14 enero 2021
13 enero 2021
13 de enero
Tenía este viaje el doble encanto de enseñar un poco Marruecos a quien venía conmigo y fue un viaje delicioso. Marruecos, mundo blando para el turista y suficientemente exótico, es propicio para esta clase de viajeros entre los cuales me encontraba yo entonces. Amor, brandy y compras por la mañana; amor, whisky y proyectos por la tarde; amor, terraza con mar y luna por la noche; amor y Sales de Frutas y Aspirina al despertarse; juventud y algún dinero para que el corazón vaya cómodo, son elementos para un programa que en Marruecos resulta doblemente sugestivo y encantador.
El servilismo indígena, la colaboración del clima, la diversidad expresiva e impresionista de los barrios, el organizado veneno de los «busbir», la sensación de lejanía que adquiere nuestra propia vida, y la posibilidad de alquilarlo o comprarlo todo, según el deseo de cada momento, contribuyen a esta felicidad ambiente que rezuma en Marruecos, uno de los lugares del mundo donde, debe de ser más desolado y terrible no tener amor, ni juventud, ni dinero, y levantarse con el problema de ganarse la vida rodeado impúdicamente de languideces y de gentes de paso sin otro programa que el de distraer el lujo de su aburrimiento y comprar esas horas largas del África que son tan baratas al cambio de la mentalidad europea.
Volví nuevamente a Marruecos en enero de 1936 y por casualidad conservo un cuadernito de notas de ese año que me permite concretar bien las fechas: salí el día 13 de enero, un lunes, y marché directamente a la zona francesa. El día 15 estaba en Rabat, el 16 y 17 en Casablanca, el 18 en Meknés, el 19 en Fez, el 20 de nuevo en Casablanca, el 23 en Tánger y el 24 en Tetuán, hasta el lunes, 27, que emprendimos el regreso a España. Un viaje de apenas quince días en el que pensé seriamente quedarme a vivir en Marruecos. Recuerdo que con el conde de Casa Ponce de León estuve enterándome de los precios de Tánger y viendo algunos chalets que había para alquilar no lejos de la playa. Tánger era entonces muy barato y se acomodaba bastante bien a mi momento y a mi ningún deseo de seguir viviendo en Madrid. Todavía en febrero del mismo año, o sea al mes siguiente, volví a salir para Marruecos. Estuve sólo en Tánger y regresé a Madrid el 22, día en que cumplí treinta y tres años. Este viaje, del que no considero necesario dar mayor detalle, no fue como los otros, sino más bien un viaje precipitado en que anduve mal de dinero y viajé tristemente.
Las frecuentaciones de Marruecos me hicieron imaginar una novela con aquellos ambientes, y de abril a agosto de 1935 escribí Circe, que se publicó en los últimos días de este año. La acción de Circe discurre principalmente sobre la geografía de los oasis del Tafilalet. Es la captación que del protagonista europeo —un aventurero alemán— hace el pesado, lento y tentador mundo africano. Creo que la novela no salió mal y es bastante novela en cuanto a la creación de algunos personajes como el de Ifrikía y el de Machín Fayette, muy compuestos con montajes de la realidad y al mismo tiempo simbólicos.
Memorias. Mi medio siglo se confiesa a medias
Quizás el secreto del arte de González-Ruano esté en la perfecta armonización de los contrarios. De ahí que su prosa tan resabiada y sutil sea a la vez tan aparentemente vigorosa y espontánea, tan llena de pasión y de escepticismo, de ternura y de crueldad, de curiosidad por todo y de desgana ante todo. En pocos escritores se adivina tan a las claras como en él que el estilo es el hombre, que vida y estilo deben corresponderse íntimamente, sin frivolidades ni componendas, en la obra de todo verdadero escritor.
12 enero 2021
12 de enero
12 de enero, 10 h. a. m.
He pensado mucho en ello desde ayer. En la estación dije una ocurrencia que te molestó: con ella manifestaba mi indiferencia por todas las cosas menos por los cigarrillos. Para disculparme, dije que había querido bromear, pero la cosa fue más seria de lo que yo quise admitir y de lo que tú puedas pensar. Mi indiferencia por la vida está ahí: aún en los momentos en que gozo de ella junto a ti, tengo en el alma algo que no goza conmigo y que me avisa: «Cuidado, no todo es como te parece y todo es comedia porque luego caerá el telón».
Además, la indiferencia por la vida es la esencia de mi vida intelectual. En cuanto que es espíritu o fuerza, mi palabra no es otra cosa que ironía y temo que el día que tú consiguieras hacerme creer en la vida (cosa imposible) me sentiría enormemente disminuido. Casi me atrevería a pedirte que me dejaras así. Temo que si fuera feliz me volvería estúpido y, en cambio, me siento feliz (cómo me compadeces) sólo cuando siento agitarse en mi cabeza ideas que creo no se mueven en muchas otras cabezas. Con todo, que mi deseo sincero sea no herirte, lo demuestra el hecho de que por ti (y sólo por ti) quiero o quisiera renunciar al cigarrillo que me atreví a presentarte como rival tuyo.
Italo Svevo
Del placer y del vicio de fumar
El placer-vicio de fumar es el tema sobre el que gira esta selección de textos de Italo Svevo: Como el cuento Mi tiempo libre, el humo parece protagonizar un papel absolutamente secundario, hasta que su presencia acaba por hacerse más constante y en torno a ella gira el caso del viejo que se sirve del amor —aunque sea comprado— para sustraerse al ojo inexorable de la muerte.
También destaca el magnífico artículo inicial Ecos mundanos, inspirado en una novela de la época que apareció con el título de El cigarrillo, que ofrece una reflexión medio seria sobre el humo y la figura del fumador.
Para acabar, tenemos, sobre todo, las páginas extraídas del Diario para la prometida y de las Cartas a la esposa, tan llenas de referencias a su vicio más preciado y, particularmente, a la lucha heroica que contra él protagoniza el fumador empedernido, aquel odi et amo que se expresa con plena conciencia y que es el paradigma perfecto de millones de fumadores que, en todo el mundo, continúan causándose problemas a sí mismos y los causan a los demás en nombre de un placer que sigue siendo inexplicable: «Porque todos nosotros, los fumadores, estamos convencidos de que el humo no nos hace ningún bien y no necesitamos que nos lo recuerden, pero continuamos fumando porque… mejor dicho, sin ningún porqué».
11 enero 2021
11 de enero
Ahora bien, entre los extremos está la verdad; el término medio de los inquisidores lo constituyeron hombres que aceptaron las cosas como se les presentaron y que ejercieron aquel cargo como otros ejercieron el de corregidor, o el de maestre de campo, o el de almirante, y que lo desempeñaron mejor o peor, hasta que el mismo cargo vino a resultar imposible de mantener, dígase lo que se diga. Adviértase también que cuando los liberales de la época constitucional, con el general Riego a la cabeza, hablaron del Santo Oficio, hablaron de algo que poco tenía que ver con el de la época de Carlos IV o Carlos III. Una de las coplas del Trágala, canción hostilísima a los absolutistas y que cantaba aquel desgraciado general con sus amigos, dice:
Se acabó el tiempoen que se asaba,cual salmonete,la carne humana.
Este tiempo se había acabado al momento de nacer los ardientes patriotas, poco más o menos; y desde los años de Felipe V no se hacían espectaculares autos de fe, con asistencia de reyes… Pero los coletazos del monstruo moribundo aún salpicaron sangre hasta muy tarde.
En el discurso que pronunció en las Cortes de Cádiz a 11 de enero de 1813 el jovencísimo entonces conde de Toreno, que es uno de los mejores de la discusión sobre la supresión del Santo Oficio, indica que en 1768 aún fueron quemadas en Llerena algunas personas de extracción humilde y una bruja, en Sevilla, en 1780. Esto, al parecer, lo tomó de un autor extranjero y que lo da al lado de testificación menos espeluznante.
El cuadro de la Inquisición a fines del siglo XVIII que da J. F. Bourgoing en su conocido libro, que es el autor seguido por Toreno, es de los más justos que ha podido formar un hombre «desde fuera». Aparte de detalles sobre la vida y proceso de Olavide y de alguna nota horrible, como ésta de la ejecución de varios pertinaces en Llerena el año de 1763, o de la quema de una sortílega y maléfica, que padeció aquella pena en Sevilla aún en 1780, viene a decir que, según su experiencia, el tribunal había perdido gran parte de su antiguo rigor.
Y en abono de esto cuenta un hecho del que fue testigo en 1784, en Madrid, donde había cierto mendigo que pedía a la puerta de una iglesia y que se hizo famoso porque dijo haber compuesto unos polvos que, administrados a la vez que se pronunciaban unas fórmulas y tomando posturas adecuadas, atraían a los amantes hastiados o a las mujeres insensibles. El mendigo tuvo una clientela ansiosa, y los engañados guardaron silencio en su mayoría; pero alguno denunció el hecho, y el mendigo, con ciertas mujeres asociadas a él como propagandistas, dio con sus huesos en la cárcel. Tras el proceso, llegó el día de la sentencia condenatoria, que hubo de leerse en la iglesia de los dominicos de Madrid, pese a los detalles obscenos que contenía. El mendigo fue declarado convicto de maleficio, profanación e impostura, y se le condenaba a prisión perpetua tras los azotes de rigor, dados en los lugares más conocidos de la corte. Las mujeres, que eran dos, fueron condenadas a pena menos rigurosa. Y luego salieron los tres culpables caballeros en asnos, con sus sambenitos cubiertos de diablos y otras figuras simbólicas y con la coroza en la cabeza. El hombre era grueso. La comitiva llevaba en vanguardia al marqués de Cogolludo, el mayor de los hijos del duque de Medinaceli, que presidía en calidad de alguacil mayor. Seguían otros grandes y títulos, familiares del Santo Oficio y oficiales del tribunal. La gente esperaba curiosa el castigo que «n’eut au reste, rien d’affligeant pour la sensibilité. Jamais sentence méritée ne fut exécutée avec plus de douceur», dice Bourgoing. De vez en cuando se hacía parar al mendigo montado en el asno, el verdugo apenas tocaba sus espaldas con el azote o vergajo y al punto una mano caritativa le daba a la víctima un vaso de vino para que reavivara sus fuerzas. «Il est á désirer —concluía Bourgoing— que le Saint Office n’ait jamais á exercer d’autres rigueurs». En realidad, parece, por otros testimonios, que el Santo Oficio, en materia semejante, fue casi siempre de gran benignidad. Los herejes castigados con fiereza fueron los protestantes convictos y los pertinaces en mantenerse en la ley de Moisés después de bautizados. De todas maneras, el siglo XIX entero vivió maldiciéndole. Fuera de España y en España. Tuvo que llegar la reacción conservadora alfonsina y canovista, tras los desbarajustes de la revolución del 68, para que surgieran sus apologistas decididos…, que no han faltado hasta nuestros días.
Julio Caro Baroja
El señor inquisidor
El señor inquisidor examina el estilo de vida de los funcionarios permanentes de la Inquisición, los criterios seguidos para su incorporación y promoción y las formas de actuación del Santo Oficio.
Este ensayo fue escrito por Julio Caro Baroja después de una ardua tarea de investigación y en él sostiene que se ha escrito mucho sobre la Inquisición, pero de manera abstracta y que, sin prescindir de tantas interpretaciones, proclamadas por diferentes escuelas y pensadores y realizadas en distintos momentos históricos sobre las actuaciones de la Inquisición, el Santo Oficio debería ser juzgado a partir de las actuaciones de sus verdaderos protagonistas, es decir los señores inquisidores.
La obra constituye el primer capítulo de la recopilación de trabajos El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio publicado por Caro Baroja en 1994.
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