Filimario lucha tenazmente y está a punto de ceder. Ketty vigila. Una fuga escabrosa. Clotilde estaba ahí. 7 de julio de 1885.A la mañana siguiente, los tres caballeros fueron llevados a presencia del señor digno que estaba sentado detrás del escritorio, teniendo a su lado al jefe.
—¿Están ustedes dispuestos a confesar su verdadera identidad, que no es ciertamente la que resulta de sus papeles, y todo lo que se refiere a este asunto del opio y las patatas, o prefieren ustedes hacerlo después de un interrogatorio de tercer grado? —se informó el señor digno.
—Perdone si le contesto con una pregunta— dijo Filimario—. ¿Le es posible a usted, en el interés de la Justicia, oír a nuestro cónsul, barón Nederlet? El podrá esclarecer perfectamente la cuestión de nuestra verdadera identidad.
Mientras un agente salía en dirección al consulado, Filimario explicó brevemente que él y sus dos compañeros (después de haber desembarcado en un bote en la isla de Bess por haberle sido al yate imposible atracar) habían sido capturados por una banda de maleantes.
—El señor Troll, nuestro conciudadano y amigo— concluyó Filimario, evitando con cuidado el citar el maldito nombre de Clotilde—, había puesto a nuestra disposición su casa de la isla de Bess. Pero alguien la había ocupado antes que nosotros.
El jefe se echó a reír divertido.
En los treinta años que trato con maleantes —exclamó— no había oído nunca una historia tan simple e inocente.
—Lo creo —admitió Filimario—. Yo, en cambio, que trato desde hace treinta y tres años con caballeros, las he oído a millares.
Un agente advirtió que el cónsul, barón Nederlet, estaba en la antesala. El insigne personaje fue introducido inmediatamente, y en cuanto divisó a Filimario, abrió los brazos.