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La señorita Narracott, la recepcionista, era una dama de cuarenta y siete años, de generoso busto, peinada a la moda de hacía varios años.
La señorita Narracott, la recepcionista, era una dama de cuarenta y siete años, de generoso busto, peinada a la moda de hacía varios años.
Acogió sonriente a Giles, a quien vio en seguida, con la precisión que le permitía una larga experiencia, como «uno de nuestros agradables clientes». Y Giles, que resultaba ser un hombre locuaz y persuasivo cuando se lo proponía, recurrió a una historia bien urdida. Acababa de cruzar una apuesta con su esposa… Él sostenía que la madrina de ésta había estado hospedada en el «Royal Clarence» dieciocho años atrás. Su mujer habíale dicho que no podría probar nunca su afirmación porque seguramente, en el establecimiento, no eran conservados los libros-registros tan antiguos. ¡Qué disparate! Un hotel como el «Royal Clarence» debía de guardarlos todos. Quizá poseía hasta los de hacía un siglo…
—Bueno, no tanto, señor Reed. Nosotros conservamos todos nuestros libros de visitantes, como preferimos llamarlos. En las páginas de muchos de ellos figuran interesantes nombres. Una vez se hospedó aquí el rey, siendo príncipe de Gales, y la princesa Adelmar de Holstein-Rotz solía pasar en este hotel todos los inviernos, con su dama de compañía. Hemos facilitado alojamiento, además, a novelistas famosos, y a artistas como el señor Dovery, el pintor retratista.
Giles correspondió a estas manifestaciones mostrando un gran interés por ellas, un profundo respeto. Y, finalmente, vio frente a él el volumen correspondiente al año que había dicho.
La recepcionista le enseñó varios nombres ilustres. Luego, Giles pasó unas páginas, buscando el mes de agosto.
Sí, seguramente era ésta la anotación que intentaba localizar:
«Comandante Setoun Erskine, y señora, Anstell Manor. Daith, Northumberland, 27 de julio-17 de agosto».
—¿Puedo copiar esto?
—Desde luego, señor Reed. Aquí tiene papel y tinta… ¡Oh! Va usted a utilizar estilográfica. Perdóneme. He de apartarme de aquí un momento.
Giles se quedó solo ante el libro abierto, tomando nota de lo que acababa de leer.
Al regresar a «Hillside» encontró a Gwenda en el jardín inclinada sobre unas plantas.
—¿Ha habido suerte?
—Sí. Creo haber dado con él.
Gwenda leyó la nota:
—«Anstell Manor, Daith, Northumberland». Sí, Edith Pagett dijo Northumberland. ¿Seguirán viviendo allí?
—Tendremos que ir a verlo.
—Sí, sí… Será mejor ir… ¿Cuándo?
—Lo antes posible. ¿Mañana? Cogeremos el coche. El viaje te servirá para que conozcas algunas cosas más de Inglaterra.
—Supongamos que los Erskine han muerto, o que se han ido a vivir a otra parte.
Giles se encogió de hombros.
—Pues entonces regresaremos y seguiremos otras pistas. A propósito, he escrito a Kennedy, pidiéndole que me envíe las cartas que le dirigió Helen cuando se fue… si es que todavía obran en su poder… aparte de una muestra de su escritura.
—Me gustaría mucho establecer contacto con la otra criada, con Lily, la que le puso el lazo a «Thomas»…
—Es curioso que te acordaras de ese detalle, Gwenda.
—Sí, ¿verdad? Y recuerdo también perfectamente a «Tommy». Era negro, con algunas manchas blancas, y tuvo tres gatitos adorables.
—¿Cómo puede ser eso? ¿«Thomas»?
—Bueno, se le llamaba «Thomas», pero resultó ser «Thomasina». Ya sabes lo que pasa con los gatos. En cuanto a Lily… ¿Qué habrá sido de ella? Al parecer, Edith Pagett no volvió a saber más de esta mujer. Tras lo sucedido en «Santa Catalina» se colocó en Torquay. Creo que escribió una vez o dos… A Edith le contaron que se había casado, no sabe con quién. Si pudiéramos localizarla nos enteraríamos de bastantes detalles más.
—¿Has pensado, asimismo, en Layonee, la chica suiza?
—Bueno, era una extranjera al fin y al cabo y no captaría muy bien lo que sucedía aquí. He de decirte que no me acuerdo en absoluto de ella. Tengo la impresión de que Lily puede sernos muy útil. Lily era una chica avispada… ¿Por qué no ponemos otro anuncio, Giles? Destinado a ella, por supuesto. Se llamaba Lily Abbott.
—Sí. Daremos ese paso. Y mañana nos trasladaremos al Norte, a ver qué podemos averiguar por mediación de los Erskine.
Agatha Christie
Un crimen dormido
Miss Marple
Poco después de que Gwenda se mudara a su nueva casa, comenzaron a suceder cosas extrañas. A pesar de sus esfuerzos por modernizar la vivienda, lo único que consigue es desenterrar el pasado que duerme entre sus paredes. Aún peor, comienza a sentir un terror irracional cada vez que sube las escaleras…
Presa del pánico, Gwenda decide acudir a la señorita Marple para exorcizar sus fantasmas. Juntas deberán resolver un crimen «perfecto», cometido hace ya demasiado tiempo…
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