos.
El pastor, entristecido, volvió a su casa y murió de pena. Cuando se verificó su entierro, la lamia fue en el cortejo hasta la iglesia, y al llegar a la puerta, se escapó y ya no se la vio.
—¿Pero tú crees eso? —le preguntó Javier.
—¿Por qué no? Otras cosas tan difíciles de creer se cuentan y se creen.

Pío Baroja
El cura de Monleón
La juventud perdida - 2

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

15 febrero 2022

Sobre el cuco (36) - Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

 Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.

Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.

Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.

A pocos pasos jugueteaban las urracas.

Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.

En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.


Pío Baroja
Laura o la soledad sin remedio

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

Enriketa ve un fantasma