17 marzo 2022
16 marzo 2022
Sobre el cuco - A lo lejos se oía cantar al cuco, y Néstor, tendido de espaldas bajo el árbol, contó los años que le quedaban de vida.
El sol se había elevado por encima de los árboles y bailaba con sus brillantes rayos la pradera y el río.
El rocío iba desapareciendo poco a poco; ya sólo se veían algunas notas esparcidas aquí y allá; los vapores de la mañana se desvanecían y únicamente se levantaba algún que otro jirón de niebla tenue en las orillas del río.
Ligeras nubecillas se agrupaban como nevados copos, y la calma reinaba en el espacio.
Más allá de la margen opuesta se divisaba un campo de trigo, verde y todavía fresco.
Las emanaciones de las flores y de la jugosa hierba embalsamaban la atmósfera.
A lo lejos se oía cantar al cuco, y Néstor, tendido de espaldas bajo el árbol, contó los años que le quedaban de vida.
Las alondras revoloteaban por los aires por encima del prado.
Una liebre, sorprendida por la yeguada, huyó a todo escape, se agazapó luego detrás de una mata y enderezó las orejas.
Vaska se durmió con la cabeza entre las hierbas.
Las yeguas, aprovechándose de su libertad, se desparramaron en todas direcciones. Las más viejas eligieron un sitio tranquilo dónde pacer sin que nada las molestase; pero ya no pacían: se limitaban a despuntar los tallos de la mejor hierba y a comérselos con marcada satisfacción.
Toda la yeguada fue dirigiéndose insensiblemente hacia el mismo lado.
Y volvió a encontrarse otra vez la vieja Juldiba al frente de sus compañeras, sirviéndoles de guía.
La joven Muchka, que había parido por primera vez, no cesaba de relinchar, jugando con su retoño.
La joven Atlasnaia, de piel fina como el satén, jugueteaba con la hierba bajando la cabeza de manera que el tupé le cubriese los ojos y la cara.
Arrancaba tallos de hierba, echándolos hacia arriba y golpeando el suelo con el casco.
Un potrillo de los mayores había inventado un juego nuevo para él, que consistía en correr alrededor de su madre, con la cola levantada en forma de penacho, y hacia ya su vigesimosexta vuelta sin descansar. Su madre pacía tranquilamente siguiéndole con el rabillo del ojo.
Otro de los potros más pequeños, negro y de cabeza voluminosa, con el tupé erizado entre ambas orejas y con la cola inclinada hacia el sitio donde estaba su madre, seguía con mirada entontecida las carreras de su camarada, como si tratara de explicarse a qué conducían aquellos alardes de resistencia. Otros potrillos parecían espantados.
Algunos, sordos al llamamiento de sus madres, corrían en dirección opuesta a ellas, relinchando con toda la fuerza de sus jóvenes pulmones.
Otros se divertían revolcándose en la hierba.
Los más fuertes imitaban a los caballos y pacían.
Dos yeguas preñadas se alejaron moviendo con trabajo sus patas y paciendo silenciosamente. Su estado inspiraba respeto a la yeguada; nadie se hubiera atrevido a molestarles.
Si alguna de las yeguas jóvenes, más atrevida que las demás, se les acercaba, era suficiente un movimiento de cola o de oreja para llamarlas al orden y mostrarles la inconveniencia de su conducta.
Los potrillos de un año, juzgándose ya demasiado grandes para mantenerse al nivel de los más pequeños, pacían con aire serio, encorvando sus graciosos cuellos y meneando sus nacientes colas a imitación de los mayores, y se revolcaban o se rascaban el lomo como éstos, uno contra otro.
El grupo más alegre era el de las yeguas de dos a tres años.
Éstas se paseaban todas juntas como las señoritas, y se mantenían apartadas de las demás.
Se agrupaban apoyando sus cabezas en el cuello de las otras, resoplando y saltando: de pronto empezaban a dar brincos con la cola levantada y rompían al galope unas en torno a las otras.
La más hermosa y la más traviesa del grupo era una alazana.
Todas las demás imitaban sus juegos y la seguían a todas partes.
Era la que daba el tono a la reunión.
Estaba aquel día extraordinariamente alegre y dispuesta a divertirse.
Fue la que por la mañana enturbió el agua que bebía pacíficamente el caballo pío. Luego, aparentando asustarse, partió como un rayo, seguida de todo el grupo, y no fue poco el trabajo que le costó a Vaska hacerlas volver a aquella parte del prado.
Después de pastar, una vez satisfecha, se revolcó en la hierba, y, cansada de aquel juego, se dedicó tenazmente a molestar y a provocar a las yeguas viejas, corriendo por delante de ellas.
Asustó a un potrillo que estaba mamando con gran seriedad y se divirtió persiguiéndole y haciendo como si quisiera morderle. La madre, asustada, dejó de pacer. El pequeño empezó a relinchar quejumbrosamente; pero la traviesa alazana no le hizo daño, y contenta por haber distraído a sus compañeras que la miraban con interés, se alejó como si no hubiese hecho nada.
Después se le ocurrió trastornarle el juicio a un caballo gris que se veía a lo lejos, montado por un aldeano.
Se detuvo. Dirigió en torno suyo una mirada arrogante, volvió de lado su linda cabeza, se sacudió y lanzó un relincho dulce y apasionado.
Aquel relincho tenía la expresión de la ternura y de la tristeza unidas.
En él se adivinaban promesas de amor y deseos no satisfechos.
«El cuco llama a su amada en la selva; las flores se envían el polen en alas de la brisa; las codornices se requiebran de autores al pie de los erguidos juncos, y yo, que soy joven y hermosa, no he conocido aún el amor».
Esto es lo que quería decir aquel relincho que conmovió los aires y llegó hasta el caballo gris.
Éste enderezó las orejas y se detuvo.
El jinete le dio un latigazo, pero el caballo, sugestionado y conmovido por el eco de aquella voz dulce y apasionada, no se movió y respondió al relincho de la yegua.
El jinete se enojó, y fue tan terrible el golpe que dio con ambos talones en los ijares del corcel, que éste se vio forzado a interrumpir su canción y a proseguir su camino.
Pero a la joven yegua le enterneció la canción, y estuvo escuchando durante mucho tiempo el eco de la respuesta interrumpida, los pasos del caballo y las imprecaciones del jinete.
Si sólo la voz de la joven alazana hizo que el caballo gris olvidara sus deberes, ¿Qué hubiera sucedido si éste hubiese visto lo hermosa que era ella, el fuego que centelleaba en sus ojos, la dilatación de sus narices y el estremecimiento de su cuerpo?
Pero la locuela no era amiga de preocuparse demasiado.
Cuando la voz del caballo gris se hubo extinguido a lo lejos, relinchó en tono burlón, escarbó la tierra con sus lindos cascos y al ver, no lejos de ella, al viejo caballo pío que dormía pacíficamente, corrió hacia él para despertarlo y provocarlo.
El pobre caballo era el blanco, la víctima de la juventud caballar, que le hacía sufrir más aún que los hombres; y sin embargo, ni a aquélla ni a éstos les había hecho jamás daño alguno.
Los hombres le necesitaban, pero ¿por qué los caballos no le dejaban en paz?
Eso fue algo que nunca pudo comprender.
Lev Tolstói
Cuentos populares
15 marzo 2022
Sobre el cuco - todo cuco tiene a sus espaldas una línea ininterrumpida de antepasados que nunca jamás fracasaron a la hora de engañar a sus padres adoptivos
Krebs y yo identificamos una serie de asimetrías que podrían provocar que un bando dedicase más recursos económicos a la carrera armamentista que el otro. Uno de estos desequilibrios lo bautizamos como «principio de la vida o la cena». El nombre está inspirado en esa fábula de Esopo en la que el conejo corre más que el zorro porque el conejo corre para salvar la vida mientras que el zorro sólo corre para asegurarse la cena. Existe una asimetría en cuanto al costo del fracaso. En la carrera armamentista entre los cucos y sus anfitriones, todo cuco tiene a sus espaldas una línea ininterrumpida de antepasados que nunca jamás fracasaron a la hora de engañar a sus padres adoptivos. En cambio, un individuo de la especie anfitriona tiene a sus espaldas muchos antepasados que nunca se toparon con un cuco y muchos otros que se toparon con uno y resultaron engañados por él. Muchos genes responsables de la incapacidad de detectar y matar cucos se han transmitido con éxito de generación en generación en la especie anfitriona, mientras que los genes que provocan que los cucos fracasen a la hora de engañar a sus anfitriones han tenido una trayectoria generacional mucho más azarosa. Esta asimetría en materia de riesgo fomenta otra: la de los recursos destinados a la carrera de armamentos y no a otros aspectos de la economía biológica. Por expresar de otro modo esta cuestión tan importante, el coste del fracaso es más elevado para los cucos que para sus anfitriones. Esto provoca asimetrías en cuanto a la forma como ambas partes equilibran sus exigencias en materia de tiempo y de otros recursos económicos.
Richard Dawkins
El cuento del antepasado
Con su incomparable ingenio, claridad e inteligencia, Richard Dawkins, uno de los biólogos evolutivos más famosos del mundo, ha iniciado a un sinfín de lectores en las maravillas de la ciencia mediante libros como El gen egoísta. Ahora, en El cuento del antepasado, Dawkins nos brinda una obra maestra: un emocionante viaje marcha atrás a través de la evolución. El autor imagina que todas las especies de la tierra emprenden un viaje simultáneo de regreso al pasado, algo así como un peregrinaje a sus orígenes. A lo largo del viaje, el biólogo cuenta una serie de historias entretenidas y perspicaces que ayudan a entender temas como la diversificación de las especies, la selección sexual y la extinción. El cuento del antepasado es una lección imprescindible sobre la evolución y, al mismo tiempo, una lectura fascinante.
«En este extenso libro, Dawkins, el famoso biólogo evolutivo, nos ofrece un elocuente tratado sobre la evolución que no soslaya ni los últimos descubrimientos ni sus provocativas opiniones».
14 marzo 2022
Sobre el cuco - El cuco gris de clara canción.
Cruzamos la habitación hasta llegar a la puerta y la abrí,
deteniéndonos en el umbral para mirar el panorama del exterior. El aire frío
llegó hasta nosotros, penetrante. Estaba más oscuro, pero la última luz del día
persistía con un brillo que parecía salir de la misma nieve. El blanco manto
sin hollar se extendía hasta el punto en que las dos grandes acacias, cargadas
y medio dibujadas contra la negrura, señalaban el final del césped y enmarcaban
el panorama de colinas ahora invisibles en que se plegaban las perdidas aldeas
de siderita de Sibford Gower y Sibford Ferris. La nieve caía calladamente y a
plomo de un cielo sin viento, y por la puerta abierta percibíamos su enfático
silencio. Estábamos encerrados, como en una tumba. En ese momento, oscuramente
emborronado como en un dibujo chino, un mirlo que se dirigía a su nido se movió
repentinamente al abrigo de un arbusto, giró la cabeza hacia nosotros y después
se alejó rápidamente volando bajo sobre la nieve. A la luz crepuscular de la
tarde vimos sus ojos y su pico naranja.
—«El mirlo de tan negro color,
Con el pico anaranjado» murmuró Alexander.
—Lo citas demasiado oportunamente, hermano.
—¿Demasiado oportunamente?
—¿No recuerdas el resto?
—No.
«El malvis de notas tan puras,
El chochín de pequeñas plumas,
El pinzón, la alondra y el gorrión,
El cuco gris de clara canción.
Cuyas notas plenas en muchos hombres dejan huella
Y no osan desoír su llamada».
Alexander guardó silencio durante unos momentos. Después dijo:
—¿Has sido fiel a Antonia?
La pregunta me cogió por sorpresa. No obstante, contesté en
seguida:
—Claro que sí.
Alexander suspiró. La luz entraba en el salón y proyectaba en
el aire que se oscurecía un cono de oro por el que los copos de nieve, ya
grises y apenas visibles, se filtraban para convertirse, durante unos momentos,
antes de posarse, en oropel. De la ventana colgaba la rama de acebo que
Rosemary trenzaba laboriosamente todas las navidades, como le había enseñado mi
madre, adornaba con bolas de colores y naranjas y pájaros de larga cola, velas
y muérdago, y en ese momento, vi a mi hermana subirse a una silla para encender
las velas. Parpadearon y en seguida la llama se elevó con un fuerte brillo al
balancearse el viejo y ambiguo símbolo con la brisa que siempre ronda esas
altas ventanas victorianas que no encajan bien.
—¿Por qué «claro»? —dijo Alexander.
En ese momento oímos el tintineo del piano. Rosemary empezaba
a tocar un villancico. Era Once in Roy al David’s City.
Iris Murdoch
La cabeza cortada
«La cabeza cortada» tiene tono de farsa y trata de un
sexteto amoroso, o de un hexágono, según si a uno le parece que estas
formaciones se parecen más a grupos musicales o a figuras geométricas, y según
si le parece que sus miembros son más como intérpretes o más como lados de una
misma cosa. Martin ama a su esposa, Antonia, y a su amante, Georgie. Un día,
Antonia le cuenta que es amante de Anderson, y que se quiere casar con él,
aunque no quiere salirse del todo de su actual matrimonio.
Se forma entonces un trío entre Martin, Antonia y Anderson.
Luego Antonia se entera de la infidelidad de Martin, y se forma un amago de
cuarteto con el trío anterior más Georgie. Martin se enamora a continuación de
Honor, la hermana de Anderson, y la encuentra en la cama con Anderson, quien
decide dejar a Antonia para seguir en su incesto. Georgie conoce al hermano de
Martin, Alexander, y se compromete con él. Pero Alexander está enamorado de su
cuñada, Antonia, de quien ha sido amante en secreto durante años.
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