28 noviembre 2020

28 de noviembre

El 28 de noviembre, tras varios días de temporal, llegamos ante mi vieja amiga la isla de Madagascar y anclamos en la bahía de San Agustín, situada a su extremo sudoeste. Desembarcamos y entramos en tratos con los nativos, para obtener provisiones, especialmente bueyes. Los queríamos vivos, pues hacía un calor terrible; pero nos pareció mejor adobarlos, para ahorrar espacio, y lo hicimos según el sistema que había utilizado yo en aquel primer viaje mío a lo largo de la isla, o sea salando la carne con salitre, curándola al sol y comiéndola hervida. A nuestros hombres no les entusiasmó el sabor de aquella carne, que a mí, en otros tiempos, me había parecido deliciosa. 
Nos desquitamos de ello comiendo buey fresco a todas horas, mientras estuvimos allí. Pronto notamos que aquel lugar no era nada a propósito para nuestro negocio, y yo, que conocía la isla, les dije que la época tampoco era la más favorable para hacer presas; pero, en cambio, había dos lugares particularmente apropiados para nuestros proyectos. Uno, en la parte Este, era la bahía, frente a la cual estaba la isla Mauricio, por donde pasaban todos los buques que hacían la ruta de las Indias, a su regreso a Europa, es decir, cuando iban cargados con materiales más preciosos, viniendo de la costa Malabar, Coromandel, Fuerte San Jorge u otros sitios no menos ricos. Si queríamos dar caza a aquellos navíos, el lugar más apropiado era el que yo proponía. 

Daniel Defoe
Vida, aventuras y peripecias del famoso capitán Singleton

Salvia pratensis

salvia pratensis

27 noviembre 2020

27 de noviembre

Desgraciadamente las cosas no estaban aún arregladas a gusto de la Corte, cuando la Asamblea, sabiendo que el rey había pedido al papa una autorización, todavía no concedida, puso en conocimiento de Luis XVI que no se le exigía la sanción, sino simplemente la aceptación de los decretos de 14 de julio y 27 de noviembre, por los que se obligaba a los sacerdotes a jurar la Constitución.

El 16 de diciembre envió el rey la aceptación que se le pedía. Una hora después, habiendo encontrado a M. de Fersen, le dijo:

—¡Ah! más quisiera ser rey de Metz. Por fortuna, esto acabará pronto.

Es digno de observarse de paso, que el juramento que la Asamblea exigía a los sacerdotes no lo querían los hombres más avanzados de la revolución. Ni Robespierre ni Marat se habían decidido por él: véase como se expresaba Camilo Desmoulins en la materia:

—Si se aferran a su púlpito, no nos expongamos a romperles sus vestiduras de lino por querer arrancarlos de él: basta con el ayuno para librarnos de tales clerizontes.

Lo único que exigía era que se negase la paga a los sacerdotes pertinaces en no jurar la Constitución.

Alexandre Dumas
El drama de 1793. Escenas revolucionarias

Callistemon rugulosus

 

callistemon rugulosus callistemon rugulosus

26 noviembre 2020

26 de noviembre

Miércoles 26 de noviembre de 1924 por la noche: A medianoche, cena en Chez Marianne. Primer día que no he trabajado, tras dos semanas, pero vuelvo a casa a trabajar después de comer. Después de anoche y hasta las 12:30 de hoy me sentí enfermo. Fui a pie hasta el banco; no había correspondencia. Escribí y mandé cartas a mamá y a la universidad. Hablé con un muchacho en el banco sobre Suiza. Almorcé en la Taverne Royale. Tomé un taxi hasta la plaza de los Vosges. Fui al Museo Victor Hugo. Paseé por la plaza. Luego me encaminé al Carnavalet, estuve en los Archivos Nacionales. Las calles y aceras estrechas, los grandes ómnibus, taxis, bicicletas, camiones, y la gente como gatos, parloteando y discutiendo, me pusieron furioso. Examiné toneladas desesperantes de libros en una librería, y continué sintiéndome aplastado. Compré dos. Luego cogí un taxi en la rue du Temple, y a casa a través del tumulto del tránsito de la rue de Rivoli. Mujeres manoseando baratijas en la Samaritaine. Luego de vuelta al hotel, donde me bañé, y fui a Deux Magots (dos aperitivos); después a ver la Apollo Revue. No es tan mala como otras: una o dos buenas canciones; pero de todos modos, totalmente estúpida en conjunto.
 
Thomas Wolfe
Del tiempo y el río
 

¡A volar!