24 diciembre 2008

¿A quién le importaba?

Aquellas mañanas de adviento cuando el dibujo de la cencellada iluminaba nuestro camino futuro en ramificaciones insospechadas, cuando de las rozadas zarzas sobre nuestras cerillas brotaba el crepitante fuego y nos calentaba las manos en cualquier prado que crujía bajo el peso de los pies menudos.
Y nos reíamos, nos reíamos y arrancábamos el musgo de las peñas para llevarlo en una cesta… a la iglesia. Teníamos siete años y ya habíamos probado el sabor de los lejanos caminos. Ulises lo inventamos nosotros y la Navidad y el frío de una mañana luminosa de niebla y escarcha.
Saludos

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