Como no hizo la menor alusión a su ausencia durante aquellos ocho días, yo me abstuve de todo comentario al respecto, limitándome a decirle simplemente que tanto yo como mis compañeros estábamos dispuestos a seguirle.
—Tan sólo —añadí— desearía hacerle una pregunta.
—Pregunte, señor Aronnax, que si puedo darle respuesta lo haré con mucho gusto.
—Pues bien, capitán, ¿cómo es posible que usted, que ha roto toda relación con la tierra, posea bosques en la isla Crespo?
—Señor profesor, los bosques de mis posesiones no piden al sol ni su luz ni su calor. Ni leones, ni tigres, ni panteras, ni ningún cuadrúpedo los frecuentan. Sólo yo los conozco y sólo para mí crece su vegetación. No son bosques terrestres, son bosques submarinos.
—¿Bosques submarinos?
—Sí, señor profesor.
—¿Y es a ellos a los que me invita a seguirle?
—Precisamente.
—¿A pie?
—En efecto.
—¿Para cazar?
—Para cazar.
—¿Escopeta en mano?
—Escopeta en mano.
No pude entonces dejar de mirar al comandante del Nautilus de un modo poco halagüeño para su persona.
«Decididamente —pensé—, está mal de la cabeza. Ha debido sufrir durante estos ocho días un acceso que aún le dura. ¡Qué lástima! Preferiría habérmelas con un extravagante que con un loco».
Jules Verne
Veinte mil leguas de viaje submarino