16 noviembre 2021

16 de noviembre

Aún hacia 1946, habían andado pidiendo dinero por cortijos y caseríos algunos hombres armados. Fueron famosos, por entonces, tres hermanos, de los cuales, el que hacía de jefe, era conocido por «El Cubiles». Los cambios en todo, de 1930 a 1949, habían sido lentos. La idea de contemplar una Andalucía con mucho rasgo antiguo, con «color local», era imaginable, aunque trajes, transportes, etcétera, eran ya distintos a los del XIX romántico. Dejando detalles técnicos a un lado, recuerdo que de Bujalance fuimos a Porcuna y que allí conocimos a un hombre original: un cantero y lapidario que llevaba dieciocho años construyéndose una casa de piedra, de arenisca dorada, con bóvedas, escaleras, ventanas, etc., en donde para nada entraba la madera, el ladrillo, el yeso, y en donde, sin embargo, se simulaba el empleo de estos materiales. Hasta las mesas y las sillas eran de piedra y la mesa principal la constituía un bloque de siete toneladas. La casa de piedra daba una impresión rara de poca utilidad, y los vecinos de su constructor le tenían por hombre al que no sabían si había que admirar o si había que burlarse de él. Era como de algo más de cincuenta años, rubicundo, nervudo, con una mirada gris, algo extraviada a veces. Hablaba de su empresa, en la que pensaba invertir aún cinco años, con tono humorístico. Pero en el fondo se veía que creía que había hecho algo notable y por hacerlo había luchado, incluso, con las autoridades.
Sentí cierta simpatía por este enemigo técnico de Le Corbusier, aunque la casa no me gustara mucho. Me hizo reflexionar más sobre la arquitectura popular también: pero donde tuve más revelaciones a este respecto fue poco después, en Los Pedroches. Andábamos por Pozoblanco el día 16 de noviembre y paramos en el hotel Damián. A la hora de la comida del mediodía se organizó una conversación muy animada entre varios huéspedes y unos comisionistas. El tema era de los secuestros y casos de bandolerismo acaecidos en Sierra Morena, también entre Marbella y Estepona y en Bélmez, hacía poco. Los secuestros de niños, ancianos ricos y personas del régimen hacían pensar en los relatos de Zugasti, de la época del 68. Pero saliendo de este ámbito y por otro motivo quedé muy prendido de interés por los pueblos del valle de Los Pedroches, como La Añora y El Guijo. Me chocó un tipo de casa hecho a base de bovedillas de arista o crucero. Me chocaron otros varios elementos del arte popular, de un goticismo retardado, los esgrafiados, las cruces ovifilas que encontré, hechas de varios modos, con fin decorativo y un sin fin de peculiaridades de las que no tenía ni la idea más remota.
Me sorprendí, en fin, de lo poco que, en realidad, se sabe de Andalucía, pese a la cantidad de viajeros, ensayistas y otra clase de escritores que han dejado páginas y páginas sobre aquella tierra atractiva: acaso más para el turista que para muchos de los que viven en ella. Pensé en escribir algo, ya desde esta primera ocasión y durante el resto del viaje agucé la vista y el oído con este objeto.
Cuando, sin embargo, aproveché o empecé a aprovechar más, fue poco después, al llevar a cabo otro recorrido por la Andalucía occidental: de la sierra de Cádiz a Huelva. El contraste entre la campiña y la sierra y entre la costa y los pueblos del interior de Huelva era fortísimo, y durante el viaje tuvimos ocasión de tratar a mucha gente interesante y de distinto carácter. El 24 y 25 de noviembre andábamos por Grazalema, y en la ribera fuimos huéspedes de Julián Pitt-Rivers, al que encontré allí por vez primera, en trance de preparar su tesis. Parte de ella apareció después con el título de The people of the Sierra y dedicada a mí. Esto supuso y supone una de las mayores recompensas en mi vida profesional. Porque resultó posible que un historiador y etnógrafo sirviera de algo a un antropólogo social de la escuela de Oxford. Partíamos de intereses distintos, acaso de ideas distintas, y Foster, Pitt-Rivers y yo constituíamos un triángulo: el punto de vista inglés y el americano lo representaban muy bien cada uno de los dos. No puede decirse que el mío era el español, puesto que en 1949 no había ninguna escuela por aquí. Mi cabeza funcionaba de modo distinto, por lo mismo que mi formación no era angloamericana en total, sino medio alemana, medio francesa también. La estancia en Grazalema fue como la estancia en un laboratorio. Mas con independencia de esto, recuerdo las horas de la ribera y como muy placenteras. Despejaron algunas de mis dudas y gocé de la amistad y del paisaje con delicia. La bajada a Cádiz fue agridulce, por lo mismo que dejábamos algo excepcional en nuestros recorridos. De todas formas, también en Cádiz encontramos gente amiga y amable. Gessa, Aramburu, don Álvaro Picardo y otros nos informaron sobre muchos aspectos de la vida en la capital y en la provincia. Allí, con Arcadio de Larrea, nos metimos por vez primera en los ámbitos musicales, nos introdujeron en los misterios del «cante grande» y el «liviano» o «chico». También escuchamos desarrollar una serie de especulaciones sobre sus orígenes y cambios, que daban lugar a serias controversias.

Julio Caro Baroja
Los Baroja
Memorias familares

Un prodigioso libro de memorias, que es a la vez un certero retrato de un país, la España de antes y después de la guerra; de una fascinante familia de intelectuales, escritores y artistas, los Baroja, y del itinerario vital e intelectual de su autor. Los Baroja se divide en dos partes, la primera, titulada Los personajes, se centra en la infancia del autor, y allí aparece un niño con unas dotes de observación dignas del mejor novelista; asoman prodigiosamente recreados los personajes familiares que lo envolvían, sus abuelos, sus padres —el editor Rafael Caro Raggio y Carmen Baroja— y sus ilustres tíos —el escritor Pío y el pintor Ricardo—; se describen los espacios en los que habitaba, el mundo rural y austero de Vera de Bidasoa y el agitado Madrid de la llegada de la República; y aparecen también las primeras lecturas que le abren a ese niño inquieto y curioso nuevos horizontes… La segunda parte, que cubre los años que van de 1936 a 1956, retrata la España desolada de la posguerra y la evolución profesional del autor, interesado por la antropología, el folclore, la historia y la lingüística, su interés por la inquisición y la brujería, sus viajes por África y América.

del magnolio

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15 noviembre 2021

15 de Noviembre

 EL OTOÑO

El fulgor de la Naturaleza es la más alta aparición
donde pleno de gozo el día termina
es el año, que con esplendor se consuma
donde alegre brillo y frutos aúnanse.
La superficie del mundo engalanada está, y de tarde en tarde se oye
el sonido a través del campo abierto, el sol calienta
suave los días del Otoño, los campos parecen
lejanos en la visión, el aire sopla
Entre troncos y ramas con dulces susurros
cuando ya los campos en eriales se trocan
y todo el sentido de la clara imagen cobra vida
como un cuadro, rodeado de áureos resplandores.
15 de Noviembre 1759.

Friedrich Hölderlin
Poemas de la locura
Precedidos de algunos testimonios de sus contemporáneos sobre los «años oscuros» del poeta

Treinta y seis años tenía Friedrich Hölderlin en 1806 cuando, declarado loco, fue acogido en su casa de Tubinga, junto al Neckar, por el carpintero Zimmer. Treinta y siete más vivió en aquella casa, olvidado del mundo, de sus amigos, de sus contemporáneos, en constante diálogo consigo mismo y con la Naturaleza.
De las muchas páginas que allí escribió, prácticamente todas se han perdido. Estos 49 poemas que aquí se recogen y traducen al castellano son una ínfima muestra de su actividad intelectual en aquellos años, pero son también lo único que de ellos nos queda. La incuria del tiempo y de los hombres dejó perderse para siempre cuanto el poeta escribió, excepto estos breves textos, desperdigados entre amigos y visitantes ocasionales.
Se han recogido igualmente, junto a sus poemas, algunos testimonios de sus contemporáneos que arrojan cierta luz sobre los «años oscuros» del poeta.

Magnolia

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14 noviembre 2021

14 de noviembre

Para ti, Tania, canto. Quisiera cantar mejor, más melodiosamente, pero entonces quizá no hubieses accedido nunca a escucharme. Has oído cantar a los otros y te han dejado fría. Su canción era demasiado bella o no lo bastante bella.
Es el veintitantos de octubre. Ya no llevo la cuenta de los días. ¿Dirías: mi sueño del 14 de noviembre pasado? Hay intervalos, pero intercalados entre sueños, y no queda conciencia de ellos. El mundo que me rodea está desintegrándose, y deja aquí y allá lunares de tiempo. El mundo es un cáncer que se devora a sí mismo… Pienso en que, cuando el gran silencio descienda sobre todo y por doquier, la música triunfará por fin. Cuando todo vuelva a retirarse a la matriz del tiempo, remará el caos de nuevo, y el caos es la partitura en la que está escrita la realidad. Tú, Tania, eres mi caos. Por eso canto. Ni siquiera soy yo, es el mundo agonizante que se quita la piel del tiempo. Todavía estoy vivo, dando patadas dentro de tu matriz, que es una realidad sobre la que escribir.
Duermevela. La fisiología del amor. La ballena con su pene de dos metros en reposo. El murciélago… penis libre. Animales con un hueso en el pene. De ahí viene eso de tener un hueso. Afortunadamente —dice Gourmont— la estructura ósea se ha perdido en el hombre.» ¿Afortunadamente? Sí, afortunadamente. Imaginaos a la raza humana caminando por ahí con un hueso en ese sitio. El canguro tiene un doble pene: uno para los días de entre semana y otro para las fiestas. Duermevela. Una carta de una mujer que me pregunta si he encontrado un título para mi libro. ¿Un título? Claro que sí: Adorables lesbianas. ¡Tu vida anecdótica! Una frase de M. Borowski. El miércoles voy a comer con Borowski. Su mujer, que es una vaca seca, oficia. Ahora está estudiando inglés… su palabra favorita es «asqueroso». En seguida se ve que los Borowski son una lata. Pero esperad…
Borowski lleva trajes de pana y toca el acordeón. Combinación insuperable, especialmente si se tiene en cuenta que no es un mal artista. Finge ser polaco, pero no lo es, desde luego. Es judío, Borowski, y su padre era filatélico. De hecho, casi todo Montparnasse es judío o medio judío, lo que es peor. Están Carl y Paula, y Cronstadt y Boris, y Tarda y Sylvester, y Moldorf y Lucille. Todos excepto Fillmore. Henry Jordan Oswald ha resultado ser judío también. Louis Nicholas es judío. Hasta Van Norden y Chérie son judíos. Francis Blake es judío, o judía. Titus es judío. Así, que los judíos me están aplastando como una avalancha. Escribo esto para mi amigo Carl, cuyo padre es judío. Es importante entender todo esto.
De todos esos judíos, la más encantadora es Tania, y por ella también yo me volvería judío. ¿Por qué no? Ya hablo como un judío. Y soy feo como un judío. Además, ¿quién odia más a los judíos que un judío?
La hora del crepúsculo. Azul añil, agua cristalina, árboles resplandecientes y delicuescentes. Los raíles se pierden en el canal de Jaures. La larga oruga de costados laqueados se sumerge como una montaña rusa. No es París. No es Coney Island. Es una mezcla crepuscular de todas las ciudades de Europa y de América Central. La explanadas del ferrocarril ahí abajo, los raíles negros, enmarañados, no ordenados por el ingeniero, sino de diseño cataclismático, como esas finas fisuras del hielo polar que la cámara registra en diferentes tonos de negro.
La comida es una de las cosas que disfruto tremendamente. Y en esta hermosa Villa Borghese apenas hay nunca rastros de ella. A veces es verdaderamente asombroso. He pedido una y otra vez a Boris que encargue pan para el desayuno, pero siempre se le olvida. Al parecer, sale a desayunar fuera. Y cuando vuelve viene limpiándose los dientes con un palillo y le cuelga un poco de huevo de la perilla. Come en el restaurante por consideración hacia mí. Dice que le duele darse una comilona mientras le miro.

Henry Miller
Trópico de Cáncer

Considerada por buena parte de la crítica como la mejor de sus obras, en su primera novela se sitúa Henry Miller en la estela de Walt Whitman y Thoreau para crear un monólogo en el que el autor hace un inolvidable repaso de su estancia en París en los primeros años de la década de 1930, centrada tanto en sus experiencias sexuales como en sus juicios sobre el comportamiento humano.

Magnolia

 flores

¡A volar!