29 noviembre 2020

29 de noviembre

Que la vida de Pessoa no tuviera aventura (infancia surafricana aparte) no quiere decir, claro, que no tuviera angustia, sueño, dolor, dirección. Sólo se le conoce un amor, con Ofélia Queirós, en dos fases de apenas unos meses separadas por diez años. Una relación en la que también entraron los heterónimos: Álvaro de Campos le escribía cartas a Ofélia advirtiéndola de que Pessoa no era de fiar. El 29 de noviembre de 1920 Pessoa le escribe en una carta a Ofélia: «El amor pasó… Mi destino pertenece a otra Ley, cuya existencia Ofélia ignora, y está subordinado cada vez más a la obediencia a maestros que ni permiten ni perdonan». Ofélia acabaría casándose con un teatrero y Pessoa habitaría cada vez más en el mundo paralelo de sus heterónimos, entregado febrilmente a la escritura de sus poemas: afirmó haber escrito todos los poemas de El guardador de rebaños en una única noche de insomnio de Caeiro.

Pessoa quiso vivirlo todo de todas las maneras poniendo cuanto era en cada cosa que hacía. Paradójicamente, todo eso no sucedió en la vida misma, sino en su escritura: su monótona existencia fue el paisaje adecuado para una de las mayores aventuras literarias de la poesía universal. ¿Quién necesita la vida real, pudiendo inventar cuantas quiera, como las quiera? No todos elegiríamos la forma de vida de Fernando Pessoa, pero todos aprendemos a vivir mejor la nuestra gracias a su elección.
Martín López-Vega - Iowa City, 11 mayo 2014
introduccion al libro de Pessoa. 
Pessoa murió el 29 de noviembre de 1935
 
Fernando Pessoa
Un disfraz equivocado
 

Aguileña

 

aguileña

28 noviembre 2020

28 de noviembre

El 28 de noviembre, tras varios días de temporal, llegamos ante mi vieja amiga la isla de Madagascar y anclamos en la bahía de San Agustín, situada a su extremo sudoeste. Desembarcamos y entramos en tratos con los nativos, para obtener provisiones, especialmente bueyes. Los queríamos vivos, pues hacía un calor terrible; pero nos pareció mejor adobarlos, para ahorrar espacio, y lo hicimos según el sistema que había utilizado yo en aquel primer viaje mío a lo largo de la isla, o sea salando la carne con salitre, curándola al sol y comiéndola hervida. A nuestros hombres no les entusiasmó el sabor de aquella carne, que a mí, en otros tiempos, me había parecido deliciosa. 
Nos desquitamos de ello comiendo buey fresco a todas horas, mientras estuvimos allí. Pronto notamos que aquel lugar no era nada a propósito para nuestro negocio, y yo, que conocía la isla, les dije que la época tampoco era la más favorable para hacer presas; pero, en cambio, había dos lugares particularmente apropiados para nuestros proyectos. Uno, en la parte Este, era la bahía, frente a la cual estaba la isla Mauricio, por donde pasaban todos los buques que hacían la ruta de las Indias, a su regreso a Europa, es decir, cuando iban cargados con materiales más preciosos, viniendo de la costa Malabar, Coromandel, Fuerte San Jorge u otros sitios no menos ricos. Si queríamos dar caza a aquellos navíos, el lugar más apropiado era el que yo proponía. 

Daniel Defoe
Vida, aventuras y peripecias del famoso capitán Singleton

Salvia pratensis

salvia pratensis

27 noviembre 2020

27 de noviembre

Desgraciadamente las cosas no estaban aún arregladas a gusto de la Corte, cuando la Asamblea, sabiendo que el rey había pedido al papa una autorización, todavía no concedida, puso en conocimiento de Luis XVI que no se le exigía la sanción, sino simplemente la aceptación de los decretos de 14 de julio y 27 de noviembre, por los que se obligaba a los sacerdotes a jurar la Constitución.

El 16 de diciembre envió el rey la aceptación que se le pedía. Una hora después, habiendo encontrado a M. de Fersen, le dijo:

—¡Ah! más quisiera ser rey de Metz. Por fortuna, esto acabará pronto.

Es digno de observarse de paso, que el juramento que la Asamblea exigía a los sacerdotes no lo querían los hombres más avanzados de la revolución. Ni Robespierre ni Marat se habían decidido por él: véase como se expresaba Camilo Desmoulins en la materia:

—Si se aferran a su púlpito, no nos expongamos a romperles sus vestiduras de lino por querer arrancarlos de él: basta con el ayuno para librarnos de tales clerizontes.

Lo único que exigía era que se negase la paga a los sacerdotes pertinaces en no jurar la Constitución.

Alexandre Dumas
El drama de 1793. Escenas revolucionarias

Callistemon rugulosus

 

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Serie: azulejos