27 noviembre 2020
26 noviembre 2020
26 de noviembre
Del tiempo y el río
25 noviembre 2020
25 de noviembre
No es un escrúpulo, en el sentido exacto de la palabra. No creo hacer daño a nadie anotando aquí día por día, con una franqueza absoluta, los más insignificantes secretos de una vida que además no tiene misterio alguno. Lo que voy a perpetuar en el papel no enseñaría gran cosa al único amigo con quien me explayo todavía y por lo demás, sé que jamás me atrevería a escribir lo que cada mañana confío a Dios sin la menor vergüenza. No son escrúpulos, sino más bien una especie de temor irrazonado, parecido a la advertencia del instinto. Al sentarme por vez primera delante de este cuaderno de colegial, lie tratado de fijar mi atención, de concentrarme como para un examen de conciencia. Pero no ha sido mi conciencia la que he avizorado con esta mirada interior, ordinariamente tan reposada, tan penetrante, que desprecia el detalle y va directamente a lo esencial. Parecía resbalar por la superficie de otra conciencia, hasta entonces desconocida para mí, por un turbio espejo que me hacía sentir el temor de ver surgir un rostro. ¿Qué rostro? ¿Acaso el mío…?
Cada cual debería hablar de sí con un rigor inflexible. Pero al primer esfuerzo para comprenderse, ¿de dónde surge esta piedad, esta ternura, este aflojamiento de todas las fibras del alma y estos deseos de echarse a llorar?
Georges Bernanos
Diario de un cura rural
24 noviembre 2020
24 de noviembre
24 de noviembre. Ella percibe lo que estoy soportando. Hoy su mirada me ha atravesado hasta lo más profundo del corazón. La encontré sola; no dijo nada y me observó. Y yo ya no vi en ella la encantadora hermosura, el brillo de su extraordinario espíritu; todo eso había desaparecido de delante de mis ojos. Una mirada mucho más excelsa, expresión de la más profunda simpatía, de la más dulce compasión, recayó sobre mí. ¿Por qué no pude arrojarme a sus pies? ¿Por qué no pude responderle llenando su cuello de miles de besos? Buscó cobijo en el piano y exhaló con una voz dulce y queda armoniosos sonidos que acompañaban a la pieza que tocaba. Sus labios nunca me habían parecido más cautivadores; era como si se abrieran sedientos, absorbieran aquellas suaves notas que brotaban del instrumento y retornara un eco íntimo de su pura boca. ¡Así fue, si es que esto puede transmitir lo que sentí! No pude resistirlo más, me incliné y juré que nunca me atrevería a posar un beso en aquellos labios sobre los que flotaban los espíritus del cielo. Y sin embargo…, sí quiero… ¡Ja! ¿Ves? Esto es lo que tengo en mi alma como un muro… Esta ventura… Y después hundirme para expiar este pecado… ¿Pecado?
Johann Wolfgang von Goethe
Los padecimientos del joven Werther