16 septiembre 2021
15 septiembre 2021
15 de septiembre
La escritora canadiense Mavis Gallant lo expresaba así: «El misterio de qué es exactamente una pareja es casi el único misterio verdadero que nos queda, y cuando hayamos llegado al final del mismo ya no será necesaria la literatura. Ni el amor, si a eso vamos.» Cuando leí esta frase por primera vez le puse en el margen la marca de ajedrez «!?», que indica un movimiento que, si bien puede que sea brillante, probablemente es erróneo. Pero esa opinión cada vez me convence más, y la marca se ha convertido en «!!».
«Lo que sobrevivirá de nosotros es el amor.» Esta es la conclusión —a la que se llega con cautela— del poema de Philip Larkin «An Arundel Tomb». El verso nos sorprende, porque gran parte de la obra del poeta era una bayeta escurrida de desencanto. Estamos dispuestos a alegrarnos; pero primero deberíamos fruncir el ceño y preguntarnos de este floreo poético: ¿Es verdad? ¿Es el amor lo que sobrevivirá de nosotros? Sería bonito creerlo. Sería reconfortante que el amor fuese una fuente de energía que continuase resplandeciendo después de nuestra muerte. En los primeros televisores, cuando se apagaban, solía quedar una mancha de luz en la pantalla, que iba disminuyendo lentamente desde el tamaño de un florín a una mota expirante. Cuando era muchacho yo observaba este proceso todas las noches, deseando vagamente retenerla (y viéndola, con melancolía adolescente, como la cabeza de alfiler de la existencia humana que se desvanecía en un universo negro). ¿Seguirá resplandeciendo así el amor durante un tiempo después de que se haya apagado el aparato? Yo personalmente no lo veo. Cuando el superviviente de una pareja amorosa muere, muere también el amor. Si algo de nosotros sobrevive probablemente será otra cosa. Lo que sobrevivirá de Larkin no es su amor sino su poesía: eso es evidente. Y siempre que leo el final de «An Arundel Tomb» me acuerdo de William Huskisson. Era un político y financiero, muy conocido en su época; pero hoy le recordamos porque el 15 de septiembre de 1830, en la inauguración del ferrocarril Liverpool y Manchester, se convirtió en la primera persona que murió arrollada por un tren (en eso se convirtió, le convirtieron). ¿Y amaba William Huskisson? ¿Y duró su amor? No lo sabemos. Lo único que ha sobrevivido de él es ese momento de descuido final; la muerte le fijó como un camafeo instructivo sobre la naturaleza del progreso.
«Te amo.» Para empezar, deberíamos poner estas palabras en un estante alto; dentro de una caja cuadrada detrás de un cristal que tendríamos que romper con el codo; en el banco. No deberíamos dejarlas rodando por la casa como si fuesen un tubo de vitamina C. Si las palabras están demasiado a mano, las usaremos sin pensarlo; no podremos resistir la tentación. Oh, decimos que no, pero lo haremos. Nos emborracharemos, o nos sentiremos solos o —lo más probable de todo— claramente esperanzados, y las palabras habrán desaparecido, se habrán gastado, ensuciado. ¿Pensamos que tal vez estamos enamorados y queremos probar las palabras para ver si son adecuadas? ¿Cómo podemos saber lo que pensamos hasta que oímos lo que decimos? Venga ya; eso no cuela. Son palabras grandiosas; debemos estar seguros de merecerlas. Escúchalas de nuevo: «I love you». Sujeto, verbo, complemento: la frase sin adornos, inexpugnable. El sujeto es una palabra corta, que sugiere la humildad del amante. El verbo es más largo pero nada ambiguo, un momento demostrativo cuando la lengua se aparta ansiosamente del paladar para liberar la vocal. El complemento, como el sujeto, no tiene consonantes y se pronuncia empujando los labios hacia adelante como para dar un beso. «I love you.» Qué serio, que importante, qué cargado de sentido suena.
Julian Barnes
Una historia del mundo en diez capítulos y medio
La historia del mundo que nos cuenta Julian Barnes comienza en el arca de Noé y termina en el paraíso, y entretanto la cruzan navíos diversos, la balsa de la Medusa, que inspira la célebre pintura de Géricault; el Saint Louis, un barco de condenados que tras zarpar rumbo a la Habana con 937 judíos alemanes expulsados de cárceles y campos de concentración, recorrió medio mundo sin que ningún país aceptara su cargamento, por lo que tuvo que poner rumbo a Alemania; la frágil barca en la que se hace a la mar una australiana deseperada y quizá loca, convencida de que el mundo ha sido arrasado por la guerra atómica; y hasta la nave espacial de una astronauta que encuentra a Dios en los espacios, nunca mejor dicho que cada uno tiene el Dios que se merece y acaba «redescubriendo» el arca de Noé en el monte Ararat, en uno de los irónicos equívocos con que Barnes obsequia a sus lectores.
14 septiembre 2021
14 de septiembre
14 de septiembre
En la casa donde nos alojamos vive un ridículo cocker spaniel. Debe de haber tenido un asunto amoroso y lo han dejado plantado o bien es una especie de tonto del pueblo. La casera dice que no es tan bobo como parece, pero lo cierto es que parece muy tonto: languidece sentimentalmente y cuando nos reímos de él se muestra «herido». Hoy lo hemos llevado a las colinas y se diría que se ha animado un poco. La verdad es que está bastante cuerdo, lleno de sentido común y buenos modales. Pero está tanto tiempo encerrado en el jardín, sin hacer nada, que, tal como ha dicho E., como no tiene nada que hacer; se enamora. The Saturday Review dice: el efecto del caso de las «Novias de la bañera» en las personas con algún rastro de «buenos sentimientos» tal vez no sea especialmente dañino, aunque el asunto les resulte repulsivo y odioso… Regodearse en los detalles de horrores repulsivos «por mera curiosidad»: eso sí es malo y degradante.
Cuántas cosas repulsivas encontrarán estos días en el mundo las personas buenas y refinadas que leen The Saturday Review. Por ejemplo, la guerra. «Por mera curiosidad». Sin duda, puesto que se trata uno de los crímenes más notables en los anales la humanidad. Y los crímenes son siempre rematadamente interesantes, cosa que no sucede con The Saturday Review.
Chipples
El otro día descubrí con sorpresa que nadie comprendía la palabra chipples. Al parecer, es un término dialectal de Devonshire para las cebolletas. De todos modos, no se encuentra en el Diccionario Murray’s; sin embargo, etimológicamente es una palabra muy interesante, buenísima y con excelente genealogía. A saber:
Italiano: cipollo.
Español: cebolla.
Francés: ciboule.
Latín: caepulla, diminutivo de caepa.
Así que, ¿cómo hizo este modesto y bonito término para arraigar entre la sencilla gente de Devon? ¿Qué relación hay entre Italia y, por ejemplo, Appledore o Plymouth?
W. N. P. Barbellion
El diario de un hombre decepcionado
Denostado en su día por «inmoral» e incluso por «ficticio», y a la vez aclamado como un examen despiadado del yo que Rousseau habría envidiado, El diario de un hombre decepcionado de W. N. P. Barbellion es una obra singular. Iniciado cuando su autor tenía trece años como un cuaderno de notas de historia natural, se iría convirtiendo poco a poco en la crónica de una profunda decepción: limitado en su formación académica por circunstancias familiares, y aquejado ya tempranamente de dolorosos y paralizantes síntomas de lo que luego se revelaría una esclerosis múltiple, el que soñaba con ser «un gran naturalista» acabaría obteniendo un modesto puesto de entomólogo en el Museo Británico de Historia Natural; pero, con un cuerpo «encadenado a mí como un peso muerto», se daría cuenta de que «mi vida ha sido una lucha continua contra la mala salud y la ambición, y no he conseguido dominar ninguna de las dos». La escritura puntual del diario, incisiva, repleta de ingenio y desesperación, se erige entonces en la única y verdadera razón de ser (o de seguir siendo): «Si somos gusanos —anotará—, al menos seamos gusanos sinceros». Barbellion murió apenas unos meses después de ver publicada su obra, pero su ejercicio de introspección, que ha sido comparado con Kafka y con Joyce, perdura como uno de los más notables y significativos del siglo XX.
13 septiembre 2021
13 de septiembre
Es una especie de enfermedad lo mío, no cabe duda. Y precisamente si me apasionaron las clases tan especiales de Rosario fue porque supe desde el primer día que ella, como intermediaria entre nuestro caótico fin de milenio y la pintura del trecento, estaba tocada por mi mismo mal, o sea que todo aquello de clasificar los cuadros por emociones encontradas, sensualidad y horror, armonía y desorden, esfuerzo y abulia, infierno y cielo, etcétera, arrancaba tiras de piel en otras zonas secretas de su alma, no sabía cuáles porque tardé en tener cierta intimidad con ella, pero seguro, vamos, eso se nota hasta en la manera de mirar, igual que se reconocen entre ellos a primera vista los homosexuales o los drogadictos. La profesora de las gafitas pertenecía a la especie de los pájaros ontológicos, o al menos así la catalogué entonces.
Una vez comprobado, con ayuda del bedel, que el aparato de proyección funcionaba en perfectas condiciones, Rosario Tena apuntó en la pizarra una fecha, 13 de septiembre de 1321, cuidadosamente, con letra grande y clara.
—Ya les he dicho antes —comentó al volverse hacia nosotros— que no soy muy esclava de las fechas, pero ésta es importante: la de la muerte en Ravena, a los cincuenta y seis años, de Dante Alighieri.
Luego preguntó que si alguno de nosotros había leído La divina comedia y no se levantó ninguna mano. Lo comprendía —dijo—, se le tenía miedo como a todos los clásicos que desde la más tierna infancia nos han intentado inyectar en vena, pero La divina comedia no era más difícil de leer que el Ulises de Joyce, por ejemplo, y bastante más divertida.
—Pero, aparte de cuestiones de gusto —concluyó—, si lo saco a relucir es porque me parece un libro fundamental para todo el que quiera aprender a mirar un cuadro y descifrar sus símbolos, estimula la comprensión de lo caótico. Hay una traducción estupenda de Ángel Crespo.
Casi inmediatamente arrancó a hablar de La divina comedia, y yo me di cuenta de que estaba tomando apuntes, cosa rara en mí, como si hiciera fotografías. Aparecen sucesivamente una loba, una pantera y un león al pie de la colina. Luego sale Virgilio, una especie de sombra que rompe a hablar. Y es que lo estaba viendo, y dispuesta a seguir por donde me llevara la voz de aquella chica de las gafitas solamente ocho años mayor que yo y cuatro más joven que Dante cuando se detiene perplejo en la selva oscura del principio y confiesa que ha perdido el camino. Hablaba sin mirar ningún libro mientras comentaba aquél «por encima», según dijo, pero intercalando citas que parecía saberse de memoria, como sobrevolando el texto entre segura e ingenua; y desde la selva oscura donde se encuentra extraviado el poeta, sin saber cómo ha llegado allí, Virgilio a Dante y a mí Rosario Tena nos iban guiando primero por un inmenso y terrible embudo empotrado en el centro de la tierra y luego camino arriba de una montaña formada por las rocas que desplazó Lucifer en su caída, hasta llegar por fin, franqueando siete cornisas, a la ansiada cumbre de los jardines del Edén donde el poeta va a encontrar a Beatriz mirando al sol con ojos de águila y que le dice: «Te crea confusiones / tu falso imaginar, y no estás viendo / lo que verías libre de ilusiones», un mundo transparente pero al mismo tiempo difícil de entender porque nos pilla desprevenidos, porque estamos acostumbrados al mal, un espacio algo frío tal vez, como lo es el ejercicio agudo de la inteligencia, pero tan dantesco como el que se acostumbra a calificar así por sus espantos, qué cara estamos pagando la exclusiva sublimación de lo sombrío y tortuoso, la excursión literaria por la boca del lobo. Y un chico flaco y con los ojos hundidos que estaba a mi lado y solía dormirse en todas las clases, respiró hondo y luego emitió una especie de resoplido:
—Jo, qué tía —dijo como para sí mismo—, ¡no sabe nada ésa!
Carmen Martín Gaite
Lo raro es vivir
Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal.
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