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09 enero 2022

9 de enero

Más fortuna tuvo Felipe II ante las Cortes castellanas de 1566, reunidas en diciembre de aquel año, cuando ya habían llegado las noticias de los graves desórdenes ocurridos en Flandes a cargo de los iconoclastas calvinistas; de forma que las Cortes se abren el 18 de diciembre de 1566 y el 9 de enero de 1567 los procuradores dan cuenta al Rey de haber concedido el servicio requerido de 304 millones de maravedíes. En compensación, las Cortes ruegan al Rey que no se ausente del reino, petición en principio rechazada por Felipe II en estos firmes términos:
Como quiera que nuestro asiento y continua residencia ha de ser en ellos [los reinos de Castilla], por ser, como son, la silla y principal parte de nuestros Estados, y por el mor que Nos les tenemos; mas no podemos asimismo excusar de visitar algunos de los otros Reinos y Estados, principalmente los de Flandes, donde (como habéis entendido) es tan importante y tan necesaria de presente nuestra presencia para el asiento de las cosas dellos. Y ansí por importar, como esto tanto importa, a nuestro servicio, habemos determinado nuestra partida a los dichos Estados con toda brevedad…
Ahora bien, dado que en definitiva el Rey no saldría de España, hay para pensar si en su última decisión no influiría el ruego de las Cortes castellanas.
En 1570, la alarmante situación creada por la rebelión de los moriscos granadinos en Las Alpujarras lleva a Felipe II a convocar Cortes en Córdoba, siendo la única vez que lo hace fuera de Madrid desde que trasladara a la villa del Manzanares su corte. Diríase que también en esta ocasión sintoniza el Rey con las Cortes. El discurso de la Corona ante las Cortes, leído por el secretario Eraso en el palacio episcopal, donde se alojaba el Rey, detallaría los esfuerzos regios por la defensa del reino y por asumir dignamente su papel de primera potencia de la Cristiandad; particular efecto debieron tener, entre los asistentes, las referencias a las contundentes victorias del duque de Alba en Flandes, que parecían haber resuelto aquel difícil problema, por la vía de la fuerza; también, por supuesto, aquello que entonces tocaba más de cerca al reino: la rebelión de Las Alpujarras, «que de pequeños principios ha venido a ser tan grande y de tanta consideración», y de forma que había movido al Rey a convocar las Cortes en Córdoba «… para dar calor en este negocio…», pues había el temor de que el Turco acudiese en ayuda de los rebeldes. Se añadía además la información de que el Rey se casaba de nuevo, habiendo elegido como esposa a su sobrina Ana de Austria. En la respuesta de las Cortes hecha por Burgos se aprecia la profunda compenetración existente en esos momentos entre Rey y reino. Se aludirá «a la grandeza de ánimo» con que el soberano había acudido a todas las necesidades del reino y aun de la Cristiandad. Se tenía por muy públicos y notorios los muchos gastos que por ella había soportado; por todo lo cual se concluía:
Ansí es muy justo y muy debido que ellos —los reinos de Castilla— extiendan sus fuerzas para servir a V.M. en todo lo que pudieren…
En cuanto a la boda con la princesa Ana de Austria, sería acogida con gran contento «por la naturaleza que tiene en estos Reinos». No hay duda: los procuradores de las Cortes sabían muy bien que doña Ana de Austria, su nueva reina, había nacido en el pequeño lugar de Cigales, cercano a Valladolid. Por lo tanto, se cumplía el perfecto ideal: que tanto el Rey como la Reina fueran castellanos; sería la única vez en toda la Edad Moderna.

Manuel Fernández Álvarez
Felipe II y su tiempo

Entre 1527 y 1598 se producen grandes transformaciones en España y en el mundo; unas promovidas por Felipe II; otras, acaecidas a su pesar, pero todas teniéndole como personaje con el que hay que contar o al que hay que combatir. Suele pensarse en el reinado de Felipe II en función de acontecimientos internos o internacionales tales como la rebelión de los moriscos granadinos de las Alpujarras, la prisión y muerte del príncipe Don Carlos, el proceso de Antonio Pérez; o bien la rebelión de los Países Bajos, la acción de Lepanto, la incorporación de Portugal, la colonización de América, el nacimiento de Filipinas o el desastre de la Armada Invencible. Pero también hay que verle como el protector y mecenas de las Artes y las Letras, cuya labor culmina en el monasterio de San Lorenzo del Escorial. Todo ello hace del personaje uno de los mas controvertidos de la Historia.
En cuanto a la época, Manuel Fernández Álvarez analiza, a través de los aspectos políticos y socioeconómicos, cómo se realizó el milagro político de una Monarquía católica que, en menos de medio siglo se convirtió en la primera potencia de Europa y constituye el primer imperio de los tiempos modernos.

09 enero 2021

9 de enero

Y de ese modo Cass, dueño de una plantación y sin nadie que en ella trabajase, fue a Jackson, capital del Estado, y se dedicó al Derecho. Antes de su partida, Gilbert vino a visitarlo y se ofreció para hacerse cargo de la plantación y trabajarla con su gente, mediante una participación en la cosecha. Pero Cass rehusó y Gilbert dijo:

—Pones reparos a que la trabaje con esclavos, ¿verdad? Permíteme decirte esto: si la vendes será trabajada por ellos. Es tierra negra y será regada con sudor negro. ¿Hay alguna diferencia, pues, según el sudor negro que caiga sobre ella?

Cass contestó que no la vendería, ante lo cual vociferó Gilbert, rojo de ira:

—¡Dios mío, es tierra, tierra! ¿Comprendes? Y la tierra clama por el brazo del hombre.

Pero Cass no vendió. Instaló un cuidador en la casa y arrendó una parcela de terreno a un vecino, para pastoreo.

Fue a Jackson, estudió hasta hora avanzada de la noche y vio cómo las dificultades se cernían sobre el país. Porque fue durante el otoño de 1858 cuando se dirigió a la capital. El 9 de enero de 1861 Mississippi votó la ley de secesión. Gilbert era contrario a la misma y escribió así a Cass: «¡Qué necios, no existe ninguna fábrica de armas en el Estado! ¡Son unos tontos al no haberse preparado para la defensa, si es que han previsto las dificultades! Y si no las han previsto, son más que necios al conducirse de ese modo frente a los hechos. Es una majadería no contemporizar y, si es preciso, irse preparando para la defensa. ¡Todos son unos idiotas!». A lo que Cass respondió: «Ruego mucho por la paz». Pero algo más tarde escribió: «He conversado con el señor French, que como sabes es el jefe de armamentos, y dice que no dispone sino de algunos mosquetes antiguos para la tropa; y esos, de pedernal. Los agentes han registrado el Estado en busca de escopetas, a petición del gobernador Pettus. ¿Escopetas?, exclamó el señor French, que hizo un mohín de desprecio con los labios. ¡Y qué escopetas! —agregó—. Luego me habló de un arma con la cual se había contribuido para la causa, un viejo cañón de mosquete sujeto con correas a un trozo de madera de ciprés, doblado a un extremo. Un esclavo viejo lo donó para la causa y uno no sabe si reír o llorar». Cuando Jefferson Davis hubo regresado a Mississippi, después de su renuncia al Senado, y tomado el mando de las tropas con el rango de Mayor General, Cass le hizo una visita, a petición de Gilbert. Luego escribió a su hermano lo que sigue: «El general dice que se han puesto a su disposición diez mil hombres, pero que ni siquiera un puñado de rifles modernos. Pero también agregó el jefe que le había sido entregada una hermosa casaca con catorce botones de bronce al frente y un cuello de terciopelo negro. Quizás utilizaremos los botones en nuestras escopetas —dijo—, y sonrió».

Cass vio una vez más al señor Davis, pues se hallaba con Gilbert en el vapor Natchez, que condujo al nuevo presidente de la Confederación durante la primera etapa de su viaje desde su plantación, Brierfield, hasta Montgomery. «Estábamos en el viejo barco del señor Tom Leather —expresa el Diario—, que se supuso recogía al presidente algunas millas más allá de Brierfield. Pero el señor Davis demoró la partida de su casa y fue llevado a remo hasta nosotros. Inclinado sobre la barandilla observé al pequeño esquife oscuro que avanzaba hacia nosotros en medio de las aguas coloradas. Un hombre nos saludó con el brazo, desde la embarcación. El capitán del Natchez observó la señal e hizo sonar estrepitosamente la sirena de su nave, que sacudió nuestros oídos y se esparció sobre la superficie de las aguas. El buque detuvo su marcha y el esquife se acercó. El señor Davis fue recibido a bordo. Mientras el buque de vapor avanzaba, el señor Davis miró hacia atrás y levantó la mano a guisa de saludo al criado negro (Isaías Montgomery, a quien yo había conocido en Brierfield) que se hallaba de pie en el esquife, mecido por la estela de la embarcación mayor, y le decía adiós con la mano. Más tarde, mientras íbamos río arriba en busca de los acantilados de Vicksburg, se aproximó a mi hermano, que se hallaba de pie conmigo en cubierta. Una vez más, y ahora de manera más íntima, mi hermano felicitó al señor Davis, quien contestó que no podía derivar ningún placer de ese honor, y dijo:

»—Siempre he considerado la Unión con supersticiosa reverencia y he arriesgado voluntariamente la vida por su querida bandera en más de un campo de batalla y ustedes, caballeros, podrán concebir mi manera actual de sentir, pues el objeto de mi devoción durante tantos años me ha sido arrebatado de las manos. —Y prosiguió—: Por el momento no cuento sino con el placer melancólico de una conciencia tranquila. Dicho lo cual sonrió, cosa que hacía con poca frecuencia, solicitó nuestra venia y se retiró al interior.

»Había observado la expresión de fatiga de su rostro, a causa de la enfermedad y de las preocupaciones, y lo delgado de la piel sobre sus huesos… 

»Al hacer notar a mi hermano que el señor Davis no parecía hallarse muy bien, contestó:

»—Es un problema tener a un hombre enfermo como presidente.

»Alegué que a lo mejor no habría guerra, que el señor Davis confiaba en la paz, pero mi hermano dijo:

»—No te llames a engaño. Los yanquis pelearán con denuedo y el señor Davis es tonto si cree en la paz.

»—Todos los hombres buenos confían en la paz —contesté.

»Mi hermano profirió una exclamación inaudible y prosiguió:

»—Lo que deseamos, ahora que nos hemos embarcado en este asunto, es un hombre capaz de ganar, no solamente que sea bueno. Y no me interesa la tranquilidad de conciencia del señor Davis.

Robert Penn Warren
Todos los hombres del rey 
Premio Pulitzer 1947

Todos los hombres del rey, la obra cumbre de Robert Penn Warren, está inspirada en una figura histórica: Huey Long, el que fuera autócrata gobernador de Louisiana. 

El protagonista de la novela, Willie Stark, al igual que Huey Long, es un personaje de poderosa y compleja personalidad, bigger than life: orador adorado por las masas, dictador sin escrúpulos que se mantiene en el poder gracias a la corrupción y el chantaje, defensor de oprimidos, demagogo. Aunque, de hecho, la vida de Huey Long no es más que un pretexto para una obra enteramente original centrada en el tema inagotable del conocimiento de uno mismo.

En una historia de creciente intensidad se entrelazan los destinos de tres hombres y una mujer. En el centro, Willie Stark, un joven abogado de origen humilde, apasionado por la política, que llega a gobernador del estado: un hombre atrapado entre sus sueños de justicia social y su despiadado afán de poder. Su poderosa vitalidad arrastra hacia él a Anne Stanton, a su hermano Adam y a Jack Burden, vástagos insatisfechos de familias aristócratas. En contraste con Stark, Adam Stanton es el idealista puro para quien la idea, el verbo, debe quedar fuera de todo contacto con los hechos; Jack Burden, testigo y narrador, es un espectador desarraigado en búsqueda de una fe, que al final de la historia se verá obligado a adentrarse en la hoguera de la historia y afrontar el veredicto inexorable del tiempo.

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...