10 octubre 2024

10 de octubre.

 10 de octubre

La fama que te van dando de persona sólida, dura, voluntariosa y exitosa comporta el sobreentendido de que quieren apoyarse en ti, radicarse en tu fuerza, desviarla hacia sus fines. En resumen, destruirla. Parece que no supieran que la solidez te la has creado con un fin que no es el de ayudarles.
Un viejo sueño. Estar en el campo con una mujer guapa —Greer Garson o Lana Turner— y hacer una vida sencilla y perversa. Cosas superadas. No lo pienses más.

Cesare Pavese
El oficio de vivir

El oficio de vivir, diario de Cesare Pavese, fue publicada por primera vez en italiano en 1952, la obra alcanzó extraordinaria resonancia entre varias generaciones sucesivas de lectores en todo el mundo; pero sólo en 1990 apareció en italiano finalmente esta nueva edición, basada en el manuscrito autógrafo que se conserva en la Universidad de Turín, que enmienda numerosos errores de la transcripción de las ediciones anteriores y restituye más de treinta pasajes omitidos total o parcialmente en ellas, por hacer referencia a personas vivas o por juzgarse su contenido «demasiado íntimo y sensible».
Llevada a cabo con el máximo rigor erudito y filológico, la presente edición procura el óptimo acceso a una creación esencial de la cultura contemporánea, traducida por el relevante poeta y traductor Ángel Crespo. Una de las reflexiones más lúcidas y desgarradas sobre la literatura y la vida, la historia y el sexo.

Helianthus salicifolius

helianthus salicifolius

09 octubre 2024

9 de octubre.

 Franco y yo llegamos a Valencia el mismo día: él venía a visitar el acorazado Coral Sea, de la VI Flota, fondeado en aguas de la Malvarrosa; yo iba a estudiar el preuniversitario en la academia Castellano que estaba en la plaza de los Patos. Era un 9 de octubre, festividad de San Donís, patrón de los pasteleros. Ese día se celebraba en Valencia la tradición de la mocadorada: los enamorados se obsequiaban con un pañuelo repleto de dulces, frutos secos y peladillas. Los novios ricos solían anudar el pañuelo con una pulsera o una sortija de valor pero ese día en que llegué a Valencia yo no tenía a nadie a quien dar un caramelo. En cambio a la esposa del Caudillo en el ayuntamiento le acababan de regalar un mantón de Manila lleno de golosinas y alhajas selectas en un acto oficial que estaba retransmitiendo con voz muy redonda el locutor de Radio Alerta: en este momento el excelentísimo señor alcalde en el salón de columnas hace ofrenda a la doña Carmen de un riquísimo mantón de Manila bordado a mano que rebosa de todo lo más dulce que se fabrica en la hermosa ciudad de Valencia, queridos radioyentes, con todo el surtido de turrones los valencianos ofrendamos a la señora también nuestro corazón agradecido.

Mientras el locutor llenaba de azúcar las ondas del espacio yo iba con la maleta en la mano por la calle Pascual y Genís, y allí había una pastelería llamada Nestares que tenía en el escaparate la imagen de Franco fabricada con frutas confitadas, cerezas, higos, orejones, albaricoques, melocotones, junto al escudo de España y la bandera nacional hecha con pasteles y repostería fina. Muy cerca del cine Suizo, en la plaza del Caudillo, la pastelería Rívoli también exhibía la figura de Franco confeccionada a base de almendras garrapiñadas. La Rosa de Jericó, en la calle de la Paz, había montado un motivo patriótico con un arreglo de trufas típicas de la casa y en Noel se podía ver un gran retrato del Vigía de Occidente que hacía sonreír el bigotito entre las columnas de Hércules en chocolate con un letrero de merengue que decía: Plus Ultra. Pero ese día lo más dulce de Valencia era el sol de otoño.
Yo había llegado a la estación del Norte con una carbonilla en el ojo oliendo a humo por todas las costuras del traje de Tamburini y también traía los distintos perfumes agrícolas que había ido acumulando a través de la ventanilla abierta. Había cruzado los tablares de hortalizas de Moncófar, los naranjales de Sagunto, los carrizales del Puig donde pastaban toros de media casta. Después aparecieron algunas barracas en la huerta de Alboraya con surcos abiertos a tiralíneas y en ellos había toda clase de verduras del tiempo entre las cuales aparecían labradores con la espina doblada y figuras de rocines arando a lo lejos y la renqueante velocidad del convoy confería a aquella geometría vegetal una sensación óptica muy próxima a la perfección de la naturaleza. A la altura del Cabanyal el paisaje había comenzado a llenarse de tapias y escombreras con cañizares y almacenes destartalados, y en seguida el tren se había metido resoplando ya con lentitud entre las fachadas sucias con mucha ropa tendida en las ventanas y la máquina no había parado de silbar con un sonido amenazador cuando atravesaba algunas bocacalles de la ciudad que tenían la barrera echada, y en el paso a nivel del Camino de Tránsitos esperaba la gente con motos, bicicletas, camiones y otros carromatos. Bajo el asiento había sentido que las vías se multiplicaban o se dividían con cada golpe de agujas que sacudía los vagones. Esta vez también me había parecido que las ruedas discurrían por aquella trama de rieles guiadas sólo por un instinto que les había hecho llegar de forma inexorable al andén exacto y que el primer sorprendido había sido el propio maquinista.

Manuel Vicent
Tranvía a la Malvarrosa

En la Valencia todavía campesina y huertana de los años cincuenta, en la que se producen hechos tan sonados como el crimen de la envenenadora o el garrote vil al esquizofrénico que asesinó y cubrió de flores a una niña, el protagonista atraviesa la adolescencia sobre un fondo de boleros en un viaje heroico para encontrarse a sí mismo… Un viaje en pos de la conciencia y la madurez que se realiza en un tranvía hacia la playa de la Malvarrosa…
Una maravillosa novela sobre el fin de la inocencia y el despertar a la edad adulta. Su novela más leída.

Allium aflatunense

allium aflatunense

08 octubre 2024

8 de octubre.

 Al principio del verano llegó de París Francisco Lucientes, con quien me unía una amistad excepcional. Venía como corresponsal de Ya en Alemania. Para mí fue una alegría inmensa tenerle en Berlín.

Lucientes se fue a vivir al Hotel Edén, y luego a una pensión que creo que estaba en la Rankestrasse. Lo que no se me ha olvidado es el número de la casa: 222, que nos era muy difícil decirlo a los taxistas. Después Paco vino al Hotel Imperial, en el 181 del Kurfürstendamm, donde yo había ya estado. Hacíamos la vida juntos, y durante el verano íbamos con frecuencia a los lagos de los alrededores. De lo que más me acuerdo es de los hoteles de Haus Gatov y de Potsdam.
Los bombardeos más fuertes de aquel tiempo creo que fueron los de agosto y los de septiembre.
En septiembre volví a encontrarme mal de salud y andaba preocupado con que me pudiera repetir el ataque, cuando recién entrado octubre me ocurrió un disgusto personal, convertido más tarde en noble raíz amistosa, que me desquició mayormente los nervios, entrándome tal antipatía por Berlín que decidí no sufrirlo más.
Coincidió todo aquello con que a Francisco Lucientes no le gustaba Berlín ni poco ni mucho ni quería seguir en su puesto, porque antes que nadie tuvo una idea muy clara de cómo había de seguir y de terminar la guerra, y hablándome él de volverse a París le dije que con él me iba, pareciera mejor o peor a mi periódico la decisión.
Precipitadamente salí con Lucientes para París el 8 de octubre de 1940, con un permiso de ida y vuelta que pedí en el Ministerio, donde no dije la verdad de mis propósitos.
El 9 de octubre dormí en el Hotel Ambassadeur, donde provisionalmente quedé instalado. Me encontraba mal y muy deprimido y le rogué a Paco que se quedara aquella noche en el hotel, pero él me explicó que no le era posible y que a la mañana siguiente vendría a despertarme.
Sentía una angustia terrible y como un presentimiento de que me iba a morir aquella noche. Entonces le pedí a Paco que me dejara el número de su teléfono por si me encontraba mal. Lo apunté, pero él me dio un número falso. Lucientes era un tanto misterioso e impenetrable en su vida íntima. Menos mal que no me morí, y que a la mañana siguiente él vino a buscarme.
En un carnet de notas tengo apuntadas algunas cosas de estos primeros días en París.

César González-Ruano
Memorias. Mi medio siglo se confiesa a medias

Quizás el secreto del arte de González-Ruano esté en la perfecta armonización de los contrarios. De ahí que su prosa tan resabiada y sutil sea a la vez tan aparentemente vigorosa y espontánea, tan llena de pasión y de escepticismo, de ternura y de crueldad, de curiosidad por todo y de desgana ante todo. En pocos escritores se adivina tan a las claras como en él que el estilo es el hombre, que vida y estilo deben corresponderse íntimamente, sin frivolidades ni componendas, en la obra de todo verdadero escritor.

Paisaje con perro

disfrutando del paseo

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...