20 noviembre 2022

Alarma en el nacimiento

Alarma en el nacimiento

Una vez, cuando faltaba poco para Navidad, un niño hizo su Nacimiento. Preparó las montañas de cartón piedra, el cielo de papel de seda, el laguito de cristal, el portal con la estrella encima. Colocó las figuritas con fantasía, llevándolas una por una desde la caja en las que las guardó el año anterior. Y tras haberlas colocado en sus sitios —los pastores y las ovejas sobre el musgo, los Reyes Magos en la montaña, la vieja castañera junto al sendero— le parecieron pocas. Quedaban demasiados espacios vacíos. ¿Qué hacer? Era demasiado tarde para salir a comprar otras figuritas y, además, tampoco tenía tanto dinero…

Mientras miraba alrededor, a ver si se le ocurría una idea, le saltó a los ojos otra gran caja, aquélla en la que había metido a descansar, de pensionistas, algunos juguetes viejos: por ejemplo, un piel roja de plástico, último superviviente de toda una tribu que marchaba al asalto de Fort Apache…, un pequeño aeroplano sin timón, con el aviador sentado en la carlinga…, una muñequita un poco «hippy» con la guitarra en bandolera; había llegado a casa por casualidad, dentro de la caja de detergente para la lavadora. Naturalmente nunca había jugado con ella, los varones no juegan con muñecas. Pero, mirándola bien, era verdaderamente mona.

El niño la depositó en el sendero del Nacimiento, junto a la viejecita de las castañas. Cogió también al piel roja, con el hacha de guerra en la mano, colocándole al final del rebaño, junto a la cola de la última oveja. Por último, colgó de un hilo el aeroplano y su piloto, en un árbol de plástico bastante alto que en otros tiempos fue un árbol de Navidad, de esos que se compran en los grandes Almacenes, y les encontró también un sitio sobre la montaña, no muy lejos de los Reyes Magos y sus camellos. Contempló satisfecho su trabajo, después se fue a la cama y se durmió en seguida.

Entonces se despertaron todas las figuritas del Nacimiento. El primero que abrió los ojos fue uno de los pastores. Notó en seguida que en el Belén había algo nuevo y diferente. Una novedad que no le hacía demasiada gracia. En realidad no le hacía ninguna gracia.

—Eh, ¿pero quién es ese tipejo que sigue a mi rebaño con un hacha en la mano? ¿Quién eres? ¿Qué quieres? Márchate en seguida si no quieres que te eche encima a los perros.

—Augh —hizo el piel roja por toda respuesta.

—¿Cómo has dicho? Oye, habla claro, ¿entiendes? O mejor, no digas nada y vete con tu hocico rojo a otra parte.

—Yo quedarme —dijo el piel roja, ¡augh!

—¿Y ese hacha? ¿Para qué la quieres? Anda, dímelo. ¿Es para acariciar a mis ovejas?

—Hacha ser para cortar leña. Noche fría, yo querer hacer fuego.

En ese momento también se despertó la castañera y vio a la chica con la guitarra en bandolera.

—Oye, muchacha, ¿qué clase de gaita es la tuya?

—No es una gaita, es una guitarra.

—No estoy ciega, veo muy bien que es una guitarra. ¿No sabes que sólo están permitidas las zambombas y las flautas?

—Pero mi guitarra tiene un sonido precioso. Escuche…

—Por caridad, para ya. ¿Estás loca? ¡Qué cosas! ¡Ah, la juventud de ahora! Escucha, lárgate antes de que te tire a la cara mis castañas. Y te advierto que queman, ya casi están asadas.

—Las castañas son ricas —dijo la chica.

—¿Encima te haces la graciosa? ¿Quieres quedarte con mis castañas? Entonces, además de una desvergonzada, eres también una ladrona. Ahora vas a ver… ¡Al ladrón! Quiero decir, ¡a la ladrona!

Pero no se oyó el grito de la viejecilla. El aviador había escogido precisamente ese momento para despertarse y poner en marcha el motor. Dio un par de vueltas sobre el Nacimiento, saludando a todos con la mano, y aterrizó junto al piel roja. Los pastores le rodearon amenazadoramente:

—¿Qué pretendes? ¿Asustar a las ovejas?

—¿Destruir el Belén con tus bombas?

—Pero si no llevo bombas —respondió el aviador—, éste es un aparato de turismo. ¿Queréis dar una vuelta?

Pájaros

Valdemoro, en los baldíos despues de una noche de tormenta

19 noviembre 2022

SOL DORAMEMBRILLOS

 SOL DORAMEMBRILLOS

Sol doramembrillos en la tarde,
y piensas siempre
en el frutero azul del aparadorcito de tu infancia
tan antiguo, y el dorado arrope:
la merienda. Siempre piensas.
Mas ya no es aquel sol, ahora madura
tu propio cuerpo con otoños
también rojos y dorados, dulces,
pero sabes
que no es azul, ni de cristal la tumba,
ni infancia, ni merienda hay en lo oscuro. 

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO 
TIEMPO DE EURÍDICE
Ed. Fundación Jorge Guillén.
Valladolid, 1996.

Pájaros

 Valdemoro, en los baldíos despues de una noche de tormenta

18 noviembre 2022

ODA: INSINUACIONES DE INMORTALIDAD EN LOS RECUERDOS DE TEMPRANA INFANCIA

X 

Cantad pues, oh pájaros, ¡cantad una canción jubilosa!
¡Dejad brincar a los jóvenes corderos
como si siguieran el ritmo del tambor!
¡Nosotros nos uniremos con el pensamiento a vuestra multitud,
vosotros que tocáis la gaita y vosotros que jugáis,
vosotros que a través de vuestros corazones a diario
sentís el regocijo de mayo!
Aunque el resplandor que una vez fue tan luminoso
sea ahora retirado para siempre de mi vista,
aunque nada pueda devolver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria entre las flores;
no lloraremos, sino que encontraremos
fuerza en lo que queda atrás;

en la comprensión original
que al haber sido una vez debe permanecer para siempre;
en los lenitivos pensamientos que se levantan
del sufrimiento humano;
en la fe que mira a través de la muerte,
en los años que traen la mente filosófica.

William Wordsworth

La abadía de Tintern y otros poemas


Traducción: Gonzalo Torné

Wordsworth es el poeta romántico inglés por antonomasia. Junto a Coleridge, sentó las bases del movimiento que revolucionó la poesía inglesa del XIX y abrió un camino con el que todavía están en deuda muchos poetas del siglo XX. A pesar de su importancia, la obra de este autor no ha conocido en nuestra lengua la difusión que le corresponde.

Gonzalo Torné, con excelente criterio, ha llevado a cabo una selección de los grandes poemas breves de Wordsworth —algunos nunca hasta ahora traducidos al castellano—, entre los que se cuentan algunas de las obras maestras de la poesía universal, como «La abadía de Tintern» o «Insinuaciones de inmortalidad en recuerdos de temprana infancia».


Silene vulgaris

 Valdemoro, en los baldíos despues de una noche de tormenta

17 noviembre 2022

EL CLAN DE LOS GATOS

 Morriña se fugó del pazo al anochecer de uno de los últimos días de agosto. Morriña vivía perfectamente con la familia D’Abondo; sin embargo, a nadie debe extrañar su evasión. Al gato no le importaba demasiado la libertad; pero ama lo extraordinario, la escapada a la ventura, más que ningún otro animal de los que el hombre doméstica. Está siempre soñando novelerías y en cualquier ocasión intenta realizarlas. Pocas veces pasan veinticuatro horas sobre la aldea sin que alguno abandone la ancha piedra del lar en la que dormita, para echarse al monte.
Oculto en un maizal, Morriña oyó sin conmoverse los gritos de las dos damas que le llamaban con voces donde los diminutivos cariñosos temblaban de afán. Sábela, la criada, le requirió también, ásperamente; pero Morriña apenas se movió más que para darle un zarpazo a un abejorro y para oliscar una hoja que le acariciaba cerca del hocico rosado. Después, cuando la oscuridad se hizo más densa, Morriña emprendió su caminata con mayor serenidad de la que podría esperarse de un gato que hace su primera salida.
Ciertamente no sabía a dónde ir. Cerca de la fraga se detuvo a mirar la choza de Juanita Arruallo, por cuya abierta ventana salía un delicioso olor a sardinas. Morriña se sobrepuso a la emoción que en él despertaba siempre el olor a sardinas, y siguió. Anduvo mucho tiempo y llegó a los bosques que crecen para allá de Lendoiro, desde donde se divisan más de cinco parroquias y en los que el viento puede correr una legua entre los árboles sin encontrar para sus juegos el humo de ninguna vivienda humana.
Llegó y estimó con agrado aquel sitio salvaje. Las espinas de los tejos le habían arañado alguna vez, y estaba cansado; pero prefirió, a dormir en cualquier cobijo, satisfacer cien pequeñas ansias de animal libre que se revelaban súbitamente en él. Se agazapó en las sombras, acechó un rumorcillo y se lanzó, de un salto maravilloso, sobre una hoja seca que la brisa empujaba y a la que deshizo con inédita ferocidad entre sus uñas enrojecidas por la tierra arcillosa de los caminos.
Aquella noche fue cuando cazó un topo. Lo esperó mucho tiempo al extremo de su vivienda subterránea, recogido, con la cabeza casi pegada al suelo y el bigote erizado. Y cuando lo tuvo entre sus dientes agudos se sintió magníficamente triunfador. La verdad es que jamás había cazado nada, y la única presa que hizo una vez en el pazo estaba guisada por la cocinera.
Paseó aquel cuerpecillo estremecido aún y caliente, recreándose en un maullido que salía de su propia garganta como un hervor. Y fue entonces cuando comenzaron a aparecer en torno del fugitivo, brotando silenciosamente de todos los lados del bosque, ojos verdes y ojos bermejos y ojos de oro que lo miraban con fijeza perturbadora. Morriña depositó a su víctima en tierra, puso sobre ella una garra y esperó.
—Es un hermano —maulló uno de los recién llegados, y las redondas pupilas brilladoras aproximáronse.
Primero formaron un círculo en torno de Morriña, pero surgieron más y más de las tinieblas, fueron como luciérnagas entre los matorrales y como estrellitas en las copas de los pinos. Las más lejanas iban y venían, llevadas por un afán curioso, y parecían multiplicarse. Si unos ojos humanos hubiesen podido ver tantos ojos encendidos, creerían que el bosque entero estaba invadido de animales.
«Son gatos como yo», notó perfectamente Morriña, y los saludó con un largo maullido de abundantes modulaciones.
—Bien —gruñó a su lado el que antes le había reconocido—, deja esas serenatas de tejado para otra ocasión. Estás en el clan de los Gatos Libres.
Y se acercó a frotarle la nariz.
Aquélla fue para Morriña una noche de agradables sorpresas. Cuando, a las tres de la madrugada, asomó en el cielo un trozo de luna rojo y carcomido como un queso de Chéster a medio roer por los ratones. Morriña reconoció entre sus compañeros a algunos gatos del rueiro próximo al pazo, con los que se había peleado muchas veces y que desaparecieron sin que nunca se hubiera vuelto a saber de ellos. Todos los gatos huidos de las casitas aldeanas de diez parroquias a la redonda estaban allí, en la fraga llena de misterio. Los regía un gato de piel listada, que devoró con indiferencia el topo cazado por el neófito, asegurando que de día en día la carne de los topos era de peor calidad.
Fue este gato el que, en la siguiente jornada, examinó y aleccionó a Morriña. Apoyó el pecho sobre las patitas cruzadas, entornó los ojos, que se oblicuaron asiáticamente, e inquirió:
—¿Qué hacías en el pazo?
—Comer y dormir.
—¿Nada más?
—También jugaba con los ovillos de mis amas.
—¿Qué es un ovillo? —preguntó uno de los hijos del jefe, que había nacido y vivido siempre en la fraga.
—Un ovillo —dijo su padre— es un animalito redondo que anida en el regazo de las mujeres. Cuando corre, adelgaza y se le estira el rabo. No es comestible —terminó con desprecio.
—No es comestible —corroboró Morriña—; pero yo jugaba con él tan graciosamente que mis amas me daban doble ración de hígado de vaca.
—También nosotros comeremos vaca muy pronto —afirmó con fiereza el jefe.
Y explicó. Los Gatos Libres habían reflexionado mucho acerca de su condición. Era verdad que existían gatos depauperados que se avenían a llevar un lazo y hasta un cascabel: pero verdaderamente un gato no se deja domesticar como un caballo o un perro. El gato es una fiera: ésta es la realidad. Una fiera emparentada con el tigre y con el león. El clan de los Gatos Libres se preocupaba de restituir y cultivar esta fiereza, de devolver al gato a su natural condición.
—Hemos dejado de ser gatos. La sola palabra «gato» es un insulto entre nosotros.
—¿Qué somos, pues? —preguntó Morriña.
—Panteritas…, panteras peso pluma —respondió gravemente su maestro—. Cuida en lo sucesivo de portarte como tal.

Wenceslao Fernández Flórez

El bosque animado


Publicada en 1943, cuando el autor estaba próximo a los sesenta años, «El bosque animado» constituye un homenaje a la fraga de San Salvador de Cecebre, lugar próximo a La Coruña, donde Fernández Flórez veraneó desde 1913 hasta los últimos años de su vida. En ese bosque animado, lleno de almas, de las ánimas de todos los seres vivos (hombres, vegetales y animales), se cruzan y se entrelazan pequeñas historias, en las que, a veces, da la sensación de que apenas pasa nada, pero que en su estructura profunda revelan la complejidad de las relaciones humanas. En definitiva, son fragmentos de vidas que dejan entrever los temas esenciales de nuestra existencia: el sufrimiento, la desesperanza, la soledad, la incomunicación. El relato destaca por sus magníficas descripciones y por su estilo, lleno de lirismo y toques de humor, que preludian el realismo mágico. La intervención de los personajes principales en varias de las Estancias le da cohesión al texto, al igual que la presencia continuada de la fraga que marca las coordenadas espaciales de la novela. Realmente, la fraga, con todos sus elementos, se alza como auténtica protagonista de la obra, que pretende mostrarnos el renacer continuo de la naturaleza, de los hombres, de la vida.

Serie: azulejos