16 diciembre 2025

Lo que se sabe del lobo

Lo que se sabe del lobo

Todos los días leemos en los periódicos gallegos que anda por ahí el lobo. Pasa a dos leguas de la Casa de la Cultura y del Jardín de San Carlos, en A Coruña, y a otras tantas del Pórtico da Gloria y de la cátedra de Derecho Civil de la universidad, en Santiago de Compostela. Pasa muy cerca, demasiado cerca, tanto que no sé cómo no andamos todos repelucados… La tribu luparia ha aumentado prodigiosamente estos años en Galicia, y por doquier asoma su ojo hostil. Don Víctor López Seoane, escribiendo en 1861 sus Mamíferos de Galicia, da por muy mermados los escuadrones lobunos en el país, y dice que es raro que entren en las aldeas. ¡Menuda sorpresa se llevaría si resucitase! El lobo está ahí al lado, osado como nunca, inquieto carnicero. Aquí no llega a la manada, que anda suelto, individualista, y cada lobo tiene su parcela de caza, minifundistas como propios galaicos, y con sentido de la propiedad del campo venatorio, y así hay el lobo de Rececende y el de Labrada, el de Romariz y el de Guizán, verbigracia, que no dejan la parroquia y la lobean incansables, y el diente hambrón. Yo tengo para mí que entre los lobos de una parroquia y los de otras es posible que haya disgustos por servidumbres de paso, como entre los paisanos más naturales. El lobo audaz baja entre las casas, come perro y gato cuando no hay ternero u oveja, y las noches aldeanas se alertan de ladridos, y en la cuadra, con el peluco, relincha el caballo. Un viajero que descienda del avión en Santiago puede ver el lobo cruzar el campo de Lavacolla.

Soy de comarca gallega en la que se sabe mucho de lobos, y varias veces he intentado explicar ordenadamente la ciencia lupárica de mis coterráneos. Probado que el animal más antiguo en mi país es el zorro, poco después aparece el lobo. El lobo es animal sin memoria, y con frecuencia se pierde y equivoca. Palabra que aprende, la olvida a la media hora. Lo que a los lobos de Galicia, les acontece a los de la India. Por eso los Rakshas de Ceilán, cuyo jefe raptó a la hermosa y siempre fiel Sita, la esposa de Rama, osaban tomar cualquier forma animal, desde la del elefante a la del ciervo de las ancas de oro, pero no la de lobo, porque convirtiéndose en lobos temían olvidar las palabras mágicas que les permitían retornar a su humano natural. Unos opinan que el lobo no logró nunca aprender el idioma gallego, y por eso puede hablarse de él, aunque esté muy próximo, que no se entera, pero otros sostienen que al lobo harto le gusta la conversación de los humanos, especialmente si es de comer o del calor que hace en las Américas. Está uno hablando de La Habana o de Caracas, y el lobo escondido entre las altas ginestas, sin moverse. Al lobo también, opinan estos mismos, le gusta oír leer el periódico. Como los labriegos hablan en gallego y el periódico está en castellano, hay que suponer en los lobos un bilingüismo natural, como el mío. En la Teseida de Boccaccio, los lobos hablan en latín, y en octavas ABABABCC, que se dicen de origen provenzal. Acaso la lobada sepa también latín en Galicia —¡oh las «divinas palabras»!—, o sean así trilingües los ásperos vagabundos de nuestros montes más oscuros. Hay poetas, como Racine, que pueden reducir a número el aullido del lobo. No sé dónde leí que Racine, para componer los coros de Athalie, se inspiró en los aullidos de los lobos, devorando, en la noche y en la nieve, los restos de un ejército en los bosques de La Ferté…

Hay una muerte que teme el lobo: la muerte en horca. Esto explica lo que un correo de Tui le contaba a López Seoane: haber traído al lobo un par de leguas, sin que osase embestir, «porque ataba la faja a la silla del caballo, lo que, figurándose el lobo que era un lazo, lo temía y no se atrevía a dar el golpe». Cuando un lobo sigue a un hombre va mirando para sus pies, hasta que lo cansa; el hombre cansado se sienta, y adormila, y el lobo lo devora. Si el lobo encuentra a un hombre dormido en el monte, se tumba a su lado y se mide con él; si el hombre es más pequeño, el lobo ataca. Si en un cruce de caminos el lobo se encuentra con el jabalí, le cede el paso. El lobo nunca atacó a un sacerdote que viajase de noche con los Sacramentos. Si un lobo ataca a un hombre y éste es un pobre de pedir y lleva en su zurrón carne y pan recibidos de limosna, el lobo comerá al hombre, pero no tocará ni al pan ni a la carne. Está probado.

Conozco gente que ha quedado señalada por el lobo. Por ejemplo, a uno que le llaman el Pizpaz de Marquide, meteorólogo y afilador, que quedó tieso de párpados, que nunca más los pudo cerrar, por haber estado media hora junto a un puente mirando para los ojos a un lobo viejo. Dicen que los lobos, en la noche, tienen ojos dorados. Nunca he estado tan cerca de ellos en las horas nocturnas que pudiera apreciar esta belleza… Todo idioma, incluso el gallego y el catalán, tienen siete palabras que, dichas en alta voz, ahuyentan al lobo. Eso se cree en Galicia y en Ucrania. Lo malo es que no se sabe qué siete palabras sean ésas. Un monje bizantino que viajaba por Ucrania fue cercado en una cabaña, en el campo nevado, por una manada de lobos. Como llevaba en el bolsillo un vocabulario greco-eslavo, comenzó a leerlo, y cuando llegó a pi, ya los lobos se habían ido. Había dicho las siete palabras fatales. Todo lo que se sabe es que dicen esas palabras antes de llegar a pi…

Aún ayer vi el lobo, subiendo desde el mar de Vigo a A Cañiza, en un lugar que llaman Fonfría, que es voz romancera. Cruzó la carretera y se detuvo junto a la cuneta. Nos apeamos del coche y yo palmeé y grité: «¡lobo, lobo!». No nos hizo caso y se marchó lentamente por el brezal, la cabeza levantada. No quisiera soñar con él, porque dicen en mi país que si el que ha visto el lobo sueña siete veces con él, a la séptima noche el lobo aparece junto a la cama. Sí, con los ojos dorados. Lo primero que muerde es el rostro del hombre, dicen que porque no quiere que le vean comer carne humana. Te ciega para devorarte. Quizá no sirviera el lobo, por este detalle, para alguna de las políticas de este siglo…

A la hora de entre lusco y fusco, por el silencio de la hora serótina, va vagante y silencioso el lobo por los hondos caminos solitarios de mi país.


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