01 junio 2023

Curiosidades sobre el chocolate. «Chocolates Escobedo, lo mejor del mundo entero»

 Entre las múltiples historias que se cuentan respecto a la comercialización en España del chocolate, merece la pena detenerse en la de un tal Escobedo, quien tras aprender en La Española el método de refinamiento del zumo de caña azucarera, parece que fue el primero, o al menos uno de los primeros, en elaborar chocolate con azúcar refinado, canela y ajonjolí de Castilla. Con la masa caliente fabricaba unas tabletas de masa que desleía en leche caliente, en lugar de agua, para dar mayor dulzor y espesura al preparado. Pero lo verdaderamente curioso es que este innovador empresario chocolatero introdujo en España su producto, entre finales del siglo XVI y principios del XVII, envuelto en una hoja con ilustraciones, que hizo imprimir en la ciudad de México, con un lema o eslogan comercial que decía: «Chocolates Escobedo, lo mejor del mundo entero», y un texto en el que se podía leer:
Es el chocolate Escobedo desayuno y merienda ideal. Calentito y a la taza, ayuda a gastar las flemas que de la cena quedaron en el estómago, extirpando la ventosidad y malos humores, y a quebrar la piedra de los riñones, provocando el menstruo y la orina. Si lo toma la mujer estéril, se hace preñada, si lo toma la parida, tiene sobrada leche, si lo toma el melancólico, conforta el hígado, si el hidropésico, seca el humor seroso. Chocolate Escobedo es golosina que es medicina.

Dejando a un lado las alegrías de los supuestos usos terapéuticos, naturalmente redactados en el tono y en la medida de los conocimientos científicos de la época (aun directamente influidos por los postulados de Galeno), llama poderosamente la atención el inicio y el final del texto. El primero es tal cual el eslogan de Cola-Cao y el último la referencia publicitaria de la Quina Santa Catalina, ambos de mediados del siglo XX. Parece que las «intertextualizaciones» no son solo cosa de estos tiempos.

Miguel Ángel Almodóvar

Eso no estaba en mi libro de historia de la cocina española

Campo de lavanda

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30 mayo 2023

30 de mayo

Primeros días de viaje, primeras aventuras nocturnas y sus consecuenciasEse puntual cumplidor de todo trabajo, el sol, acababa de levantarse y de alumbrar la mañana del 30 de mayo de 1827 cuando Samuel Pickwick, surgiendo de sus sueños cual otro sol, abría la ventana de su cuarto y contemplaba al mundo que debajo de él se extendía. Goswell Street hallábase a sus pies; Goswell Street tendíase a su derecha, y hasta donde la vista alcanzar podía veíase a la izquierda Goswell Street, y la acera opuesta de Goswell Street mirábase enfrente. «Tales —pensaba Mr. Pickwick— son las limitadas ideas de aquellos filósofos que satisfechos con el examen de las cosas que tienen ante sí no descubren las verdades que más allá se esconden. Así, podía yo contentarme con mirar simplemente Goswell Street sin preocuparme en penetrar las ocultas regiones que a la calle circundan.» Y después de producir Mr. Pickwick esta hermosa reflexión, embutióse en su traje, y sus trajes en el portamantas. Los grandes hombres rara vez se distinguen por la escrupulosidad de su indumento; así, pues, la operación de rasurarse, vestirse y sorber el café pronto estuvo concluida, y una hora después, Mr. Pickwick, con su portamantas en la mano, su anteojo en el bolsillo de su amplio gabán y el libro de notas en el del chaleco, dispuesto a recibir cualquier descubrimiento digno de registrarse, llegaba a la cochera de San Martín el Grande.
—¡Cochero! —exclamó Pickwick.
—Aquí está, sir —articuló un extraño ejemplar de la raza humana, con cazadora de tela de saco y mandil de lo mismo, que con una etiqueta y un número de latón en el cuello parecía catalogado en alguna colección de rarezas. Era el mozo de limpieza—. Aquí está, sir. ¡Vamos, el primero!
Y hallado el cochero número 1 en la taberna donde había fumado su primera pipa, Mr. Pickwick y su portamantas fueron introducidos en el vehículo.
—¡A Golden Cross! —ordenó Mr. Pickwick.
—¡Nada, ni para un trago, Tomás! —exclamó malhumorado el cochero, dirigiéndose a su amigo el mozo, al arrancar el coche.
—¿Qué tiempo tiene ese caballo, amigo? —preguntó Mr. Pickwick, frotándose la nariz con el chelín que había sacado para pagar el recorrido.

la alegría infantil

la alegría infantil

¡A volar!