La fábula camina por valles y montes, cruza mares y cordilleras, se abandona a las corrientes del tiempo. Los siglos, antes de destruirla, la agigantan. Las distancias no la borran: le dan nuevo, resplandeciente, colorido. El cuento de unas mujeres reinas de un territorio al cual los hombres solo tendrían acceso una vez al año, protegidas por el ardiente ímpetu de la agresividad femenina, es invención antiquísima. Herodoto habla de aquellas amazonas viricidas y Plutarco les señala un vasto territorio ruso encuadrado entre el Cáucaso y el Volga. Otros piensan que las amazonas estarían en los contornos del Báltico, en Suecia o en Finlandia. Francisco Támara las situaba en el África, en la Sierra Leona; Duarte López en Etiopía: la reina de las amazonas etíopes nunca conoce varón y es venerada como diosa. Hay la tradición de que a esa vida y costumbre las llevó la reina de Saba en tiempos de Salomón y que por la nobleza de este origen la protegen y ayudan los reyes comarcanos.
Sea lo que fuere de este apólogo que se diría inventado por un sindicato de maridos temblorosos frente al poder de sus mujeres, la Edad Media recogió estos inventos y los adornó con variaciones infinitas. Los ingleses aparecen en primer término poniendo a cocinar mil historias fantásticas en un libro del siglo VIII —Liber Monstruorum—. Luego viene la carta de fray Giovanni donde habla de la provincia Femmenie a donde los hombres solo pueden llegar una vez al año y que está gobernada por tres reinas. El cuento francés es más abierto. Está recogido con el nombre de Sidrac y dice que al campo de las amazonas los hombres van cuatro veces al año y entonces son los banquetes, los bailes y los ayuntamientos placenteros que duran ocho días. Luego, se van los hombres a esperar que venga la nueva estación. En el Mappemonde de Pierre —siglo XIII— las amazonas aparecen como las guerreras famosas que contribuyen con sus fuerzas al asalto de Troya. En su provincia, dice, hay dos castillos y sus tierras confinan con Hircania, nación rica en animales extraños. En los bosques hay grandes pájaros fosforescentes cuyas alas alumbran en la noche...
Caminando así la novela de los griegos, llega en 1440 a quedar bajo el prestigio del cardenal D'Ailly, que la traslada a su Imago Mundi, de donde la toma don Cristóbal Colón. Con la leyenda va él navegando en sus carabelas. Las amazonas, piensa, no han de estar ni en el África, ni en Escandinavia, sino en el Asia a donde se encamina. Llegando al Caribe, como un encantador, echa al viento la noticia, y en pos de las amazonas se mueven lo mismo adalides que soldados. No es cosa solo de españoles crédulos: la novela no es de España sino de toda Europa. Hombres de todas las naciones y lenguas, unos porque han leído el cuento, otros porque lo han oído, todos se mueven hacia la misma ilusión y aceptan ese capítulo de la geografía fantástica que principalmente ha llegado a España desde Francia. Los primeros convencidos son los italianos, con Colón a la cabeza. De Colón recibe el informe otro italiano, Pietro Mártir, que lo traslada en sus cartas al Papa, y así se difunde en el mundo latino. Otro italiano, Pigafetta, que acompaña al portugués Magallanes en la vuelta al mundo, dice que las amazonas están en la isla de Ocoloro, al sur de Java: las fecunda el viento. Giovanni Botero Benesi, en cambio, sabe que están en el gran río de América: «Caso che si tu guardi la propietá del vocabulo di Amazzone e favula, ma si tu guardi l'effeto che si attribuiva alle Amazzone che é combatere, non e mirabili in quei paesi...» Italia es el país ideal para hacerle coro a la noticia, y así no hay que sorprenderse si Ariosto lo hace en su Orlando Furioso...
Era Alemania el gran país de la magia. Los alemanes —los de los Welser y los Fugger-—», que entran en la gran aventura americana siguen la corriente fabulosa y la acrecientan. Federmann sale del Coro en Venezuela en busca de El Dorado, y en el camino se entera de que en la cuenca del Orinoco se encuentran amazonas y pigmeos. Al sur, en el Río de la Plata, Ulrich Schmidt, que se ha incorporado a los españoles que hacen el descubrimiento y conquista del Paraguay, recibe las mismas informaciones que su distante compañero Federmann.
Pasa el turno a los ingleses, que estaban muy bien preparados para aceptarlo todo desde el siglo VIII cuando se compuso para anglosajones el libro de los monstruos Liber Monstruorum, citado como antecedente a la carta de fray Giovanni. Además, entre sus viajeros está Sir John Mandeville que reverdece el mito amazónico. En todo caso, Sir Walter Raleigh lo acoge y uno de los capítulos fascinantes de su viaje a Guayana es el de estas mujeres del Orinoco.
Los grandes herederos de la fábula serán los portugueses en cuyo imperio americano la hoya del Amazonas forma la gran entraña verde del Sur. En las relaciones de quienes la exploran queda la esencia, el compendio, la suma del mundo mágico, y así las amazonas entran por derecho propio a las Lusíadas de Camoens.
Lo de los españoles es obvio por la amplitud que ha dado a sus conquistas la propia bula del Papa cuando les fijó el meridiano para que hicieran bajo su bandera toda la colonización hacia el occidente. Juan Díaz descubre en Yucatán el hogar de las famosas guerreras, de cuyas fortalezas tiene noticias, y el gobernador de Cuba, Diego Velásquez, al hacer las capitulaciones que ponen en manos de Hernán Cortés la conquista de México, en la cláusula pertinente dice: «Porque dizque hay gentes de orejas grandes y anchas y otras que tienen caras como de perro, buscadlas... y así mismo dónde y en qué parte están las amazonas que dicen los indios que vos lleváis...» Cortés, a su turno, siendo tan objetivo en sus cartas, escribe más tarde a Carlos V cómo ha tenido noticia por los indios de haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y encomienda a su pariente Francisco Cortés explorar la tierra de las amazonas de que hablan las antiguas historias. Linda manera de hacer que los indios entren ahí mismo a participar en la fábula europea. Cristóbal de Olid por Ceguatán, y Nuño de Guzmán por Michoacán, van cada uno por su parte en busca de las amazonas mexicanas, tal como el hermano de Jiménez de Quesada, Hernán Pérez, lo hace en el Nuevo Reino de Granada. De Chile escribe Agustín de Zarate: «Los indios de Leuchogona dijeron a los españoles que hay entre dos ríos una gran provincia toda poblada de mujeres». En el Paraguay el encantado es Hernando de Rivera cuyas noticias recoge y transmite Alvar Núñez Cabeza de Vaca: «Hacia el noroeste habitan y tienen muy grandes pueblos unas mujeres que tienen mucho metal blanco y amarillo: los asientos y servicios de sus casas son todos de esos metales: su reina es una mujer... Cercana, está una nación de indios pigmeos.»
Para abreviar el relato, digamos que las amazonas que llevó a América la mente confusa y soñadora de Colón se convierten en algo que puebla el corazón de Sur América, se prolonga a Chile y el Río de la Plata, se dilata hasta el Perú, Nueva Granada, Venezuela y Guayana, y en la América del Norte deja el nombre de la reina de las Amazonas, California, clavado en una península, un mar, un golfo, y dos estados, en donde se unen los candores de mexicanos y yanquis de nuestro tiempo.
La leyenda torna a Europa. Se multiplica en los libros de Caballería —Las Sergas de Esplandián, Lisuarte de Grecia—, que edita el alemán Cromberg en Sevilla, y en los de Historia que editan los impresores flamencos en Amsterdam. Esos historiadores son lo mismo los que de veras han estado en América como Fernández de Oviedo, o los que jamás cruzaron el mar, como Antonio de Herrera o Solís. Y comienza a producirse el mestizaje de las magias. El inca Garcilaso de la Vega, mitad peruano, mitad español, se traslada a España para escribir sus Comentarios Reales y La Florida que contribuyen a difundir el cuento que camina de regreso. Con lo cual se afirma más, en pleno Renacimiento, la tradición de la magia medieval.
Tan a lo vivo se tomaba lo de las amazonas en España, que un agente de Carlos V escribía al emperador en 1533 para decirle que a los puertos de Santander y Laredo habían llegado sesenta naves con diez mil amazonas, atraídas por la fama de ser muy hombres los naturales de esas provincias. Venían a hacer generación, y pagaban por su trabajo, a cada garañón que las preñase, quince ducados por su trabajo... El hecho es que en Valladolid bajó por este motivo el precio de la carne...
Sobra decir de las bellezas de la geografía ilustrada que comenzó a difundirse entonces por Europa, con grabados tan hermosos como los de Bry, hechos en Francfort, y mapas de colores con escenas americanas que por mucho tiempo circularon recreando amazonas, antropófagos, gigantes y pigmeos...