27 febrero 2021
26 febrero 2021
26 de febrero
"Ya estamos en el golfo", me dijo uno de mis compañeros cuando me levante a almorzar el 26 de febrero. El día anterior había sentido un poco de temor por el tiempo del golfo de México. Pero el destructor, a pesar de que se movía un poco, se deslizaba con suavidad. Pensé con alegría que mis temores habían sido infundados salí a cubierta. La silueta de la costa se había borrado Solo el mar verde y el cielo azul se extendían en torno a nosotros. Sin embargo, en la media cubierta, el cabo Miguel Ortega estaba sentado, pálido y desencajado, luchando con el mareo. Eso había empezado desde antes. Desde cuando todavía no habían desaparecido las luces de Mobile, y durante las últimas veinticuatro horas, el cabo Miguel Ortega no había podido mantenerse en pie a pesar de que no era un novato en el mar.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ,
Relato de un náufrago.
Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre es un reportaje novelado de Gabriel García Márquez que relata la historia de Luis Alejandro Velasco Sánchez, un náufrago que fue proclamado héroe de Colombia, pero tras la versión distribuida por el diario El Espectador de Bogotá, quedó olvidado; este relato obligó a que su autor se diera al exilio en París.
25 febrero 2021
25 de febrero
La mañana del 25 de febrero de 1848 se supo en Chavignolles, por un individuo procedente de Falaise, que París estaba cubierto de barricadas; y al día siguiente se anunció en la alcaldía, con carteles, la proclamación de la república.
Este gran acontecimiento dejó estupefactos a los burgueses.
Pero cuando se supo que la Corte de Casación, la Corte de Apelación, la Corte de Cuentas, el Tribunal de Comercio, la Cámara de Notarios, el Colegio de Abogados, el Consejo de Estado, la Universidad, los generales y el propio de la Rochejacquelin daban su adhesión al gobierno provisional, los pechos se ensancharon; y como en París plantaban árboles de la libertad, el consejo municipal decidió que había que hacerlo en Chavignolles.
Bouvard ofreció uno, regocijado en su patriotismo por el triunfo del pueblo; en cuanto a Pécuchet, también estaba contento, pues la caída de la monarquía confirmaba plenamente sus previsiones.
Gustave Flaubert
Bouvard y Pécuchet
El azar de una calurosa jornada reúne a Bouvard y a Pécuchet : solitarios, ya no tan jóvenes, modestos empleados de oficina, son -no tardan en descubrirlo- dos almas gemelas perplejas en el caos de la vida moderna. Una herencia y un vago deseo de retiro filosófico y del cultivo de la sabiduría harán que se abismen en la agricultura, la química, la geología, la medicina, la pedagogía, la historia, la literatura, la alquimia… Pero su recompensa, lejos de lo que esperaban, les llenará de escepticismo, y el desánimo no tardará en aparecer. Esta auténtica farsa filosófica, publicada postumamente en 1881, ha sido considerada por muchos como la culminación literaria de ese implacable observador de la naturaleza humana y las infinitas manifestaciones de la estupidez que fue Gustave Flaubert.
24 febrero 2021
24 de febrero
La tarde del 23 de febrero de 1981, una banda borracha de guardias civiles, al mando de un teniente coronel con bigotón de zarzuela, asaltó el Congreso de los Diputados y en aquella zarabanda patriótica, lejos de tirares al suelo, Suárez saltó de su escaño y se jugó la vida para salvar de las metralletas a su amigo, el teniente general Gutiérrez Mellado, un gesto muy ibérico por el que será siempre recordado.
Ningún gesto de gallardía podrá compararse al que este político ofreció a la historia al enfrentarse al golpista Tejero, y a su vez ningún militar, como Gutiérrez Mellado, ha tenido la suerte de poder de mostrar su heroísmo en un cuerpo a cuerpo frente al cuatrero con imágenes transmitidas en vivo y en directo a todo el mundo. El asalto del Congreso fue el último capítulo de una pugna de la España negra por doblarle el codo a la democracia. Por fortuna, la historia se puso de parte de la libertad. Al general Gutiérrez Mellado le pregunté qué era lo que más le había molestado del golpe de Estado. Contestó: «Ver a unos oficiales con la guerrera desabrochada». El honor militar lo salvó este caballero.
El intento de golpe de Estado de Tejero purgó todos los fantasmas que la Transición llevaba en el vientre bajo diversas formas de reptil. En realidad, Juan Carlos se proclamó a sí mismo rey de los españoles a la una de la madrugada del 24 de febrero de 1981 en el famoso mensaje por televisión. Corrían muchas anécdotas, ciertas o falsas, en aquellas horas de hierro. A las ocho de la tarde, mientras Tejero y sus secuaces tenían encañonados a los diputados en la Carrera de San Jerónimo, un equipo de Televisión Española, sorteando toda clase de controles militares, logró llegar al palacio de la Zarzuela para grabar el mensaje real. Juan Carlos se vistió con el uniforme de capitán general y quiso tener cerca a su hijo Felipe, que entonces no era más que un niño. Los técnicos de televisión preparaban muy nerviosos aquella operación pilotada por el jefe de los servicios informativos, Jesús Picatoste, y en medio del salón lleno de cables el Rey lo presentó a su hijo. «Felipe, a ver si adivinas cómo se llama este señor.» «No sé», contestó el futuro Príncipe de Asturias. «Vamos a ver. ¿Con qué te gusta mojar el chocolate en el desayuno?», preguntó el monarca. «No sé.» «Piensa, piensa un poco.» «No sé.» «¡Con un picatoste, con un picatoste! Así se llama este señor tan importante.»
Manuel Vicent
Aguirre, el magnífico
Aguirre, el magnífico narra con su acostumbrada ironía la vida de Jesús Aguirre, el último personaje que se escapó de la corte de los milagros de Valle-Inclán. En su espejo deformante se refleja medio siglo de la historia reciente de España.
Este relato no es exactamente una biografía de Jesús Aguirre, decimoctavo duque de Alba por propios méritos, sino un retablo ibérico donde este personaje se refleja en los espejos deformantes del callejón del Gato, como una figura de la corte de los milagros de Valle-Inclán.
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