05 febrero 2021
04 febrero 2021
4 de febrero
La iglesia se reduce á una nave gótica, larga y altísima, digna de una catedral de primer orden. Esta nave se conserva íntegra: según una tradición, porque los incendiarios franceses de 1809 procuraron que el fuego no llegase á ella; según otra tradición, porque no había en todo aquel edificio madera alguna en que pudiesen prender las llamas.
Sin embargo, sus bóvedas ojivales amenazaban desplomarse cuando compró el Monasterio el Sr. Marqués de Miravel, quien procedió inmediatamente á repararlas.—Así lo indica la siguiente modestísima inscripción, que se lee en el testero posterior del coro:
Estando estas bóvedas en ruinas, se construyeron por José Campal, año de 1860.
Pero dirá el lector: ¿Quién es José Campal? ¿Son éstos el nombre y el apellido del espléndido Marqués que costeó la obra, ó los de algún insigne arquitecto, émulo de la gloria de los Brunelleschi y Miguel Ángel?
Ni lo uno ni lo otro.
José Campal es un humilde albañil de Jarandilla, que se atrevió á acometer tan ardua empresa, y la llevó á feliz término, cuando maestros llevados de Madrid con tal propósito la habían considerado irrealizable.—Admirado entonces el Marqués del arrojo y la inteligencia de Campal, mandó poner dicha inscripción en el coro.
La nave de la iglesia y sus altares están hoy completamente desnudos de todo cuadro, de toda imagen, de toda señal de culto. Los únicos accidentes que interrumpen la escueta monotonía de aquellos blanqueados muros, son las Armas Imperiales que campean allá arriba, en el centro del embovedado, y un negro ataúd depositado á gran altura, en un nicho ú hornacina de la pared de la derecha.
Este ataúd es de madera de castaño, y estuvo forrado de terciopelo negro. Hoy no contiene nada; pero en un tiempo contuvo otra caja de plomo, dentro de la cual fué depositado el cadáver del Emperador.....
«Púsose el cuerpo del Emperador (dice la historia) en una caja de plomo, la cual se encerró en otra de madera de castaño, forrada de terciopelo negro. Hiciéronsele solemnes exequias por tres días, celebrando el Arzobispo de Toledo, Fr. Bartolomé de Carranza, á quien sirvieron de ministros el confesor del Emperador, Fr. Juan Regla, y el prior Fr. Martín de Angulo, y predicando sucesivamente el P. Villalva y los priores de Granada y Santa Engracia de Zaragoza.
»Una de las cláusulas del codicilo de Carlos V era que se le enterrara debajo del altar mayor del Monasterio, quedando fuera del ara la mitad del cuerpo, del pecho á la cabeza, en el sitio que pisaba el Sacerdote al decir la misa, de manera que pusiese los pies sobre él. Para cumplir del modo posible este mandato, se derribó el altar mayor y se sacó hacia fuera, con objeto de depositar detrás de él el cadáver, pues debajo no podía estar, por ser lugar exclusivo de los Santos que la Iglesia tiene canonizados[9].»
A consecuencia de esta reforma, el altar Mayor quedó en la extraña disposición que hoy se advierte; esto es, sumamente estrecho de presbiterio, y muy alto en proporción del escaso desarrollo de su escalinata, cuyos peldaños son tan pinos, que cuesta fatiga y peligro subirlos ó bajarlos.
Fué, pues, depositado el cadáver del César dentro de las dos cajas mencionadas, detrás del retablo de Yuste, hasta que, quince años y medio después, el 4 de Febrero de 1574, verificóse su traslación al Escorial, en la caja de plomo, revestida de otra nueva que se construyó al intento, quedando en la bóveda de Yuste, como recuerdo, la caja de castaño. Pero como todos los viajeros que visitaban la tal bóveda hubiesen dado en la flor de cortar pedazos del viejísimo ataúd, á fin de guardarlos como reliquias históricas, el Marqués de Miravel dispuso colocarlo en el inaccesible nicho que hoy ocupa, y desde donde produce terrible y fantástica impresión.
* * *
Dijimos más atrás que el sueño eterno de Carlos V ha sido turbado también en el Monasterio del Escorial, y que nosotros mismos no hemos sabido librarnos de la tentación de asistir á una de las sacrílegas exhibiciones que se han hecho de su momia en estos últimos años.....
Cometimos esta impiedad, ó cuando menos esta irreverencia, en Septiembre de 1872, pocos meses antes de ir á Yuste.—Nos hallábamos en el fúnebre Real Sitio, descansando del calor y las fatigas de Madrid, cuando una mañana supimos que había pública exposición del cadáver del César, á petición de las bellas damas madrileñas que estaban allí de veraneo.—Era ya la vigésima de estas exposiciones, desde que las inauguró cierto temerario y famoso prohombre de la situación política creada en 1868.—Nosotros (lo repetimos) no tuvimos al cabo suficiente valor para rehusarnos la feroz complacencia de aquella profanación, que de todas maneras había de verificarse.....
Acudimos, pues, al panteón de los Reyes de España, á la hora de la cita.—¿Y qué vimos allí? ¿Qué vieron las tímidas jóvenes y los atolondrados niños y los zafios mozuelos que nos precedieron ó siguieron en tan espantoso atentado?—Vieron, y vimos nosotros, la tumba de Carlos V abierta, y delante de ella, sobre un andamio construído ad hoc, un ataúd, cuya tapa había sido sustituída por un cristal de todo el tamaño de la caja.
En las primeras exposiciones no había tal cristal, ó si lo había, se levantaba, de cuyas resultas no faltó quien pasase su mano por la renegrida faz del cadáver..... ¡La pasó el mencionado prohombre revolucionario, en muestra de familiaridad y compañerismo!.....
A través del cristal vimos la corpulenta y recia momia del nieto de los Reyes Católicos, de la cabeza á los pies, completamente desnuda, perfectamente conservada, un poco enjuta, es cierto, pero acusando todas las formas, de tal manera que, aun sin saber que eran los despojos mortales de Carlos V, hubiéralos reconocido cualquiera que hubiese visto los retratos que de él hicieron Ticiano y Pantoja.
La especial contextura de aquel infatigable guerrero, su alta y amplísima cavidad torácica; sus anchos y elevados hombros; sus cargadas espaldas; su cráneo característico; su ángulo facial, típico en la casa de Austria; la depresión de la boca; la prominencia de la barba por el descompasado avance de las mandíbulas: todo se apreciaba exactamente, y no en esqueleto, sino vestido de carne y cubierto de una piel cenicienta, ó más bien parda, en que aun se mantenían algunos raros pelos de pestañas, barbas y cejas y del siempre atusado cabello.....
¡Era, sí, el Emperador mismo! ¡Parecía su estatua vaciada en bronce y roída por los siglos, como las que aparecen entre las cenizas de Pompeya!
No infundía asco ni fúnebre pavor, sino veneración y respeto.
Lo que infundía pavor y asco era nuestra impía ferocidad, era nuestra desventurada época, era aquella escena repugnante, era aquel sacrílego recreo, era la risa imbécil ó el estúpido comentario de tal ó cual señorita ó mancebo, que escogía semejante ocasión para aventurar un conato de chiste.....
¡Siquiera nosotros (dicho sea en nuestro descargo) callábamos y padecíamos, sintiendo al par, y en igual medida, reverencia hacia lo que veíamos y remordimientos por verlo! ¡Siquiera nosotros teníamos conciencia de nuestro pecado!
Pedro Antonio de Alarcón
Viajes por España
De sus múltiples «peregrinaciones» dejó Alarcón detallada cuenta en el Índice Cronológico sus viajes por España, incluido en este libro como epílogo a la recopilación de escritos reunidos en el tomo Viajes de España (1883), que comprende las narraciones Una visita al Monasterio de Yuste, Dos días en Salamanca, La granadina, De Madrid a Santander, Mi primer viaje a Toledo, y El eclipse de sol de 1860. Iban a venir después Más viajes por España, como segunda parte de este tomo, pero sólo llegaría a escribir cuatro capítulos.
03 febrero 2021
Día de san Blas (3 de febrero)
Una de las cosas que se lo estorbaban á Trapaza era haberse puesto en astillero de tan gran caballero en Madrid, huyendo no poco de verse donde estuvieren portugueses; porque como la Corte es grande, érale fácil excusar las ocasiones de encontrarlos, por obviar el que se quisiesen informar de su persona, de quien había de dar mala relación si le preguntaban cosas de África.
En este tiempo que Trapaza era absoluto dueño de su Estefanía, y ella estaba muy contenta con su empleo, sucedió que aquella dama que hallaron en el coche, cuando las encontraron el día de San Blas, y se apasionó por Trapaza, habiendo estado ausente, volvió á la Corte. Pues como comunicase á sus amigas, en dos ocasiones de fiesta que tuvieron en sus casas, sucedió hallarse en ellas Trapaza y D. Alvaro, no porque presumiesen de su estada allí alguna cosa de sus amistades, sino dando á entender que aquel era sólo conocimiento. Estuvo, pues, en las dos ocasiones nuestro Trapaza tan razonado y donairoso, que la recién venida dama (cuyo nombre era doña María) volvió á aficionarse de él, dándoselo á entender con los ojos, á hurto de las amigas. Tenía linda cara, haciendo grande ventaja á todas en hermosura.
Dióse por entendido Trapaza, y, también huyendo de los ojos de su Estefanía, le mostró con los suyos que deseara verse favorecido.
Salió de allí, informóse con fundamento de quién era la dama; supo lo que está dicho de ella, y que tenía dote para apetecerle un título, con lo cual quiso comenzar esta empresa con todo secreto. Antes de dar el primer paso en ella, un día que estaba á solas en su posada, y era día que llovía mucho, paróse un coche á la puerta de ella; y habiendo un hombre anciano, que en él venía, preguntado por él, y díchole que estaba en su cuarto, subió allá, halló á nuestro fingido caballero entreteniéndose con un laúd, instrumento que tocaba diestramente, á quien arrimaba su poco de bajete con buena gracia.
Estúvole el anciano escuchando un poco, muy pagado de su voz, y habiendo acabado de cantar una letra, avisó al paje le dijese como estaba allí. Hízolo, y mandóle Trapaza entrar. Luego que se vio en su presencia, le puso un papel en las manos, el cual abierto decía así:
«Para cierta cosa que tengo que comunicar con vos, señor D. Vasco, me importa que os vengáis en ese coche donde el portador de ésta os guiare, asegurándoos que quien esto hace no os desea sino todo bien, porque de que le tengáis pende su gusto. El cielo os guarde.— Una servidora vuestra.»
Alonso de Castillo Solórzano
Aventuras del bachiller Trapaza
Quinta esencia de embusteros y maestro de embelecadores
Novela barroca del Siglo de Oro del español Alonso de Castillo Solórzano (1584-1648?) uno de los prosistas más ingeniosos del Siglo XVII. Cultiva el retrato breve con maestría insuperable y es además autor de cuatro interesantes obras picarescas en las que se insertan muchos elementos que proceden de la novela italiana cortesana. Estamos asistiendo a la desintegración del género, a la lenta difuminación de los límites que lo separan de otras obras literarias. Aún así, todavía conservan sus novelas el tono picaresco, aunque la finalidad moralizante ha quedado atrás. No podemos decir que prescinda de la moraleja, pero sí salta a la vista que no es el aspecto didáctico lo que más le interesa. Vierte todas sus dotes de narrador en la descripción de tipos y ambientes. La amenidad y gracia de estas cuatro obras, no demasiado largas, está por encima de toda discusión (…).
Aventuras del bachiller Trapaza, quinta esencia de embusteros y maestro de embelecadores está fechada en 1637 y se cuenta entre las novelas picarescas reseñables en este siglo XVII. Narra las andanzas de Hernando o Fernando, estudiante en Alcalá, pícaro en Andalucía, estafador itinerante y galeote al final, traicionado por su amada Estefanía. Pícaro simpático que domina a las mil maravillas el arte de urdir embustes. Sigue el esquema típico de la picaresca con el relato de su ascendencia familiar y de las aventuras que corre mientras es estudiante en Salamanca y, más tarde, en Andalucía y Madrid… Dentro de la trama principal se insertan dos novelas breves de tono boccacciesco e incluso un entremés: La Castañera. En contra de lo que pudiera parecer, no interrumpen el ritmo de la acción, gracias a la habilidad con que Solórzano sabe trabarlos. Aunque esta obra puede recordarnos a veces a otros pícaros —incluso al Buscón—, está muy distante de la crudeza y el desgarramiento de algunas novelas picarescas.
02 febrero 2021
2 de febrero
No comprendo cómo pudo Elstead al fin quedar libre; pero, a juzgar por el estado en que se hallaba el extremo de la cuerda que colgaba de la esfera, se podría creer que el cable se cortó a causa de su roce continuo contra el borde del altar. El hecho es que la esfera se balanceó de pronto bruscamente, y que Elstead se elevó sobre el mundo de sus adoradores, tal como un ser etéreo, envuelto en el vacío, se elevaría otra vez, cruzando nuestra atmósfera, hacia su éter nativo. Debe haberse substraído a vista de ellos tal como una burbuja de hidrógeno que se precipita hacia arriba en el aire. Y ésta ha de haber sido para ellos una ascensión bien extraña, por cierto.
La esfera se precipitó, pues, hacia arriba con velocidad más grande aún que cuando, arrastrada por los pesos de plomo, se había hundido. Y se calentó excesivamente. Subía con las ventanillas hacia arriba, y Elstead recuerda que un torrente de burbujas hacía espuma sobre los vidrios. A cada momento esperaba verlos saltar. Después, le pareció que se soltaba una enorme rueda en su cabeza, que el compartimento acolchado empezaba a girar, y perdió el sentido. Sus primeros recuerdos, después de esto, se refieren a su camarote y a la voz del médico que lo atendía.
Sólo queda por decir que el 2 de febrero de 1896 Elstead hizo, cerca de Río de Janeiro, su segundo descenso al abismo del Océano, en condiciones mucho más ventajosas esta vez, porque habla aprovechado bien su primera experiencia, introduciendo en su aparato todas las mejoras que aquélla le había sugerido. Lo que fue de él, jamás lo sabremos.
No volvió nunca. El Ptarmigan estuvo navegando alrededor del sitio de su inmersión, esperándolo en vano durante trece días, y regresó después a Río de Janeiro, desde donde se telegrafió la triste noticia a sus amigos. En esto ha quedado hasta hoy el asunto. Pero no es muy difícil que se haga alguna vez una tentativa seria para verificar el extraño relato de Elstead sobre esas maravillosas ciudades del mar profundo.
H. G. Wells
Una historia de los tiempos venideros
En esta obra Wells plantea una historia de amor en el marco de Londres dentro de mil años. El género humano, como lo plantea el escritor, está dividido, o más bien ubicado, verticalmente de acuerdo a su situación económica. Una sociedad totalmente civilizada y automatizada es la que logra unir a Elizabeth y a Denton como la pareja central de esta historia. Ellos se aman, pero no tienen dinero para casarse. Es por eso que deciden iniciar una aventura fuera del marco de la ciudad y se lanzan a lo desconocido. Todo lo que no está comprendido en Londres se considera salvaje y es ahí cuando tienen que enfrentar situaciones que ellos consideran violentísimas, al punto de ver sangre y tener que pelear con unos perros salvajes por su vida. Esto no sería tan grave sino fuera que estos personajes están acostumbrados a que el desayuno se les sirva en una cinta transportadora y que en vez de leer las noticias opriman un botón y el fonógrafo se las lea, es decir, seres humanos habituados al mínimo esfuerzo y total tecnificación para sus movimientos. Wells toma como punto de partida la sociedad inglesa de su época y la parodia en esta obra tanto en la primera historia que se cuenta, como a lo largo de los cuentos que se encuentran al final de esta obra. Busca el shock en el lector y lo logra.
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