Lo siguió con ojos atentos y vio cómo cruzaba la peligrosa esquina sin cuidarse para nada de los automóviles, sin esas miradas a los costados y esas vacilaciones que caracterizan a una persona despierta y consciente de los peligros.
La timidez de Bruno era tan acentuada que en rarísimas ocasiones se atrevía a telefonear. Pero, después de un largo tiempo sin encontrarlo en La Biela ni en el Roussillon, y cuando supo por los mozos que en todo ese período no había reaparecido, se decidió a llamar a su casa. «No se siente bien», le respondieron con vaguedad. «No, no saldría por un tiempo.» Bruno sabía que, en ocasiones durante meses, caía en lo que él llamaba «un pozo», pero nunca como hasta ese momento sintió que la expresión encerraba una temible verdad. Empezó a recordar algunos relatos que le había hecho sobre maleficios, sobre un tal Schneider, sobre desdoblamientos. Un gran desasosiego comenzó a apoderarse de su espíritu, como si en medio de un territorio desconocido cayera la noche y fuese necesario orientarse con la ayuda de pequeñas luces en lejanas chozas de gentes ignoradas, y por el resplandor de un incendio en remotos e inaccesibles lugares.
Ernesto Sabato
Abbadón el exterminador
En Abbadón el exterminador culmina y se abre aún a más vastas y terroríficas profundidades de abismo interior la trilogía iniciada en El túnel y proseguida en Sobre héroes y tumbas.
Desarrollando en su más abarcador registro la metáfora del «Informe sobre ciegos», la obra hace ingresar a su autor en el ámbito mismo de la escritura, lo incorpora a su corporeización fantasmal como personaje en una complejísima construcción técnica cuyo juego de perspectivas remite a la vez a la realidad extratextual de un tiempo de apocalipsis y a las simas anímicas donde bucea el poder visionario del acto creador.
Así, en la cúspide de su grandeza, esta vasta obra totalizadora culmina y comprende todo el arte sabatiano y la hondura de su indagación existencial.