La calabaza del peregrino o calabaza del vinatero es una variedad con forma de botella estrangulada que una vez seca puede utilizarse como recipiente.
26 noviembre 2007
25 noviembre 2007
24 noviembre 2007
De pinos y encinas
Canción del río Duero
Molinero es mi amante,
tiene un molino
bajo los pinos verdes,
cerca del río;
bajo los pinos verdes
cerca del río.
Niñas, cantad,
niñas, cantad:
Por la orilla del Duero
quisiera pasar.
Por las tierras de Soria
va mi pastor.
¡Si yo fuera una encina
sobre un alcor!
Para la siesta
¡Si yo fuera una encina
sombra le diera!
Niñas, cantad:
por la orilla del Duero
quisiera pasar.
Niñas, cantad,
Por la orilla del Duero
quisiera pasar.
En las tierras de Soria,
azul y nieve,
leñador es mi amante
de pinos verdes,
leñador es mi amante
de pinos verdes.
¡Quién fuera el águila
para ver a mi dueño
cortando ramas!
¡Ay, garabí!
¡Ay, garabí!
¡Bailad, suene la flauta
y el tamboril!
CANCIONES DEL ALTO DUERO
I
Molinero es mi amante,
tiene un molino
bajo los pinos verdes,
cerca del río.
Niñas, cantad:
"Por las tierras de Soria
yo quisiera pasar."
II
Por las tierras de Soria
va mi pastor.
¡Si yo fuera una encina
sobre un alcor!
para la siesta,
si yo fuera una encina
sombra le diera.
III
Colmenero es mi amante
y, en su abejar,
abejicas de oro
vienen y van.
De tu colmena,
colmenero del alma,
yo colmenera.
IV
En las sierras de Soria,
azul y nieve.
Leñador es mi amante
de pinos verdes.
¡Quién fuera águila
para ver a mi dueño
cortando ramas!
V
Hortelano es mi amante,
tiene su huerto,
en la tierra de Soria
cerca del Duero.
¡Linda hortelana!
llevaré saya verde,
monjil de grana.
De Antonio Machado. Variaciones
23 noviembre 2007
Los noviembre en otras historias inventadas
Donde se llega al pie de la abadía y Guillermo da pruebas de gran dureza.
Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, en seguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas. Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en todo el mundo cristiano, sino la mole de lo que después supe que era el Edificio. Se trataba de una construcción octogonal que de lejos parecía un tetrágono (figura perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de la Ciudad de Dios), cuyos lados meridionales se erguían sobre la meseta de la abadía, mientras que los septentrionales parecían surgir de las mismas faldas de la montaña, arraigando en ellas y alzándose como un despeñadero. Quiero decir que en algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, sin cambio de color ni de materia, y convertirse, a cierta altura, en burche y torreón (obra de gigantes habituados a tratar tanto con la tierra como con el cielo). Tres órdenes de ventanas expresaban el ritmo ternario de la elevación, de modo que lo que era físicamente cuadrado en la tierra era espiritualmente triangular en el ciclo. Al acercarse más se advertía que, en cada ángulo, la forma cuadrangular engendraba un torreón heptagonal, cinco de cuyos lados asomaban hacia afuera; o sea que cuatro de los ocho lados del octágono mayor engendraban cuatro heptágonos menores, que hacia afuera se manifestaban como pentágonos. Evidente, y admirable, armonía de tantos números sagrados, cada uno revestido de un sutilísimo sentido espiritual. Ocho es el número de la perfección de todo tetrágono; cuatro, el número de los evangelios; cinco, el número de las partes del mundo; siete, el número de los dones del Espíritu Santo. Por la mole, y por la forma, el Edificio era similar a Castel Urbino o a Castel dal Monte, que luego vería en el sur de la península italiana, pero por su posición inaccesible era más tremendo que ellos, y capaz de infundir temor al viajero que se fuese acercando poco a poco. Por suerte era una diáfana mañana de invierno y no vi la construcción con el aspecto que presenta en los días de tormenta.
Sin embargo, no diré que me produjo sentimientos de júbilo. Me sentí amedrentado, presa de una vaga inquietud. Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto, y que interpreté correctamente inequívocos presagios inscritos en la piedra el día en que los gigantes la modelaran, antes de que la ilusa voluntad de los monjes se atreviese a consagrarla a la custodia de la palabra divina.
22 noviembre 2007
El río que nos lleva
21 noviembre 2007
Granada: vista parcial
XV
Ruy Cid
Polla veiga de Granada
El-rei moiro passeiava,
De sua lança na mão,
Com que pássaros matava:
Nã lhe dava pollos pés,
Nem pollos azas lhe dava;
Dava-lhe certo no bico,
Que logo los derreava.
E, nisto, lhe chegam novas
Ou`Alfama lh`era tomada.
E Cramou
- « Ai, Alfama,minh`Alfama,
Que m`estavas mal guardada!
Ainda hontem, dos moiros;
Hoje, dos christãos ganhada!
Ai,Alfama, minh` Alfama,
A fogo sejas queimada,
S`amanhã lo sol raiar
Sem de moiros ser c`roada!»
E chamou por seus moiricos,
Que lh'andavam na lavrada;
Nã lhe vinham um a um;
Quatro, cinco, de manada.
E disse:
- «Quem é lo avenluroso
Que me ganh' esta jornada?»
Respondeu-Ih' um moiro velho,
De cem annos, menós nada;
- «Esta batalha, bom rei,
Só por vós será ganhada:
E lo perro de Ruy Cid
Lo tereis pela barbada;
La sua Ximena Gomes
Será vossa captivada;
Sua filha Don' Urraca
Será vossa mancehada;
E la outra, mais chiquita,
P'ra vos servir, descalçada.»
Huy Cid, qu` stav` ouvindo
Da torre, sua morada,
Logo chamou sua filha
Dona Urraca chamada.
E lhe disse:
- «Veste, filha, teus brocados;
D'ir á festa mais honrada;
De chapins d'oiro, não prata,
Vem, tu filha, bem calçada;
E já, já, põe t' á janella,
Ao caminho defrontada.
Em quanto vou cavalgar
E cingil la minha 'spada,
Detem-me tu lo rei moiro,
Qu' ha de passar na estrada.
Vae tu palavr' em palavra,
Cada qual bem demorada;
Cada uma dellas todas
Que seja d'amor tocada;»
Pergunta ella:
- «Como lh`hei fallar d`amor,
Se d`amor eu nã sei nada?»
Responde Ruy Cid:
- «Falla-lhe desta maneira,
Uma falla bem fallada:
«Bem appar`cido, rei moiro,
Nesta hor`abençoada!
Há sept`annos, já sept`annos,
Que de vós sou namorada ;
Já vae correndo nos oito;
Quero m`ir por vós furtada.»
Vestida de seus brocados,
De chapins d`oiro calçada,
´Sta Urraca de janella
Ao caminho defrontada;
E deitando olhos ao longo,
Vê lo rei que vem na estrada,
E lo moiro, que la viu,
La saudou, bem cortejada:
- «Alá vos guarde, senhora,
Nesta hor`afortunada!»
Éll, então, desta maneira
Fallou falla bem fallada;
E de palavr`em palavra
Cada qual bem demorada,
Cada uma d`ellas todas
Era do amor tocada:
- «Bem appar'cido. rei moiro
Nesta har' abençoada!
Ha sepl' annos, já sept' annos,
Que de vós sou namurada;
Já vae correndo nos oito;
Quero m'ir por vós furtada.» -
- «Senhora, n'isso que qu'reis,
Andaes bem aconselhada:
De tantas mulheres qu'eu tenho,
Só vós sais ue mim amada;
Sereis rainha dos moiros,
Em grandes festas c'roada;
De duzentos mil vassallos
Tere-is vossa mão beijada.»
ÉIl' então lhe diz, com pena,
J i talvez enamorada:
- «I-vos d'aqui, meu rei moiro;
Nã me cuideis refalsada.
Assomar vi cavalleiros,
Que lá vem de mão armada
Com meu pae, lo dom Ruy Cid,
A correr à desfilada.»
Responde lo moiro:
- «Nã me temo de Ruy Cid,
Nem de sua gent' armada;
Só temo lo seu Babieca,
Filho da minh egua baia:
Perdi-lo numa batalha;
Bem lhe sinto la patada.»
E lo moiro lá se vae
De carreira desfechada,
Por meio duma courella
Jã do arado cortada:
- Mal haja-lo lavrador,
Que fez tamanha lavrada!»
Lo moiro sempre correndo
De carreira desfechada,
Vae a caminho do rio,
A' barc' ahi costumada:
- “Também mal hajas barqueiro,
Que tens la barca varada!»
E, na sua egoa baia,
De carreira desfechada,
Logo se metteu ao rio,
Que nã tinha qu'esp'rar nada.
E ia cramando:
- «La mulher mãe dum só filho,
Ai, que mãe tão desastrada!
Espora, que delle caia,
Por niguem será tomada!
Que lo firam, que lo matem,
Nã tem la morte vingada!
Mas, se desta me vou; salvo,
Oh, que desforra tirada!»
No comenos, vem Ruy Cid,
Vê lo rnoiro ir a nado;
E,de raivoso, lh'atira
Um dardo, bem apontado.
E diz:
- «Guardae-me lá genro meu,
Este dardo bem guardado.»
E, no corpo do rei moiro,
Ficou lo ferro cradado.
E lo moiro foi cramando:
- «Como guardar-te, Ruy Cid,
Esse dardo traiçoado.
Se me vae a dentro d`alma,
No corpo atravessado?
Mas nã môrra desta feita,
Que te prometto, sagrado,
Varar-te c`um cento delles.
Sem precisar ser rogado.»
E morreu.
del "ROMANCEIRO do archipelago da Madeira" publicado por ALVARO Rodrigues Azevedo (1880)