07 octubre 2022
06 octubre 2022
Al chico le resultó chocante unir los conceptos «muerte» y «placidez» en una misma frase, y quizá eso fue lo único que lo turbó en ese momento.
Rintaro Natsuki era un estudiante de secundaria como cualquier otro.
Era más bien bajito, llevaba unas gafas bastante gruesas, tenía la tez clara y no hablaba demasiado. No era un muchacho atlético, no sobresalía en ninguna asignatura en particular y no le gustaba ningún deporte. En resumen, era un adolescente de lo más normal.
Sus padres se habían divorciado cuando era muy pequeño; después, su madre pasó a mejor vida aún joven, y cuando Rintaro comenzó la primaria su abuelo se hizo cargo de él. Desde entonces, siempre habían vivido juntos, los dos solos. Y si bien esa circunstancia peculiar debería haber hecho que se sintiera diferente, Rintaro la consideraba tan solo un aspecto más de su anodina existencia.
Pero la repentina muerte del abuelo, tan inesperada, complicaba un poco las cosas.
Una mañana de invierno especialmente fría, a Rintaro le extrañó no ver en la cocina a su abuelo, que solía levantarse temprano. Así que asomó la cabeza a la habitación de estilo tradicional, en penumbra, y lo encontró en el futón, ya sin respirar. Parecía una estatua durmiente, sin rastro alguno de sufrimiento, y el médico del barrio que acudió a la casa informó a Rintaro de que lo más probable era que el anciano hubiera fallecido a causa de un paro cardíaco súbito que no le había provocado sufrimiento alguno.
—Ha tenido una muerte plácida —dijo.
Al chico le resultó chocante unir los conceptos «muerte» y «placidez» en una misma frase, y quizá eso fue lo único que lo turbó en ese momento.
En realidad, el médico se hizo cargo de la difícil situación, tanto psicológica como práctica, en la que Rintaro se encontraba, y poco después apareció, como surgida de la nada, una parienta del chico, llegada de un lugar lejano, que dijo ser su tía. Resultó ser una mujer de buen carácter, y fue ella quien, con eficacia y diligencia, se ocupó de realizar todos los trámites, desde la obtención del certificado de defunción hasta la organización del funeral y el resto de las ceremonias.
Rintaro, que se mantenía al margen como si no acabara de asimilar la muerte de su abuelo, pensó que al menos debía mostrar un semblante triste. No obstante, la imagen de él angustiado derramando lágrimas delante de la fotografía del difunto le parecía artificial. Ridícula y falsa. Más aún, tenía claro que si el abuelo pudiera verlo esbozaría una sonrisa irónica desde el ataúd y le pediría que lo dejara estar.
Por eso Rintaro lo acompañó en silencio hasta el final.
Y, acabado el funeral, lo único que tenía delante, aparte de esa tía que lo miraba con cara de preocupación, era una tienda.
No era que el negocio acarreara deudas, pero tampoco podía decirse que fuera una herencia de valor.
Se trataba de una pequeña librería de viejo, llamada Natsuki, que estaba en un rincón apartado de la ciudad.
Sosuke Natsukawa
El gato que amaba los libros
2017
Traducción: Marta Morros Serret
05 octubre 2022
El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea
El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea,
o el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea
porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.
El Tajo tiene grandes navíos
y todavía navega en él,
para quienes en todo ven lo que ya no existe,
la memoria de las naos.
Por el Tajo se va al Mundo.
Más allá del Tajo está América
y la fortuna de quienes la encuentran.
o el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea
porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.
El Tajo tiene grandes navíos
y todavía navega en él,
para quienes en todo ven lo que ya no existe,
la memoria de las naos.
El Tajo baja de España
y el Tajo entra en el mar en Portugal.
Todo el mundo lo sabe.
Pero pocos saben cuál es el río de mi aldea
y para dónde va
y de qué sitio viene.
Y por eso, porque pertenece a menos gente,
es más libre y mayor el río de mi aldea.
y el Tajo entra en el mar en Portugal.
Todo el mundo lo sabe.
Pero pocos saben cuál es el río de mi aldea
y para dónde va
y de qué sitio viene.
Y por eso, porque pertenece a menos gente,
es más libre y mayor el río de mi aldea.
Por el Tajo se va al Mundo.
Más allá del Tajo está América
y la fortuna de quienes la encuentran.
Nadie ha pensado nunca en lo que hay más allá del río de mi aldea.
El río de mi aldea no hace pensar en nada.
Quien se encuentra a su lado, sólo a su lado está.
Fernando Pessoa
POEMAS DE ALBERTO CAEIRO04 octubre 2022
BLANCA DE CASTILLA
BLANCA DE CASTILLA
La royne Blanche, comme ung lys,
qui chantoit à voix de sereine…
Blanca, ya lo dice Villon, era blanca como un lirio, y cantar cantaba con voz de sirena. Sobre la voz de las sirenas, desde el viejo y alegre Homero, se ha escrito mucho. Blanca tendría la voz grave y acariciadora de las sirenas atlánticas, y con ella cantaría los romances castellanos, los amores del conde Olinos, o aquel que comienza:
De Francia partió la niña,
de Francia la bien guarnida…
Como en el romance, cuando iba a bodas con el delfín de Francia:
A las puertas de París
la niña se sonreía.
Trece años, trece brisas de abril en los altos álamos de Castilla, en los chopos de las riberas del Duero, del Pisuerga, del Arlanzón; trece brisas de abril, trece rosas, trece jilgueros en el corazón. Trece años tenía la novia.
¿De qué vos reís, señora?
¿De qué vos reís, mi vida?
Cuando visita los feudos de Issoudun y Graçay que Juan Sin Tierra le regala, todo el Berry es primavera; pero la primavera en el Berry es melancólica para las princesas. Quizás Blanca de Castilla tomó del pálido cielo del Berry, para sus ojos claros, una sombra nostálgica.
Luis VIII la quiso bien. Luis VIII el León era político, soldado y ambicioso. Gustaba de los quesos picantes del Nivernais y del vino tinto de Burdeos, que por aquellos días lo bebían los coléricos ingleses. Tuvieron doce hijos: uno de ellos fue Luis el Santo, el cruzado. Luis el León guerreó toda su vida contra el inglés y contra el hereje, y Blanca pasó años enteros sin verlo, cuidando su nidada en su palacio de París. Así pasaron, largos o breves, alegres o tristes, veintiséis años. Luis murió lejos de Blanca, en el Languedoc, con la espada desenvainada contra el albigense. Dicen que cuando la fiebre que diezmaba su ejército se llevó su último aliento, ya tenía Luis en su cabeza gusanos verdiblancos que asomaban por la maraña de la blanca y laica cabellera.
Muerto Luis el León, Blanca de Castilla reinó en Francia por la minoridad de su hijo Luis IX.
—Hijo, prefiero verte muerto que en pecado mortal —dijo Blanca a Luis.
Así educaba la reina al rey.
Luis IX hallóse un día con la muerte en la cabecera de su lecho, y aunque por sí no le tomó miedo a la guadaña, tomóselo por su reino y sus hijos y se ofreció cruzado si Dios lo libraba. Y un día de agosto del 1248 Luis IX embarcaba para Tierra Santa, y Blanca de Castilla, por segunda vez, gobernaba Francia. Hay que decir cómo la gobernaba: con generoso corazón y mano dura, a manera de madre. Ella unió el Languedoc a Francia y fue, en ímpetu, paciencia y visión, una Capeto más.
Peleaba Luis IX contra el sarraceno en Levante por la libertad del Santo Sepulcro, cuando Blanca murió. Blanca vistió hábito benito e hizo votos meses antes de morir. Había fundado la abadía de Maubuisson, de la regla de Cister, con el nombre de Santa María la Real. La abadesa de Maubuisson nada tenía que envidiar a la de las Huelgas de Burgos, de la que se dijo un día que si el papa hubiera de casar no encontraría mejor partido en toda la redonda cristiandad. Allí, en la iglesia de Maubuisson está enterrada Blanca. Cerca del huerto de la Abadía, vicioso de manzanos bernardinos, corre el Oise. Entre Creil y Pontoise el Oise es como un río de Castilla, como Duero caudal, Arlanzón o Pisuerga. Los álamos son lanzas verdeplata que crecen hasta las nubes para ver las torres de París. El río, turbio y manso, canta de molino en molino. Molinos trigueros como molinos castellanos. Blanca, blanca como un lirio que cantaba con voz de sirena, duerme allí. No penséis en madama la reina pensad en una niña de trece años que un día, por Roncesvalles, de Castilla pasó a Francia. Como en un romance, la niña se sonreía. Menuda, graciosa, rubia, los ojos claros, trece años en la cintura, en la boca, en las mejillas.
A las puertas de París
la niña se sonreía
¿De qué vos reís, señora?
¿De qué vos reís, mi vida?
Pensad en esta sonrisa; os aseguro que era libre como mariposa y dulce como miel. En las puertas de París, a caballo, está el delfín. Blanca, de oro y rosa, le hace la más grave y pausada reverencia de la cortesía de León.
BALADA DE LAS DAMAS DEL TIEMPO PASADO
Álvaro Cunqueiro
Suscribirse a:
Entradas (Atom)