LA DEMANDA DEL SANTO GRAAL - Cómo Lanzarote Se Fue Con La Doncella (2/...)
Tras esto ordena a un escudero que ensille su caballo y le traiga las armas. Al instante todo queda listo. Cuando el rey y los demás que estaban presentes ven esto, les pesa mucho. Al darse cuenta de que no conseguirán que se quede, le dejan ir. La reina le dice: «Lanzarote, ¿acaso nos vais a abandonar un día tan señalado como hoy?» «Señora, dice la doncella, sabed que lo tendréis de nuevo aquí mañana antes de la hora de cenar». «Id entonces, dice, pues si mañana no volviera, no iría hoy con mi consentimiento». El monta y la doncella también.
Se marchan sin más despedidas y sin más compañía que un escudero que con la doncella había venido. Cuando salen de Camaloc cabalgan tan deprisa que llegan al bosque. Toman el gran camino de herradura y avanzan más de media legua hasta llegar a un valle. Entonces contemplan delante de ellos, perpendicular al camino, una abadía de monjas. En cuanto se hubieron acercado un poco, la doncella se dirige hacia allá. Al llegar a la puerta llama el escudero, les abren, descabalgan y entran. Cuando supieron los de dentro que Lanzarote había llegado corren todos a su encuentro, manifestándole una gran alegría. Lo llevaron a un aposento, donde fue desarmado, y luego vio acostados sobre sendos lechos a sus dos primos, Boores y Lionel. Se sorprende. Los despierta, y cuando éstos lo ven, lo abrazan y lo besan. Entonces comienza la alegría entre los primos. «Noble señor -dice Boores a Lanzarote-, ¿qué aventura os ha traído aquí? Pensábamos encontraron en Camaloc.» El les cuenta cómo una doncella le ha llevado a aquel lugar, pero aún no sabe por qué.
Mientras hablaban así, entraron tres monjas que iban detrás de Galaz, muchacho tan hermoso y tan bien proporcionado en todos sus miembros que apenas encontraréis uno semejante en el mundo. La dama que era más alta lo llevaba por la mano y lloraba muy tiernamente. Al llegar ante Lanzarote le dijo: «Señor, os traigo a nuestro criado, nuestro gozo, nuestra protección y nuestra esperanza, para que lo hagáis caballero, pues, a nuestro entender, de nadie más noble que vos podría recibir la orden de caballería.» Mira al niño y lo ve adornado tan maravillosamente con todas las bellezas, que piensa no haber visto jamás a nadie de su edad con una figura tan perfecta de hombre. Por la sencillez que se ve en él, espera que haga tantos bienes que le agrada prepararle para caballero. Responde a las damas que no se preocupen por esto, pues, ya que así lo desean, con gusto lo hará caballero. «Señor -dice la que lo llevaba-, queremos que sea esta noche o mañana.» «Por Dios -dice- será como queréis.»
Tras esto ordena a un escudero que ensille su caballo y le traiga las armas. Al instante todo queda listo. Cuando el rey y los demás que estaban presentes ven esto, les pesa mucho. Al darse cuenta de que no conseguirán que se quede, le dejan ir. La reina le dice: «Lanzarote, ¿acaso nos vais a abandonar un día tan señalado como hoy?» «Señora, dice la doncella, sabed que lo tendréis de nuevo aquí mañana antes de la hora de cenar». «Id entonces, dice, pues si mañana no volviera, no iría hoy con mi consentimiento». El monta y la doncella también.
Se marchan sin más despedidas y sin más compañía que un escudero que con la doncella había venido. Cuando salen de Camaloc cabalgan tan deprisa que llegan al bosque. Toman el gran camino de herradura y avanzan más de media legua hasta llegar a un valle. Entonces contemplan delante de ellos, perpendicular al camino, una abadía de monjas. En cuanto se hubieron acercado un poco, la doncella se dirige hacia allá. Al llegar a la puerta llama el escudero, les abren, descabalgan y entran. Cuando supieron los de dentro que Lanzarote había llegado corren todos a su encuentro, manifestándole una gran alegría. Lo llevaron a un aposento, donde fue desarmado, y luego vio acostados sobre sendos lechos a sus dos primos, Boores y Lionel. Se sorprende. Los despierta, y cuando éstos lo ven, lo abrazan y lo besan. Entonces comienza la alegría entre los primos. «Noble señor -dice Boores a Lanzarote-, ¿qué aventura os ha traído aquí? Pensábamos encontraron en Camaloc.» El les cuenta cómo una doncella le ha llevado a aquel lugar, pero aún no sabe por qué.
Mientras hablaban así, entraron tres monjas que iban detrás de Galaz, muchacho tan hermoso y tan bien proporcionado en todos sus miembros que apenas encontraréis uno semejante en el mundo. La dama que era más alta lo llevaba por la mano y lloraba muy tiernamente. Al llegar ante Lanzarote le dijo: «Señor, os traigo a nuestro criado, nuestro gozo, nuestra protección y nuestra esperanza, para que lo hagáis caballero, pues, a nuestro entender, de nadie más noble que vos podría recibir la orden de caballería.» Mira al niño y lo ve adornado tan maravillosamente con todas las bellezas, que piensa no haber visto jamás a nadie de su edad con una figura tan perfecta de hombre. Por la sencillez que se ve en él, espera que haga tantos bienes que le agrada prepararle para caballero. Responde a las damas que no se preocupen por esto, pues, ya que así lo desean, con gusto lo hará caballero. «Señor -dice la que lo llevaba-, queremos que sea esta noche o mañana.» «Por Dios -dice- será como queréis.»