28 noviembre 2021

28 de noviembre

El método americano del relevo de la guardia era asimismo característico de la joven nación. A las diez debía ser relevada la primera guardia, que se iba exactamente a esa hora, confiando en que al cabo de pocos minutos llegaría la nueva guardia. Encontré el puesto desierto, crucé la barrera e inmediatamente me interné en el pinar enmarañado que flanqueaba el camino a la derecha.

Como el único remedio contra la melancolía es la acción, resolví escaparme otra vez de mis enemigos. Antes de pudrirme en un campo de prisioneros —que era la suerte que me esperaba en cuanto el hospital fuera trasladado de York Town— prefería arrostrar toda clase de penurias y peligros en las selvas de América como hombre libre. Rumiando en mi mente este plan me presenté al día siguiente, 28 de noviembre, ante el jefe médico y renuncié a mi puesto en el Hospital General, haciéndole saber que me proponía ir a Winchester a reunirme con la tropa. Se me pagó el saldo de la paga que se me debía por mis servicios en el hospital, o sea cuarenta chelines, y entregué mi peluca y mis charreteras, vistiéndome con las ropas de un soldado que ese día había muerto a causa de una herida. Metí en mi mochila camisas, calcetines y otros artículos necesarios, así como también aproximadamente media libra de harina, un poco de carne seca y una botellita de ron; pero esto debía ser sólo una reserva para casos de emergencia. Luego reflexioné sobre la forma de burlar a los centinelas franceses y americanos que vigilaban las barreras en el camino que conducía al Norte. Sería una empresa difícil; pero comprobé que tanto la guardia francesa como la americana eran relevadas a las diez de la mañana, y llegué a la conclusión de que el momento más propicio para eludirlas sería durante el relevo, que distraería su atención.
Mi conclusión resultó acertada. Encontré a la guardia francesa, compuesta de hombres de Soissons que lucían magníficos adornos color de rosa, más atenta a la ceremonia y el despliegue del relevo de la guardia que a su misión primordial, o sea impedir la fuga de los prisioneros. Coloqué una manta alrededor de mi uniforme y me senté en la barrera, aparentando ser un inofensivo espectador. Mientras la primera guardia era inspeccionada por un oficial antes de su relevo, y la segunda era arengada por otro —habiéndose retirado ya el centinela de la primera y no estando apostado todavía el de la segunda—, bajé al otro lado de la barrera y me fui por el camino de Rappahannock.
El método americano del relevo de la guardia era asimismo característico de la joven nación. A las diez debía ser relevada la primera guardia, que se iba exactamente a esa hora, confiando en que al cabo de pocos minutos llegaría la nueva guardia. Encontré el puesto desierto, crucé la barrera e inmediatamente me interné en el pinar enmarañado que flanqueaba el camino a la derecha.

Robert Graves
Últimas aventuras del sargento Lamb

El díptico narrativo que forman Las aventuras del sargento Lamb y Últimas aventuras del sargento Lamb se ha convertido en el gran cicló novelesco sobre la guerra de Independencia de Estados Unidos.
Apoyándose en una ingente cantidad de crónicas de la época y de los textos del propio Lamb, Robert Graves, que al igual que éste sirvió en los Reales Fusileros Galeses, logró con esta obra ofrecer la más clara, ecuánime y emocionante explicación de cómo y por qué los americanos se separaron de la corona británica. Un fresco histórico de Norteamérica e Inglaterra a finales del siglo como sólo Graves podía escribirlo.
En esta segunda parte aparece el célebre relato de la batalla de Guildford (quizás el mayor desastre de esa guerra), considerado una de las mejores recreaciones literarias de una contienda bélica.

Plectranthus amboinicus

Plectranthus amboinicus

27 noviembre 2021

27 de noviembre

Los estudiantes

Los estudiantes
Edna Moreira Loor
ha sido asesinada
en Quito, el 25 de marzo
de 1966.
El 27 de noviembre
de 1871, en La Habana,
fueron fusilados ocho
estudiantes de Medicina.
El delta en el Guayaquil
y el río Cauto han retemblado
y, como un rayo de ira, oí
crepitar en el aire.
Edna Moreira Loor,
pequeño amazonas, cinta
escarlata del Tungurahua,
tus compañeros de Minas Gerais,
y de Lima, y de Madrid,
asidos de
las puntas de tu pañuelo
desgarrado, escriben
tu nombre en el aire,
al pie
de las tremendas letras
de Martí:
«… tiemblen de pavor todos los que en
aquel día ayudaron a matar».
En Saigón,
en las calles de Hue,
en la Piazza del Popolo,
nombran, señalan a los asesinos
y sus cómplices.
El cielo
de Madrid se raya de gritos
y las plazas de Barcelona
resuenan Libertad,
hermosa
palabra, pura realidad,
que dora, como el sol, la frente
de Edna Moreira Loor.
ME VOY al campo. Mañana
me voy al campo a quedarme
parado junto al molino;
y que no me escriba nadie.
Bastante tengo con ver
el agua y pasar la tarde
como la última página
de mi vida, sin que nadie
me vea mover las hojas,
y me olviden…
Junto al cauce,
tiembla la niebla y apenas
me acuerdo de mí y de nadie. Poesía e Historia [1960-1968]

Blas de Otero
Obra completa (1935 - 1977)
Edición de Sabina de la Cruz con la colaboración de Mario Hernández


Por primera vez se reúne la Obra completa (1935-1977) de Blas de Otero. Este volumen unitario, de verso y prosa, acoge todos los libros que el poeta publicó en vida con otro póstumo, Hojas de Madrid con La galerna, y otros dos que dejó inéditos: Poesía e Historia (verso) y Nuevas historias fingidas y verdaderas (prosa). Una sucinta, y también inédita, Historia (casi) de mi vida rinde cuentas de obra y biografía. Un complemento de poemas inéditos y dispersos desde su primera juventud redondea la visión de la poesía oteriana, minuciosamente dispuesta por Sabina de la Cruz, su máxima estudiosa, que ha compulsado manuscritos e impresos para clarificar la obra de uno de los grandes poetas españoles del siglo XX.

Planta camarón

planta camarón

26 noviembre 2021

26 de noviembre

¿Cómo ayudarme metiéndome tranquilamente en una habitación casi desnuda, sin decirme qué tengo que hacer, con mi única presencia por toda compañía?

26 de noviembre de 1975

Son las seis de la tarde. Estoy esperando los medicamentos de la noche para poder dormirme al fin y no pensar «conscientemente».

En este momento, pienso como hablo, como si las palabras se pronunciaran en voz baja en mi cabeza, como si se inscribieran en caracteres de imprenta justo tras mis ojos y chocaran contra las paredes de mi cráneo.

Tomo mi pluma para irlas comunicando a medida que brotan hacía el exterior, para que escapen al fin de mí misma con la ilusión de un contacto.

Estoy demasiado sola. ¿Cómo ayudarme metiéndome tranquilamente en una habitación casi desnuda, sin decirme qué tengo que hacer, con mi única presencia por toda compañía?

Durante los seis últimos meses me encerré voluntariamente en mí misma con una especie de desesperación complacida. Jugué con los engranajes de mi cerebro como se juega con una muela careada, y lanzaba mis ideas en voz alta contra las paredes de mi cuarto. No rebotaban allí, no volvía de ellas eco alguno. Yo lloraba en el vacío. Llamaba a Dios e intentaba creer en él, intentando también que el tiempo me calmara. Dialogaba con las fotos de mi padre e intentaba recuperarlo, todopoderoso, como en mi infancia.

«Villa des Pages»

Georges Simenon
Memorias íntimas

Un hombre: cuando Georges Simenon murió, en la madrugada del lunes 4 de septiembre de 1989 en su casa de Lausana, había cumplido ochenta y seis años y era ya un mito universal. El joven y prolífico inventor de historias que sesenta años antes creara al comisario Maigret, era para muchos de sus lectores una misma cosa que su personaje. Sin embargo, aunque Maigret era todo de Simenon, Simenon no era sólo Maigret.

Dos pasiones: erotismo y literatura. Ésas fueron las dos actividades a las que Simenon se entregó con el frenesí de un poseso. Marcado por el signo de la desmesura, escribió centenares de novelas, pero sus amantes se contaron por miles.

Un adiós: si la gravedad de una dolencia que amenazaba su vida señaló un paréntesis en sus excesos y dio lugar a la novela autobiográfica Pedigree, tres década después, cuando ya tenía setenta y ocho años, el suicidio de su hija le apartó de la ficción y le llevó a escribir a mano —y a tumba abierta— estas magníficas Memorias íntimas, la despedida de un hombre que vivió y creó desafiando siempre los límites de la mediocridad.

Paseo del Prado

Paseo del Prado

25 noviembre 2021

25 de noviembre

Espesísima la nieve bajaba del cielo, depositándose en las terrazas y poniéndolas blancas. Al mirarla, Drogo sintió con más agudeza el ansia de costumbre, intentaba expulsarla en vano pensando en su joven edad, en los muchísimos años que le quedaban.

Mientras Drogo y Simeoni estaban discutiendo así, un día empezó a nevar. «Aún no ha terminado el verano —fue el primer pensamiento de Drogo— y ya ha llegado el mal tiempo.» Le parecía, en efecto, que acababa de regresar de la ciudad, que aún no había tenido tiempo de organizarse como antes. Y, sin embargo, en el calendario estaba escrito 25 de noviembre; se habían consumido meses enteros.

Espesísima la nieve bajaba del cielo, depositándose en las terrazas y poniéndolas blancas. Al mirarla, Drogo sintió con más agudeza el ansia de costumbre, intentaba expulsarla en vano pensando en su joven edad, en los muchísimos años que le quedaban. El tiempo, inexplicablemente, había echado a correr cada vez más veloz, se tragaba los días uno tras otro. Bastaba con mirar alrededor y ya caía la noche, el sol giraba por abajo y reaparecía por el otro lado para iluminar el mundo lleno de nieve.

Los otros, sus compañeros, parecían no advertirlo. Hacían el servicio habitual sin entusiasmo, incluso se alegraban cuando en las órdenes del día aparecía el nombre de un mes nuevo, como si hubieran ganado algo. Menos tiempo que pasar en la Fortaleza Bastiani, calculaban. Tenían, pues, una meta, mediocre o gloriosa, con la que sabían contentarse.

El propio comandante Ortiz, que andaba ya por los cincuenta años, asistía apático a la fuga de las semanas y de los meses. Ahora había renunciado a sus grandes esperanzas y decía:

—Una decena de años más, y me llega el retiro.

Regresaría a su casa, en una vieja ciudad de provincias —explicaba—, donde vivían algunos parientes suyos. Drogo lo miraba con simpatía, sin lograr entenderlo. ¿Qué haría Ortiz allá abajo, entre los civiles, sin ninguna finalidad, solo?

—He sabido contentarme —decía el comandante, dándose cuenta de los pensamientos de Giovanni—. Año tras año he aprendido a desear cada vez menos. Si las cosas me salen bien, volveré a casa con el grado de coronel.

—¿Y después? —preguntaba Drogo.

—Después, nada más —dijo Ortiz con sonrisa resignada—. Después esperaré aún… satisfecho con el deber cumplido —concluyó burlonamente.

—Pero aquí, en la Fortaleza, en esos diez años, no cree que…

—¿Una guerra? ¿Piensa usted aún en una guerra? ¿No hemos tenido bastante?

En la llanura septentrional, en los límites de las nieblas perennes, ya no se veía nada sospechoso; incluso la luz nocturna se había apagado. Y Simeoni estaba satisfechísimo. Eso demostraba que él tenía razón: no se trataba de una aldea ni de un campamento de gitanos, sino sólo de obras, que la nieve había interrumpido.

Dino Buzzati
El desierto de los tártaros

La fascinación que desde su aparición en 1940 ha despertado El desierto de los tártaros, la más célebre novela de Dino Buzzati, proviene del paisaje formal de la fábula que narra, no de su significación oculta. Con todo, la historia del oficial Giovanni Drogo, destinado a una fortaleza fronteriza sobre la que pende una amenaza aplazada e inconcreta, pero obsesivamente presente, se halla cargada de resonancias que la conectan con algunos de los más hondos problemas de la existencia: la seguridad como valor contrapuesto a la libertad, la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades vitales de realización, la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambien el sentido de la existencia.

Enriketa ve un fantasma