HESÍODO
(c. 700 a. C.)
LOS PRIMEROS DIOSES
Ante todo existió el Caos. Después la Tierra, de ancho pecho, morada perenne y segura de los seres vivientes, que surge del Tártaro tenebroso en las profundidades; y Eros, el más bello de los dioses inmortales, que quiebra los miembros, y que tanto a los dioses como a los mortales doma el corazón y la prudente voluntad.
Del Caos nacieron el Erebo y la negra Noche, y de la última, que quedó encinta por haber tenido amoroso consorcio con el Erebo, se originaron el Éter y el Día. La Tierra comenzó por parir un ser de igual extensión que ella, el Cielo Estrellado, con el fin de que la cubriese toda y fuera una morada segura y eterna para los bienaventurados dioses. También puso al mundo las altas montañas, gratos albergues de divinales Ninfas, que en ellas viven dentro de los bosques. Dio también a luz, pero sin el deseable amor, al estéril piélago de hinchadas olas, al Ponto; y más tarde, acoplándose con el Cielo, dio origen al Océano, de profundos remolinos, a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Japeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemosine, a Febe, la de áurea corona, y a la amable Tetis. Posteriormente nació el taimado Cronos, que fue el más terrible de los hijos del Cielo, y que odió desde el principio a su prolífico padre.
Asimismo de la Tierra nacieron los Cíclopes, de corazón violento, Brontes, Astéropes y Arges, el de ánimo esforzado. Los tres eran semejantes a los dioses, pero con un ojo único en medio de la frente. Su vigor, su coraje y sus mañas pusiéronse de manifiesto en todas sus acciones. En el transcurso del tiempo habían de proporcionar el trueno a Zeus y forjarle el rayo.
De la Tierra y el Cielo nacieron aún tres hijos, grandes y fuertes, de nefando nombre: Cotto, Briareo y Gías. ¡Prole orgullosa! Cien brazos tenía cada uno de ellos; cien brazos invencibles, que se agitaban desde sus hombros; y, por cima de esos miembros, habíanles crecido cincuenta cabezas a cada uno. Temible era la poderosa fuerza que emergía de su enorme y proporcionada estatura.
Éstos son los más feroces de cuantos hijos procrearon la Tierra y el Cielo. Ya desde un principio se atrajeron el odio de su propio padre. Apenas puestos en el mundo, en vez de dejar que salieran a la luz, el Cielo los encerró en el seno de la Tierra, gozándose en su mala acción. La vasta Tierra, henchida de ellos, suspiraba interiormente, y al fin ideó una engañosa y pérfida trama. Produjo en seguida una especie de blanquizco acero, con el que construyó una gran falce, y la mostró a sus hijos, y con el corazón irritado hablóles de esta suerte, para darles ánimo: «¡Hijos míos y de un ser malvado! Si quisierais obedecerme, vengaríamos el ultraje criminal de un padre, aunque sea vuestro padre, ya que ha sido él el primero en maquinar acciones infames».
Así se expresó. Sintiéronse todos sobrecogidos por el terror, sin que ninguno osara desplegar los labios, hasta que el grande y taimado Cronos cobró ánimo y respondió a su madre veneranda de esta manera: «¡Madre! Yo prometo llevar a cabo lo que convenga, pues nada me importa nuestro padre de aborrecido nombre. Sí, él fue el primero en obrar indignamente».
Tal dijo, y la vasta Tierra sintió que su corazón se le colmaba de alegría. Acto seguido ocultó a Cronos, poniéndolo en acecho, con la hoz de agudos dientes en la mano, y le descubrió toda la trama. Vino el Cielo, seguido de la Noche, y envolvió a la Tierra, ávido de amor acercándose a ella y extendiéndose por todas partes. Entonces el hijo, desde el lugar en que se hallaba apostado, agarró a su padre con la mano izquierda, y empuñando con la derecha la grande hoz de afilados dientes, le cortó en un instante las partes pudendas y las arrojó detrás de sí, al azar. Mas no fue un vano despojo lo que soltó su mano. Porque las gotas de sangre que de aquél se derramaron las recibió la Tierra, la cual parió así en el transcurso de los años a las robustas Furias, a los enormes Gigantes, que vestían lustrosas armaduras y manejaban ingentes lanzas, y a las Ninfas llamadas Melias en la Tierra inmensa. Y las partes pudendas, que Cronos cortó con el acero y arrojó desde el continente al undoso ponto, fueron llevadas largo tiempo de acá por allá en la inmensa llanura del piélago, hasta que de la carne inmortal salió una blanca espuma y nació de ella una joven, que se dirigió primero a la sagrada Citera y luego a Chipre, situada en medio de las olas. Al salir del mar y tomar tierra allí la veneranda hermosa deidad, brotó la hierba doquier que ponía sus tiernas plantas. Dioses y hombres la llamaban Afrodita, porque brotó de la espuma; Citerea, la de hermosa diadema, porque se dirigió a Citera; Ciprigenia, porque nació en Chipre, la isla azotada por las olas, y Filomnedes, por haber surgido de las partes pudendas. Acompañábala Eros y seguíala el hermoso Deseo, cuando, poco después de nacer, se presentó por vez primera al concilio de los dioses. Y, desde un principio, como privilegio sólo a ella otorgado, tiene el honor, entre los hombres, y entre los inmortales, de presidir y regir los paliques de las doncellas, las sonrisas y las fullerías; y, además, los dulces placeres, el amor y la amable ternura.
El gran Cielo, increpando a los hijos que había engendrado, los apodó Titanes, porque, según él dijo, «tendieron» demasiado alto la mano para cometer un grave delito, que el futuro castigaría.
La Noche parió a la odiosa Muerte, a la negra Ker y al Destino. Como parió también al Sueño y a la multitud de Ensueños, sin que tal deidad, la tenebrosa Noche, se acostara con nadie; y, posteriormente a Momo, a la dolorosa Aflicción, a las Hespérides, que tienen a su cuidado las hermosas manzanas de oro y los árboles que las producen más allá del ilustre Océano. También engendró las Parcas y Keres, inexorables en la venganza, pues persiguen a los culpables, sean hombres o dioses, y no templan jamás su cólera terrible hasta lograr imponer cruel pena al que ha cometido falta grave. La perniciosa Noche parió asimismo a Némesis, azote de los mortales hombres; después de ésta, al Fraude, al Amor carnal, a la maldecida Vejez, y, por último, a Eris, la de corazón violento.
La aborrecible Eris alumbró, a su vez, al duro Trabajo, el Olvido, el Hambre, los lacrimosos dolores, las peleas, los combates, los asesinatos, las matanzas, las discusiones, las palabras falaces, las disputas, la ilegalidad con Ate, su compañera, a Horco, que es el que más daña a los terrestres mortales cuando perjuran voluntariamente.
El Ponto procreó al ingenuo y veraz Nereo, su hijo mayor, a quien llaman Anciano, porque es sincero y apacible, y no se olvida de las leyes, además de saber dar consejos inspirados en la justicia y en la benevolencia. Luego, uniéndose con la Tierra, engendró al gran Taumante, al valeroso Forcis, a Ceto, la de hermosas mejillas, y, finalmente, a Euribia, la que encierra en el pecho un corazón de acero…
Teogonía. Traducción: María Josefa Lecluyse y Enrique Palau.