30 enero 2022

Sobre el cuco (20) - «cuco rei, rabo de escoba, cantos días faltan para a miña boda?»

 Cantando el cuco

Ya he escuchado, matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de escoba, cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco, como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz. Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal Pero Pardo, degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:
—Axiña se foi este ano o inverno!
¡Que pronto se fue este año el invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce, preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—, vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…
Pero el cuco que escuché la pasada mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas, estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre tiempo era irrefutable.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

29 enero 2022

Sobre el cuco (19) - Por el canto, un cuco adulto, la voz agria, cansado de profetizar

 El cuco

Este año hemos vuelto a ver cigüeñas en Galicia, en la hermosa villa de Sarria. Las cigüeñas habían desaparecido hace muchos años de nuestros valles, del de Verín, de Lemos, del de Sarria. Confiemos en que la pareja que ha venido a Sarria a hacer su nido, el próximo año traiga con ella otras parejas más. Y el que ha venido tempranero es el cuco. Ha ido al monasterio de Poio, sobre la ría de Pontevedra —dicen que en él está enterrada Santa Trahamunda, una virgen vagabunda que algunos quisieron titular de patrona de los saudosos, porque se fue, recordó, tuvo soledades y regresó—, y dando un paseo al dulce sol ribeirano, escuché al cuco, por vez primera este año. Por el canto, un cuco adulto, la voz agria, cansado de profetizar. Un cuco que decía como el cómico malo los versos y el sacristán los latines. Se veía bien que no le emocionaba la hermosa tarde soleada, llena de camelias, ni le importaba emocionar a nadie. Era la gran ocasión para un cuco alegre, expectante de la primavera, generoso en los augurios. Como debió serlo aquel cuco del poema de William Henry Davies, que se pone a cantar cuando ha cesado de llover y ha aparecido el arco iris. El poeta habla a las vacas y a las ovejas, a las que dice por qué está tanto tiempo parado en la hierba que mojó la lluvia. Pues porque «a rainbow and a cuckoo’s song / may never come together again…»«un arco iris y un cuco cantando / quizás nunca más juntos los encuentre; nunca los encuentre juntos, de este lado del sepulcro»«may never come / this side the tomb…».
¿Cómo puede ser que un cuco cante aburrido en el bosque de la primavera? ¿Es que, como aquellos del Dante, es triste en el aire que del sol se alegra? El mundo va a peor cada día, cucos incluidos.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

En las calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

28 enero 2022

Sobre el cuco (18) - aparecía el vendaval, un gran mugidor, el toro de los vientos, el «ventus validus»

 En la muerte de un bosque

Algunos de mis lectores recordarán que más de una vez he escrito acerca del bosque de Silva. Un bosque que en mi Mondoñedo yo veía todas las mañanas al levantarme y escuchaba todas las noches, cuando el vendaval lo sobresaltaba. El bosque cubría una colina antigua. Pravias, álamos, chopos, abedules, algunos robles y castaños mezclaban sus ramas en él. Al pie de la colina, regando parvos prados, va el Sixto, un regato claro, que más abajo, antaño, será el foso junto a la cerca de la ciudad. Entre el bosque y el río sube el camino viejo a Lugo, descalzo por las torrenteras. En marzo yo escuchaba en el bosque el cuco agorero, que despertaba a un tiempo para amores y para profecías. El mirlo andaba todo el año volando desde el bosque a los huertos vecinos, donde el abrigo del norte son parras vetustas y fecundas. Los cuervos cubrían con su grave vuelo la distancia que hay entre el bosque y los agros alcantarinos del Sabelo. Al caer la tarde, palomas torcaces regresaban a sus nidos. Y en la hora vespertina, en el verano, en el enorme silencio saludé una vez respetuosamente al encantador serótino:
Quita a monteira, amigo
que xa o reiseñor
vai cantando no bosque,
ferido de amor!
Pero la hora más hermosa del bosque de Silva llegaba cuando mediaba otoño y grandes manchas rojas y doradas sustituían al verde en la espesura forestal. Una mañana cualquiera, con grandes y oscuras nubes en el cielo, aparecía el vendaval, un gran mugidor, el toro de los vientos, el «ventus validus», en la plenitud de su poder, y con sus manos abiertas se llevaba todas las hojas secas. Y quedaba en el bosque desnudo. Pero los días en que habitaba el otoño en las copas de los árboles, yo tenía vecino, visto desde mi ventana, un país profundo de Claudio de Lorena, uno de aquellos bosques en los que la imaginación europea aprendió a contemplar precisamente el otoño —invención tardía de la sensibilidad occidental.
Pues ese bosque vecino mío lo han ido talando. Descubierta queda la corona de la colina castrexa, y yacen en la ladera los troncos, que los leñadores han descortezado lentamente. Tengo la triste sensación de haber perdido un gran amigo, un compañero de ocios. Y como le imaginaba al bosque mío todos los misterios que son propios de las selvas, aprendidos en mil relatos, ¡ah, Brocelandia de Arturo y de Merlín!, he perdido también la estampa que me servía para poner de fondo en las historias que más amé, y amo todavía. Para mí el bosque de Silva lo era todo, y especialmente Sangri-la, es decir, la espesura que en su corazón ocultaba un claro con una fuente, el jardín de la Edad de Oro.
Está visto que no le dejan a uno envejecer en paz. Y he durado yo más que el bosque. Quisiera encontrar palabras para los versos de una elegía, en la que poder decirle al bosque, al oído, que existe la resurrección de las verdes ramas, allá, en el Paraíso.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado