24 febrero 2008
LOS DIPUTADOS: EL INDEPENDIENTE
Personajes: el boticario, el albéitar, dos de los principales terratenientes, el alcalde y el secretario de Ayuntamiento. Este último acaba de leer la convocatoria para elecciones de diputados á Cortes. En seguida toma la palabra el alcalde, y dice:
— ¿No les parece á ustedes, señores, que ya debíamos estar cansados de votar á los señoritos que nos envían de Madrid, y que después no vuelven á acordarse de nosotros?
Discutida suficientemente la cuestión, acuérdase la candidatura de uno de los presentes, el Sr. Fulano, quien, tras una resistencia digna de Cincinato, y previa consulta con su mujer, acepta la representación de sus convecinos.
En vano el Gobierno le opone un candidato adicto á su política; el día de la elección, el Sr. Fulano abre de par en par las puertas de su bodega, y queda proclamado por unanimidad, según él, por una nimiedad, como decía Candan antes de desechar el pelo del Coronil.
El diputado adopta el carácter de independiente, porque, como él dice, á él no le lleva la política, sino el deseo de rebajar las contribuciones. Desde luego ofrece sacar tres ferrocarriles, una fuente y un lavadero para su villa natal, y aunque es del interior, y no tiene más río que uno tributario del Jarama, como pueda, convertirá en puerto de mar los terrenos incultos que rodean al pueblo.
Sale de éste con el acta en el bolsillo, entre las aclamaciones de la multitud.
— ¡Que no te vendas! le dicen sus amigos.
— ¡Que no se olvide usted de nosotros! le gritan los pobres.
Y él, montado en su macho, saluda con el sombrero.
El camino es corto, y en pocas horas se presenta en Madrid, hospedándose provisionalmente en la posada del Peine; sin quitar el polvo á la ropa , se dirige á la calle de la Cruz , y se equipa a la moda... de hace diez años , marchando rápidamente al Congreso , en cuya puerta le atajan el paso los porteros de entrada .
El flamante diputado, reparando en los trajes de aquéllos, los toma por ministros, creyendo ver en uno que adolece de estrabismo, al Sr. Cánovas del Castillo.
— Soy, dice descubriéndose, el diputado por Villacualquiera.
Los porteros le acompañan al despacho del Mayor, donde entrega el acta, pidiendo recibo.
El acta está más limpia que una patena, y queda aprobada en la primera reunión del Congreso.
El independiente no puede contener su gozo; aquel día se permite el lujo de regalarse en casa de Botín (sobrino), habiendo antes escrito, en papel del Congreso, á su mujer y amigos.
En los primeros días está cohibido: cuando toma agua no se atreve á endulzarla con azucarillos, censurando á solas el despilfarro de bujías para encender sus cigarros los padres de la patria.
Como no conoce á nadie, se aburre contemplando las pinturas del salón de conferencias, sin entender sus alegorías; tampoco sabe á quiénes representan los bustos de los ángulos, y el cuadro de los comuneros, del célebre Gisbert, se le antoja el suplicio de Riego.
Ni escupe, ni arroja la colilla del cigarro sobre la alfombra, y al sentarse en los mullidos divanes lo hace con el mayor cuidado, para no saltar los muelles.
Al fin sale de su aislamiento, buscado en una rotación por los amigos del Ministerio. ¡Adiós, propósitos de independencia!
El pobre independiente no tiene valor ni práctica para sustraerse á la influencia de los diputados duchos en intrigas de salón, y vota lo que le aconsejan.
Ganada la votación, le presentan al ministro interesado en aquélla: éste suele ser el de Gobernación, que en todo Ministerio es el de más travesura. El individuo del Gabinete conoce á primera vista al neófito; con dos ó tres palmaditas en el hombro se gana la simpatía del Sr. Fulano, á quien para asegurarle promete una gran cruz.
Desde aquel instante, el independiente deja de serlo para convertirse en obediente servidor del Gobierno. Ya no se acuerda de los ferrocarriles, ni de la fuente, ni del lavadero, ni siquiera, en fin, del puerto con que había soñado.
El Ministerio le parece el mejor de los Ministerios posibles, y el ministro de la Gobernación el político más campechano del mundo.
De día en día hace pinitos, y al final de la legislatura ya se atreve á interrumpir á alguno de los oradores de oposición, dándose tono con los porteros; ya toma los azucarillos á pares, encuentra mezquino el alumbrado, pobre y miserable la alfombra, desvencijados los divanes y estrecho el edificio.
Por fin recibe el diploma de caballero gran cruz de una real y distinguida orden. ¡Ya tiene excelencia!
Quienes con esto salen perdiendo, son el sobrino de Botín y el dueño de la posada del Peine. Un excelentísimo señor, no puede, sin rebajarse, comer un cuarto de cabrito en una vulgar pastelería, ni dormir en el cuarto de una posada. A partir desde su encumbramiento, come y se hospeda en la fonda de Los Leones de oro; así subirá hasta alojarse en el Hotel de París. Por supuesto, tampoco se viste en roperías.
Ciérranse las Cortes, suspendidas las sesiones, y el excelentísimo señor D. Fulano vuelve á su pueblo, no atravesado en un macho, sino en diligencia; pero los electores no le esperan á la entrada del lugar. Engañados en sus esperanzas, han jurado vengarse no volviendo á sacarle diputado.
A buena hora; otra vez se presentará candidato ministerial, y saldrá, si no por su distrito, por algún otro, aunque sea de las provincias ultramarinas.
En esto paran la generalidad de los diputados independientes: pobres hombres, vienen con muchos bríos, y son explotados, sin que cueste muy cara su adhesión.
Así le ha ocurrido al Sr. Fulano; sin embargo, con el tiempo irá aumentando su ambición, y, ministerial cual ninguno, su propia insignificancia le elevará á la categoría do hombre importante.
De menos hizo Dios á Auriol, y de mucho menos todavía hizo Cánovas á Sedano.
23 febrero 2008
22 febrero 2008
OLVIDO DE NOMBRES PROPIOS
Si no estoy muy equivocado, un psicólogo a quien se pregunta cómo es que con mucha frecuencia no conseguimos recordar un nombre propio que, sin embargo, estamos ciertos de conocer, se contentaría con responder que los nombres propios son más susceptibles de ser olvidados que otro cualquier contenido de la memoria, y expondría luego plausibles razones para fundamentar esta preferencia del olvido; pero no sospecharía más amplia determinación de tal hecho.
Por mi parte he tenido ocasión de observar, en minuciosas investigaciones sobre el fenómeno del olvido temporal de los nombres, determinadas particularidades que no en todos, pero sí en muchos de los casos, se manifiestan con claridad suficiente. En tales casos sucede que no sólo se olvida, sino que, además, se recuerda erróneamente. A la consciencia del sujeto que se esfuerza en recordar el nombre olvidado acuden otros -nombres sustitutivos- que son rechazados en el acto como falsos, pero que, sin embargo, continúan presentándose en la memoria con gran tenacidad. El proceso que os había de conducir a la reproducción del nombre buscado se ha desplazado, por decirlo así, y nos ha llevado hacia un sustitutivo erróneo. Mi opinión es que tal desplazamiento no se halla a merced de un mero capricho psíquico cualquiera, sino que sigue determinadas trayectorias regulares y perfectamente calculables, o, por decirlo de otro modo, presumo que los nombres sustitutivos están en visible conexión con el buscado, y si consigo demostrar la existencia de esta conexión, espero quedará hecha la luz sobre el proceso y origen del olvido de nombres.
En el ejemplo que en 1898 elegí para someterlo al análisis, el nombre que inútilmente me había esforzado en recordar era el del artista que en la catedral de Orvieto pintó los grandiosos frescos de `Las cuatro últimas cosas'. En vez del nombre que buscaba Signorelli- acudieron a mi memoria los de otros dos pintores -Botticelli y Boltraffio-, que rechacé en seguida como erróneos. Cuando el verdadero nombre me fue comunicado por un testigo de mi olvido, lo reconocí en el acto y sin vacilación alguna. La investigación de por qué influencias y qué caminos asociativos se había desplazado en tal forma la reproducción -desde Signorelli hasta Botticelli y Boltraffio- me dio los resultados siguientes:
a) La razón del olvido del nombre Signorelli no debe buscarse en una particularidad del mismo ni tampoco en un especial carácter psicológico del contexto en que se hallaba incluido. El nombre olvidado me era tan familiar como uno de los sustitutivos -Botticelli- y mucho más que el otro -Boltraffio-, de cuyo poseedor apenas podría dar más indicación que la de su pertenencia a la escuela milanesa. La serie de ideas de la que formaba parte el nombre Signorelli en el momento en que el olvido se produjo me parece absolutamente inocente e inapropiada para aclarar en nada el fenómeno producido. Fue en el curso de un viaje en coche desde Ragusa (Dalmacia) a una estación de la Herzegovina. Iba yo en el coche con un desconocido; trabé conversación con él y, cuando llegamos a hablar de un viaje que había hecho por Italia, le pregunté si había estado en Orvieto y visto los famosos frescos de…
b) El olvido del nombre queda aclarado al pensar en el tema de nuestra conversación, que precedió inmediatamente a aquel otro en que el fenómeno se produjo, y se explica como una perturbación del nuevo tema por el anterior. Poco antes de preguntar a mi compañero de viaje si había estado en Orvieto, habíamos hablado de las costumbres de los turcos residentes en Bosnia y en la Herzegovina. Yo conté haber oído a uno de mis colegas, que ejercía la Medicina en aquellos lugares y tenía muchos clientes turcos, que éstos suelen mostrarse llenos de confianza en el médico y de resignación ante el destino. Cuando se les anuncia que la muerte de uno de sus deudos es inevitable y que todo auxilio es inútil, contestan:«¡Señor (Herr), qué le vamos a hacer! ¡Sabemos que si hubiera sido posible salvarle, le hubierais salvado!» En estas frases se hallan contenidos los siguientes nombres: Bosnia, Herzegovina y Señor (Herr), que pueden incluirse en una serie de asociaciones entre Signorelli, Botticelli y Boltraffio.
c) La serie de ideas sobre las costumbres de los turcos en Bosnia, etc., recibió la facultad de perturbar una idea inmediatamente posterior, por el hecho de haber yo apartado de ella mi atención sin haberla agotado. Recuerdo, en efecto, que antes de mudar de tema quise relatar una segunda anécdota que reposaba en mi memoria al lado de la ya referida. Los turcos de que hablábamos estiman el placer sexual sobre todas las cosas, y cuando sufren un trastorno de este orden caen en una desesperación que contrasta extrañamente con su conformidad en el momento de la muerte. Uno de los pacientes que visitaba mi colega le dijo un día: «Tú sabes muy bien, señor (Herr), que cuando eso no es ya posible pierde la vida todo su valor.»
Por no tocar un tema tan escabroso en una conversación con un desconocido reprimí mi intención de relatar este rasgo característico. Pero no fue esto sólo lo que hice, sino que también desvié mi atención de la continuación de aquella serie de pensamientos que me hubiera podido llevar al tema «muerte y sexualidad». Me hallaba entonces bajo los efectos de una noticia que pocas semanas antes había recibido durante una corta estancia en Trafoi. Un paciente en cuyo tratamiento había yo trabajado mucho y con gran interés se había suicidado a causa de una incurable perturbación sexual. Estoy seguro de que en todo mi viaje por la Herzegovina no acudió a mi memoria consciente el recuerdo de este triste suceso ni de nada que tuviera conexión con él. Mas la consonancia Trafoi-Boltraffio me obliga a admitir que en aquellos momentos, y a pesar de la voluntaria desviación de mi atención, fue dicha reminiscencia puesta en actividad en mí.
d) No puedo ya, por tanto, considerar el olvido del nombre Signorelli como un acontecimiento casual, y tengo que reconocer la influencia de un motivo en este suceso. Existían motivos que me indujeron no sólo a interrumpirme en la comunicación de mis pensamientos sobre las costumbres de los turcos, etc., sino también a impedir que se hiciesen conscientes en mí aquellos otros que, asociándose a los anteriores, me hubieran conducido hasta la noticia recibida en Trafoi. Quería yo, por tanto, olvidar algo, y había reprimido determinados pensamientos. Claro es que lo que deseaba olvidar era algo muy distinto del nombre del pintor de los frescos de Orvieto; pero aquello que quería olvidar resultó hallarse en conexión asociativa con dicho nombre, de manera que mi volición erró su blanco y olvidé lo uno contra mi voluntad, mientras quería con toda intención olvidar lo otro. La repugnancia a recordar se refería a un objeto, y la incapacidad de recordar surgió con respecto a otro. El caso sería más sencillo si ambas cosas, rechazo e incapacidad, se hubieran referido a un solo dato. Los nombres sustitutivos no aparecen ya tan injustificados como antes de estas aclaraciones y aluden (como en una especie de transacción) tanto a lo que quería olvidar como a lo que quería recordar, mostrándome que mi intención de olvidar algo no ha triunfado por completo ni tampoco fracasado en absoluto.
e) La naturaleza de la asociación establecida entre el nombre buscado y el tema reprimido (muerte y sexualidad, etc., en el que aparecen las palabras Bosnia, Herzegovina y Trafoi) es especialmente singular. El siguiente esquema, que publiqué con mi referido artículo, trata de representar dicha asociación.
En este proceso asociativo el nombre Signorelli quedó dividido en dos trozos. Uno de ellos (elli) reapareció sin modificación alguna en uno de los nombres sustitutivos, y el otro entró -por su traducción Signor-Herr (Señor)- en numerosas y diversas relaciones con los nombres contenidos en el tema reprimido; pero precisamente por haber sido traducido no pudo prestar ayuda ninguna para llegar a la reproducción buscada. Su sustitución se llevó a cabo como si se hubiera ejecutado un desplazamiento a lo largo de la asociación de los nombres Herzegovina y Bosnia, sin tener en cuenta para nada el sentido ni la limitación acústica de las sílabas. Así, pues, los nombres fueron manejados en este proceso de un modo análogo a como se manejan las imágenes gráficas representativas de trozos de una frase con la que ha de formarse un jeroglífico.
La coincidencia no advirtió nada de todo el proceso que por tales caminos produjo los nombres sustitutivos en lugar del nombre Signorelli. Tampoco parece hallarse a primera vista una relación distinta de esta reaparición de las mismas sílabas o, mejor dicho, series de letras entre el tema en el que aparece el nombre Signorelli y el que le precedió y fue reprimido.
Quizá no sea ocioso hacer constar que las condiciones de la reproducción y del olvido aceptadas por los psicólogos, y que éstos creen hallar en determinadas relaciones y disposiciones, no son contradichas por la explicación precedente. Lo que hemos hecho es tan sólo añadir, en ciertos casos, un motivo más a los factores hace ya tiempo reconocidos como capaces de producir el olvido de un nombre y además aclarar el mecanismo del recuerdo erróneo. Aquellas disposiciones son también, en nuestro caso, de absoluta necesidad para hacer posible que el elemento reprimido se apodere asociativamente del nombre buscado y lo lleve consigo a la represión. En otro nombre de más favorables condiciones para la reproducción quizá no hubiera sucedido esto. Es muy probable que un elemento reprimido esté siempre dispuesto a manifestarse en cualquier otro lugar; pero no lo logrará sino en aquellos en los que su emergencia pueda ser favorecida por condiciones apropiadas. Otras veces la represión se verifica sin que la función sufra trastorno alguno o, como podríamos decir justificadamente, sin síntomas.
El resumen de las condicionantes del olvido de nombres, acompañado del recuerdo erróneo, será, pues, el siguiente:
1º. Una determinada disposición para el olvido del nombre de que se trate.
2º. Un proceso represivo llevado a cabo poco tiempo antes.
3º. La posibilidad de una asociación externa entre el nombre que se olvida y el elemento anteriormente reprimido.
Esta última condición no debe considerarse muy importante, pues la asociación externa referida se establece con gran facilidad y puede considerarse existente en la mayoría de los casos. Otra cuestión de más profundo alcance es la de si tal asociación externa puede ser condición suficiente para que el elemento reprimido perturbe la reproducción del nombre buscado o si no será además necesario que exista más íntima conexión entre los temas respectivos. Una observación superficial haría rechazar el último postulado y considerar suficiente la contigüidad temporal, aun siendo los contenidos totalmente distintos; pero si se profundiza más se hallará que los elementos unidos por una asociación externa (el reprimido y el nuevo) poseen con mayor frecuencia una conexión de contenido. El ejemplo Signorelli es una prueba de ello.
El valor de lo deducido de este ejemplo depende, naturalmente, de que lo consideremos como un caso típico o como un fenómeno aislado. Por mi parte debo hacer constar que el olvido de un nombre, acompañado de recuerdo erróneo, se presenta con extrema frecuencia en forma igual a la que nos ha revelado nuestro análisis. Casi todas las veces que he tenido ocasión de observar en mí mismo tal fenómeno he podido explicarlo del mismo modo, esto es, como motivado por represión. Existe aún otro argumento en favor de la naturaleza típica de nuestro análisis, y es el que, a mi juicio, no pueden separarse en principio los casos de olvido de nombres con recuerdo erróneo de aqueIlos otros en que no aparecen nombres sustitutivos equivocados. Estos surgen espontáneamente en muchos casos, y en los que no, puede forzárselos a emerger por medio de un esfuerzo de atención, y entonces muestran, con el elemento reprimido y el nombre buscado, iguales conexiones que si su aparición hubiera sido espontánea. La percepción del nombre sustitutivo por la consciencia parece estar regulada por dos factores: el esfuerzo de atención y una determinante interna inherente al material psíquico. Esta última pudiera buscarse en la mayor o menor facilidad con la que se constituye la necesaria asociación externa entre los dos elementos. Gran parte de los casos de olvido de nombres sin recuerdo erróneo se unen de este modo a los casos con formación de nombres sustitutivos en los cuales rige el mecanismo descubierto en el ejemplo Signorelli.
Sin embargo, no me atreveré a afirmar rotundamente que todos los casos de olvido de nombres puedan ser incluidos en dicho grupo, pues, sin duda, existen algunos que presentan un proceso más sencillo. Así, pues, creemos obrar con prudencia exponiendo el estado de cosas en la siguiente forma: Junto a los sencillos olvidos de nombres propios aparecen otros motivados por represión.
En la fontana de Trevi: echando monedas
Cine
Tres monedas en la fuente (1954): la fuente del título es la Fontana de Trevi.
La dolce vita (1960): en una de las escenas más famosas del cine italiano, Anita Ekberg se zambulle en la fuente, invitando a Marcello Mastroianni a hacer lo mismo.
Tototruffa '62 (1961): Totò intentaba vender la fuente a unos ingenuos y confiados turistas.
The Lizzie McGuire Movie: Sale la fuente al principio de la película.
La costumbre de arrojar monedas
A raíz de la película Tres monedas en la fuente, surge una leyenda urbana entre los que no saben que las tres monedas eran arrojadas por tres personas diferentes, según la cual trae suerte arrojar monedas con la mano derecha sobre el hombro izquierdo en la Fontana de Trevi.
En realidad, arrojar una moneda asegura que quien lo hace volverá a Roma, dos que se enamorará de una guapa romana (o romano) y tres que se casará con ella (o con él) en Roma.
21 febrero 2008
EL CIELO GANADO
-Hombre de poca fe. No creíste en mí. Por eso no entrarás en el Paraíso.
-Oh Señor -contesta Cruz-, es verdad que mi fe no ha sido mucha. Nunca he creído en Vos, pero siempre te he imaginado.
Tras escucharlo, Dios responde:
-Bien, hijo mío, entrarás en el cielo; mas no tendrás nunca la certeza de hallarte en él.