22 noviembre 2024

22 de noviembre

 Deirdre frunció el entrecejo.

—No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha.
—La Fiesta de la Cosecha… Eso sería… ¿cuándo? ¿Octubre? ¿Septiembre?
—A fines de septiembre.
Reinó el silencio en el cuartito. Poirot miró a la muchacha, y ella le miró a él. Tenía ella el rostro sin expresión, sin indicio alguno de interés. Intentó adivinar qué estaba pasando tras aquel muro de apatía. Quizá nada. Tal vez estuviese, como decía ella, cansada nada más…
Dijo con ansia:
—¿Está usted completamente segura de que se mandó a la venta de la Fiesta de la Cosecha… que no fue a la de Nochebuena?
—Completamente segura.
Fija la mirada, sin parpadear…
Hércules Poirot aguardó. Continuó aguardando…
Por fin dijo:
—No quiero molestarla más, mademoiselle.
Deirdre le acompañó hasta la puerta.
A los pocos instantes bajaba nuevamente la avenida.
Dos declaraciones divergentes, declaraciones que no había posibilidad de conciliar.
¿Quién tenía razón? ¿Maureen Summerhayes o Deirdre Henderson?
Si el cortador de azúcar había recibido el empleo que suponía, aquello resultaba vital. El Festival de la Cosecha se había celebrado a fines de septiembre. Entre dicha fecha y Nochebuena —el 22 de noviembre, para ser exacto— habían matado a mistress McGinty. ¿De quien había sido propiedad el cortador por entonces?
Se dirigió a la estafeta. Mistress Sweetiman siempre estaba dispuesta a ayudar, y hacía cuanto se hallaba a su alcance. Aseguró haber asistido a las dos ventas. A veces se encontraban en ellas cosas que valía la pena adquirir. Ayudaba también a montarlo todo. Aunque la mayor parte de la gente no mandaba de antemano su aportación, sino que se presentaba personalmente con ella.
¿Un cortador de bronce, parecido a un hacha, con piedras de colores y un pajarito? No; no recordaba con exactitud.
Había tantas cosas, y tanta confusión, y eran tantas las piezas que se llevaba la gente en seguida… Pero, sí, creía recordar algo así… La habían vendido por cinco chelines, junto con una cafetera de cobre, pero la cafetera tenía un agujero en el fondo y no se podía emplear más que como adorno. No recordaba, no obstante, cuándo había sido. Quizá por Nochebuena, posiblemente antes… No se había fijado…
Aceptó el paquete que le entregó Poirot. ¿Certificado? Sí.
Copió las señas y el detective observó un destello de interés en los perspicaces ojos negros cuando le entregó el recibo.
Hércules Poirot subió lentamente la colina, pensativo.
De las dos mujeres, era más probable que Maureen Summerhayes, alocada, alegre, inexacta, fuera la que se equivocase. Para ella igual daría que fuese el Festival de la Cosecha o el de Noche buena.
Deirdre Henderson, indolente, delicada, tenía que ser mucho más segura, verosímilmente, en sus identificaciones de tiempos y fechas.
De todas formas, una cuestión le preocupaba.
¿Por qué, tras sus preguntas, no le habría ella preguntado a su vez el motivo de que las hiciese? ¿Por qué quería saber todo eso? Tal pregunta hubiera resultado natural y casi inevitable.
Pero Deirdre Henderson no lo había hecho.

Agatha Christie
La señora McGinty ha muerto
Hércules Poirot - 30

La señora McGinty aparece asesinada. James Bentley, su inquilino, es acusado del crimen y condenado a la horca, pero el superintendente Spence de Scotland Yard no cree que sea el verdadero culpable y, para demostrarlo, pide ayuda a Hércules Poirot. El detective belga conseguirá desentrañar una verdad que las pistas más superficiales habían ocultado.

Jardines de Aranjuez, 5 de noviembre de 2024

 Jardines de Aranjuez, 5 de noviembre de 2024

21 noviembre 2024

21 de noviembre

 El 21 de noviembre de 1975, Buenos Aires empezó siendo una mañana fría, soleada, menos húmeda que de costumbre. Como todos los viernes, las calles del centro eran desde temprano un nudo de gritos, bocinazos, apurones, grescas frente a las pizarras de noticias, diarieros que dosificaban su aullido profesional.

Daniel iba a desayunar en La Fragata con Mercedes, Sonia y Andrés, y en el momento de cruzar Corrientes, vio que los tres ya habían alcanzado uno de sus grandes objetivos: una mesa para cuatro, junto a la ventana.
—¿Y qué? —preguntó en un bostezo, mientras se quitaba la bufanda.
Lo recibieron con Clarín y La Opinión, desplegados entre los cafés y las medias lunas.
—¿Así que murió por fin?
—Viejo duro.
—Se ve que no pudo soportar la falta de su amiguete —dijo Andrés.
—¿Qué amiguete?
—¿Cuál va a ser? El Juan Domingo.
—Me ratifico en lo dicho. Viejo duro.
—Éstos siempre son duros. Adenauer, Churchill, Stalin, De Gaulle. Mala hierba.
—Tampoco vas a meter a todos en el mismo saco.
—Sí, en el saco de los durísimos.
—Tengo la impresión de que estás un poco monocorde —dijo Sonia.
—Monocorde y durísimo —completó Daniel, con otro bostezo.
—Mi viejo —dijo Mercedes— destapó anoche un vino de Rioja que tenía reservado para este acontecimiento.
—Flor de bouquet debía tener —dijo Daniel—. ¿Se imaginan? Con cuarenta años de antigüedad.
—¿Así que tu viejo es gaita? —preguntó Sonia a Mercedes.
—No exactamente. Es de Huelva.
—Dejate de matices. Aquí todos son gaitas.
—Gaita de veras era el difunto —dijo Andrés—. Lo dice el diario: nació en el Ferrol, 1892.
Daniel pidió su capuchino con tostadas y echó un vistazo al currículum.
—Que lo parió.
Todos lo miraron.
—¿Se puede saber —preguntó Andrés— a qué obedece ese agudo y sutil comentario matinal?
—A nada en particular. Y a todo. Por ejemplo: a cuánta gente fue liquidando. Aquí dice que firmó doscientas mil sentencias de muerte.
—Carajo y compañía. Adhiero al «que lo parió» del señor diputado.
—Aunque la nota sólo menciona a los conspicuos.
—¿Los qué?
—Los conspicuos.
—Si vos lo decís.
—No sean analfas —intervino Mercedes—. Conspicuos quiere decir los conocidos, los que sobresalen.
—A ver, vos, Sonia —sugirió Daniel—, mencioná tres conspicuos. Sin pensarlo mucho.
—Y bueno: Leonardo Favio, Astor Piazzolla… Y el Lole Reutemann.
—Como feminista sos un fiasco. Ni una donna en el trío, ¿no te da vergüenza?
—¿Y quién te dijo que yo era feminista? No faltaba más.
—A ver, Mercedes. Tres conspicuos.
—Cortázar, Ongaro y Eva Perón.
—¿Sos opa vos? Hablá más bajo, nena.
—Éste ya está con la persecuta.
—¿Y Andresito?
—¿Conspicuos nacionales o conspicuos internacionales?
—No hay caso. Vos siempre mostrás la hilacha de la penetración cultural. Nacionales ¿oíste?
—Ah, nacionales. ¿Cadáveres o vivientes?
—Mejor vivos y coleando. Y basta de prórrogas. Al grano.
—Yo diría, por ejemplo, Guillermo Vilas, que va primero en el Grand Prix…
—¡Oportunista!
—Y Jorge Luis Borges, candidato al Nobel…
—¡Oportunista!
—Y… Atahualpa Yupanqui.
—Te salvaste en los descuentos.
—Y vos, Daniel, que fuiste el introductor de los conspicuos…
—Fácil. Muy fácil. Norma Aleandro, Nacha Guevara y Mercedes Sosa.
—La imaginación al poder, o cóctel Pink Milk Punch. ¿Te acordaste de espolvorearlo con nuez moscada? Después de todo, fuiste el más feminista.
—No vale. Era en joda. Son tres conspicuas, claro, pero yo pregunto como test. La respuesta sólo es válida si es espontánea. Y la mía no fue espontánea.
—Así que joda ¿eh? Ya te habría dado joda el finado del Ferrol.
—Requiescat in pace.
—Oremus.

Mario Benedetti
Geografías

En Geografías, libro íntegramente redactado durante su exilio español, el autor reúne catorce cuentos y otros tantos poemas, agrupados en dúos afines, colocando cada uno de esos pares bajo el resguardo de un membrete geográfico. Pocas veces se ha conseguido como en este libro recrear con tanta ternura, con tanto sentido del humor y tanta penetración un universo cotidiano a menudo traspasado por las lanzadas del sufrimiento.