La mañana del 25 de febrero de 1848 se supo en Chavignolles, por un individuo procedente de Falaise, que París estaba cubierto de barricadas; y al día siguiente se anunció en la alcaldía, con carteles, la proclamación de la república.
Este gran acontecimiento dejó estupefactos a los burgueses.
Pero cuando se supo que la Corte de Casación, la Corte de Apelación, la Corte de Cuentas, el Tribunal de Comercio, la Cámara de Notarios, el Colegio de Abogados, el Consejo de Estado, la Universidad, los generales y el propio de la Rochejacquelin daban su adhesión al gobierno provisional, los pechos se ensancharon; y como en París plantaban árboles de la libertad, el consejo municipal decidió que había que hacerlo en Chavignolles.
Bouvard ofreció uno, regocijado en su patriotismo por el triunfo del pueblo; en cuanto a Pécuchet, también estaba contento, pues la caída de la monarquía confirmaba plenamente sus previsiones.
Gustave Flaubert
Bouvard y Pécuchet
El azar de una calurosa jornada reúne a Bouvard y a Pécuchet : solitarios, ya no tan jóvenes, modestos empleados de oficina, son -no tardan en descubrirlo- dos almas gemelas perplejas en el caos de la vida moderna. Una herencia y un vago deseo de retiro filosófico y del cultivo de la sabiduría harán que se abismen en la agricultura, la química, la geología, la medicina, la pedagogía, la historia, la literatura, la alquimia… Pero su recompensa, lejos de lo que esperaban, les llenará de escepticismo, y el desánimo no tardará en aparecer. Esta auténtica farsa filosófica, publicada postumamente en 1881, ha sido considerada por muchos como la culminación literaria de ese implacable observador de la naturaleza humana y las infinitas manifestaciones de la estupidez que fue Gustave Flaubert.