11 enero 2022
10 enero 2022
10 de enero
EN EL OTRO MUSEO. LA HORA DE TODOS Y LA FORTUNA CON SESO
Ayer, de diez a doce de su mañana, en la vieja capital de las viejas Españas, se ha visto un espectáculo estupendo, formidable. Don Juan, don Pedro, don Luis, don Joaquín y don José se han levantado con el cerebro lleno de ideas. Asombraos más: llenaos de espanto, de confusión, de asombro: don Juan, don Pedro, don Luis, don Joaquín, don José, viejos hidalgos de las viejas Españas, forman parte de una Comisión. Y ¿queréis más milagro que este? ¿Queréis cosa más insólita, más sorprendente, más desconcertadora que un individuo de una Comisión que sienta en su cerebro, de pronto, el rebullicio de una idea? Don Juan, don Pedro, don Luis, don Joaquín y don José se han dado una palmada en la frente —como en las comedias—, han cogido su bastón, se han encasquetado su sombrero, han tosido —un español tose siempre en los momentos solemnes—, han pasado la mano por todos los botones de sus levitas, se han mirado de reojo al espejo, han erguido el busto, se han pasado la mano por el mostacho gris, retorcido… y, paso tras paso, gravemente —como debe caminar un español—, se han dirigido por Recoletos hacia arriba, bañados por las ondas cálidas y radiantes de un sol de invierno, entre los árboles desnudos, entre el ir y venir de las lindas muchachas nerviosas y gentiles. ¿He de deciros, para que comprendáis la alta misión que estos graves hidalgos van a realizar, que don Juan, don Pedro, don Luis, don Joaquín y don José fueron nombrados hace tres años para que expurgasen nuestro Museo Moderno de obras abominables? El tiempo ha ido pasando, han transcurrido los meses, los años; una primavera ha sucedido a un invierno, un otoño a un verano. Don Juan, don Pedro, don Luis, don Joaquín y don José estaban mano sobre mano; acaso pasaba por sus cerebros, de tarde en tarde, el lejano rezago de una idea; quizá, de raro en raro, sentían el noble y plausible impulso de hacer algo; pero bien pronto la idea y el impulso esfumaban con suavidad en el amable ambiente de inercia de que gozamos en la vetusta España. Además, ¿no hubiera sido absurdo, escandaloso, que los individuos de una Junta, Comisión o Comité hiciesen algo, se moviesen, fuesen de una parte a otra, volvieran, tornaran, trabajaran, resolvieran sus ideas en cosas prácticas, fecundas y bienhechoras? Y, sin embargo, este espectáculo, antitradicional, antipatriótico, anticastizo, antiespañol, se ha dado ayer, día 10 de enero, de diez a doce de su mañana, en nuestra pinacoteca moderna. ¿Es que había llegado la hora de todos, conforme imaginara el gran Quevedo? ¿Es que la loca Fortuna había, al fin, tras tantos desenfrenados devaneos, cobrado el seso?
09 enero 2022
9 de enero
Más fortuna tuvo Felipe II ante las Cortes castellanas de 1566, reunidas en diciembre de aquel año, cuando ya habían llegado las noticias de los graves desórdenes ocurridos en Flandes a cargo de los iconoclastas calvinistas; de forma que las Cortes se abren el 18 de diciembre de 1566 y el 9 de enero de 1567 los procuradores dan cuenta al Rey de haber concedido el servicio requerido de 304 millones de maravedíes. En compensación, las Cortes ruegan al Rey que no se ausente del reino, petición en principio rechazada por Felipe II en estos firmes términos:
Como quiera que nuestro asiento y continua residencia ha de ser en ellos [los reinos de Castilla], por ser, como son, la silla y principal parte de nuestros Estados, y por el mor que Nos les tenemos; mas no podemos asimismo excusar de visitar algunos de los otros Reinos y Estados, principalmente los de Flandes, donde (como habéis entendido) es tan importante y tan necesaria de presente nuestra presencia para el asiento de las cosas dellos. Y ansí por importar, como esto tanto importa, a nuestro servicio, habemos determinado nuestra partida a los dichos Estados con toda brevedad…
Ahora bien, dado que en definitiva el Rey no saldría de España, hay para pensar si en su última decisión no influiría el ruego de las Cortes castellanas.
En 1570, la alarmante situación creada por la rebelión de los moriscos granadinos en Las Alpujarras lleva a Felipe II a convocar Cortes en Córdoba, siendo la única vez que lo hace fuera de Madrid desde que trasladara a la villa del Manzanares su corte. Diríase que también en esta ocasión sintoniza el Rey con las Cortes. El discurso de la Corona ante las Cortes, leído por el secretario Eraso en el palacio episcopal, donde se alojaba el Rey, detallaría los esfuerzos regios por la defensa del reino y por asumir dignamente su papel de primera potencia de la Cristiandad; particular efecto debieron tener, entre los asistentes, las referencias a las contundentes victorias del duque de Alba en Flandes, que parecían haber resuelto aquel difícil problema, por la vía de la fuerza; también, por supuesto, aquello que entonces tocaba más de cerca al reino: la rebelión de Las Alpujarras, «que de pequeños principios ha venido a ser tan grande y de tanta consideración», y de forma que había movido al Rey a convocar las Cortes en Córdoba «… para dar calor en este negocio…», pues había el temor de que el Turco acudiese en ayuda de los rebeldes. Se añadía además la información de que el Rey se casaba de nuevo, habiendo elegido como esposa a su sobrina Ana de Austria. En la respuesta de las Cortes hecha por Burgos se aprecia la profunda compenetración existente en esos momentos entre Rey y reino. Se aludirá «a la grandeza de ánimo» con que el soberano había acudido a todas las necesidades del reino y aun de la Cristiandad. Se tenía por muy públicos y notorios los muchos gastos que por ella había soportado; por todo lo cual se concluía:
Ansí es muy justo y muy debido que ellos —los reinos de Castilla— extiendan sus fuerzas para servir a V.M. en todo lo que pudieren…
En cuanto a la boda con la princesa Ana de Austria, sería acogida con gran contento «por la naturaleza que tiene en estos Reinos». No hay duda: los procuradores de las Cortes sabían muy bien que doña Ana de Austria, su nueva reina, había nacido en el pequeño lugar de Cigales, cercano a Valladolid. Por lo tanto, se cumplía el perfecto ideal: que tanto el Rey como la Reina fueran castellanos; sería la única vez en toda la Edad Moderna.
Manuel Fernández Álvarez
Felipe II y su tiempo
Entre 1527 y 1598 se producen grandes transformaciones en España y en el mundo; unas promovidas por Felipe II; otras, acaecidas a su pesar, pero todas teniéndole como personaje con el que hay que contar o al que hay que combatir. Suele pensarse en el reinado de Felipe II en función de acontecimientos internos o internacionales tales como la rebelión de los moriscos granadinos de las Alpujarras, la prisión y muerte del príncipe Don Carlos, el proceso de Antonio Pérez; o bien la rebelión de los Países Bajos, la acción de Lepanto, la incorporación de Portugal, la colonización de América, el nacimiento de Filipinas o el desastre de la Armada Invencible. Pero también hay que verle como el protector y mecenas de las Artes y las Letras, cuya labor culmina en el monasterio de San Lorenzo del Escorial. Todo ello hace del personaje uno de los mas controvertidos de la Historia.
En cuanto a la época, Manuel Fernández Álvarez analiza, a través de los aspectos políticos y socioeconómicos, cómo se realizó el milagro político de una Monarquía católica que, en menos de medio siglo se convirtió en la primera potencia de Europa y constituye el primer imperio de los tiempos modernos.
08 enero 2022
8 de enero
Capítulo IV
Nadie se presentó a identificar a la muerta. En la prueba salieron a relucir los hechos siguientes: Poco después de la una del día 8 de enero, una mujer bien vestida, que hablaba con un leve acento extranjero, se había presentado en las oficinas de los señores Butler & Park, agentes de fincas, en Knightsbridge. Explicó que deseaba alquilar o comprar una casa a orillas del Támesis y cerca de Londres. Se le dieron detalles de varias, entre ellas la Casa del Molino. Dio el nombre de señora de Castina, y como señas el Hotel Ritz; pero se comprobó que no paraba allí persona alguna de dicho nombre y los empleados del hotel no la reconocieron.
La señora James, esposa del jardinero de sir Eustace, que hacía de guardián de la casa y vivía en el pabelloncito que daba a la carretera real, prestó declaración.
A eso de las tres de aquella tarde se acercó una señora a ver la casa. Enseñó una autorización de los agentes, y de acuerdo con la costumbre establecida, la señora James le dio las llaves de la casa. Ésta se hallaba a cierta distancia del pabellón y la mujer no solía acompañar nunca a los inquilinos en perspectiva. Unos minutos más tarde llegó un joven. Era alto, ancho de espaldas, bronceado y de ojos grises claros. Iba afeitado y llevaba un traje color castaño. Le explicó a la señora James que era amigo de la señora que había ido a ver la casa, pero que se había detenido en Correos a expedir un telegrama. Ella le enseñó el camino de la casa y no volvió a acordarse del asunto.
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