06 septiembre 2008
¡Usa tus remos!
La nave estaba tan cerca de Itaca que se podía ver el humo que salía de los fuegos del palacio real, cuando Ulises se durmió, absolutamente exhausto.
Sus hombres, que pensaban que la bolsa de cuero contenía vino, desataron el hilo de plata y la abrieron del todo. Los vientos salieron de golpe bramando, conduciendo la nave ante ellos. Había transcurrido menos de una hora cuando Ulises se encontró de nuevo en la isla del rey Eolo, disculpándose y suplicando más ayuda. Eolo se la denegó.
-¡Usa tus remos! -gritó secamente.
Los hombres de Ulises remaron y al día siguiente llegaron a Formia, un puerto italiano cerrado y habitado por los caníbales lestrígonos. Atracó su flota en la playa y mandó a algunos marineros a buscar agua. Pero, reunidos sobre los acantilados, los lestrígonos lanzaron piedras que hicieron pedazos sus naves. Después asesinaron y se comieron a la tripulación. Ulises escapó en una nave.
De ROBERT GRAVES - LA GUERRA DE TROYA
Sus hombres, que pensaban que la bolsa de cuero contenía vino, desataron el hilo de plata y la abrieron del todo. Los vientos salieron de golpe bramando, conduciendo la nave ante ellos. Había transcurrido menos de una hora cuando Ulises se encontró de nuevo en la isla del rey Eolo, disculpándose y suplicando más ayuda. Eolo se la denegó.
-¡Usa tus remos! -gritó secamente.
Los hombres de Ulises remaron y al día siguiente llegaron a Formia, un puerto italiano cerrado y habitado por los caníbales lestrígonos. Atracó su flota en la playa y mandó a algunos marineros a buscar agua. Pero, reunidos sobre los acantilados, los lestrígonos lanzaron piedras que hicieron pedazos sus naves. Después asesinaron y se comieron a la tripulación. Ulises escapó en una nave.
De ROBERT GRAVES - LA GUERRA DE TROYA
05 septiembre 2008
“La Cartuja de Parma” por Stendhal
Capítulo 1 ~ Milán en 1796
El 15 de mayo de 1796 entró en Milán el general Bonaparte al frente de aquel ejército joven que acababa de pasar el puente de Lodi y de enterar al mundo de que, al cabo de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor.
Los milagros de intrepidez y genio de que fue testigo Italia en unos meses despertaron a un pueblo dormido: todavía ocho días antes de la llegada de los franceses, los milaneses sólo veían en ellos una turba de bandoleros, acostumbrados a huir siempre ante las tropas de Su Majestad Imperial y Real: esto era al menos lo que les repetía tres veces por semana un periodiquillo del tamaño de la mano, impreso en un papel muy malo.
En la Edad Media, los lombardos republicanos dieron pruebas de ser tan valientes como los franceses y merecieron ver su ciudad enteramente arrasada por los emperadores de Alemania. Desde que se convirtieron en súbditos fieles, su gran ocupación consistía en imprimir sonetos en unos pañuelitos de tafetán rosa cada vez que se celebraba la boda de alguna joven perteneciente a una familia noble o rica. A los dos o tres años de este gran momento de su vida, esta joven tomaba un «caballero sirviente»: a veces, el nombre del acompañante elegido por la familia del marido ocupaba un lugar honorable en el contrato matrimonial. Entre estas costumbres afeminadas y las emociones profundas que produjo la imprevista llegada del ejército francés había mucha diferencia. No tardaron en surgir costumbres nuevas y apasionadas. El 15 de mayo de 1796, todo un pueblo se dio cuenta de que lo que había respetado hasta entonces era soberanamente ridículo y, a veces, odioso. La partida del último regimiento de Austria marcó la caída de las ideas antiguas: llegó a estar de moda exponer la vida. Se vio que para ser feliz después de siglos de sensaciones insípidas, era preciso amar a la patria con verdadero amor y buscar las acciones heroicas. Con la prolongación del celoso despotismo de Carlos V y de Felipe II, los lombardos, sometidos, se hundieron en una noche tenebrosa; derribaron sus estatuas y, de pronto, se encontraron inundados de luz. Desde hacía cincuenta años, y a medida que la Enciclopedia y Voltaire fueron iluminando a Francia, los trenos de los frailes predicaban al buen pueblo de Milán que aprender a leer u otra cosa cualquiera era un Librodot La Cartuja de Parma Stendhal trabajo inútil y que pagando con puntualidad el diezmo al párroco y contándole fielmente todos los pecados, se estaba casi seguro de obtener sitio en el paraíso. Para acabar de debilitar a este pueblo, antaño tan terrible y tan razonador, Austria le había vendido barato el privilegio de no suministrar soldados a su ejército.
En 1796, el ejército milanés se componía de veinticuatro bellacos vestidos de rojo, que guardaban la ciudad en connivencia con cuatro magníficos regimientos de granaderos húngaros. Las costumbres eran extraordinariamente licenciosas, pero muy raras las pasiones. Por otra parte, además del fastidio de contárselo todo a los curas, so pena de perdición, incluso en este mundo, el buen pueblo milanés estaba todavía sometido a ciertas pequeñas trabas monárquicas que no dejaban de ser vejatorias. Por ejemplo, el archiduque, que residía en Milán y gobernaba en nombre del Emperador, su primo, había tenido la lucrativa idea de comerciar en trigo. En consecuencia, prohibición absoluta a los labradores de vender sus cereales hasta que Su Alteza hubiera colmado sus almacenes.
De la “La Cartuja de Parma” por Stendhal
04 septiembre 2008
El chuflete (la flauta, el pito, el chiflo)
Salir quere mes de marso, entrar quere mes de april,
cuando el trigo está en grano y las flores por abrir.
Estonces el rey d'Allemaña a Francia se quijo yir.
Con sí trujo gente mucha caballeros más de mil.
Con sí trujo un chuflete delas ferias de Paris.
Lo dio el rey de boca en boca, ninguno lo supo sonorgir.
--¡Un mal ay a tal chuflete, los doblones que por él di!--
Lo tomó el rey en boca y lo supo sonorgir.
Todas las naves del mundo, a seco las hico venir.
La parida que está pariendo, sin dolores la hico parir.
La creatura que está llorando, sin teta la hico dormir.
La novia que a su novio ama, a su lado la hico venir.
--¡Un bien ay a tal chuflete, que tantos doblones di por él!
del Romancero sefaradí de Laura Papo
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