Aquellas mañanas de adviento cuando el dibujo de la cencellada iluminaba nuestro camino futuro en ramificaciones insospechadas, cuando de las rozadas zarzas sobre nuestras cerillas brotaba el crepitante fuego y nos calentaba las manos en cualquier prado que crujía bajo el peso de los pies menudos.
Y nos reíamos, nos reíamos y arrancábamos el musgo de las peñas para llevarlo en una cesta… a la iglesia. Teníamos siete años y ya habíamos probado el sabor de los lejanos caminos. Ulises lo inventamos nosotros y la Navidad y el frío de una mañana luminosa de niebla y escarcha.
Saludos
Y nos reíamos, nos reíamos y arrancábamos el musgo de las peñas para llevarlo en una cesta… a la iglesia. Teníamos siete años y ya habíamos probado el sabor de los lejanos caminos. Ulises lo inventamos nosotros y la Navidad y el frío de una mañana luminosa de niebla y escarcha.
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