19 marzo 2021

19 de marzo

PAISÁ PAISANO

LOS COMPAÑEROS

… Desde octubre hasta junio, con los albañiles, los camioneros, los obreros y los estudiantes de Puente Milvio y Tor di Quinto. Con los empleados y los «doctores» del barrio Flaminio. Había, entre mis compañeros, gente de Acquacetosa y ribereños.

NINO

Uno de estos, Nino, vivía en una choza a orillas del Tíber. Choza, pero imaginaos lo peor. Y dentro de esta, mujer e hijos. En invierno, el viento se cuela por los intersticios, la humedad sube de la tierra. Por más datos, cuando pasáis por la ribera del Tíber, donde están los edificios que siguen al Ministerio de Marina, las hermosas casas con galerías y los baños revestidos de mayólicas; mirad hacia la orilla opuesta, donde el río describe una curva y es salvaje y anchuroso, petrarquesco: en aquella choza vivió Nino durante veinte años. Aquellos veinte años. Con la mujer y, a medida que iban llegando, los niños. Y con ellos estuvieron, durante meses, las armas que se pudieron juntar los días de setiembre. Los fusiles, las bombas. De noche, una vez o dos por semana, Nino engrasaba los obturadores, los hacía disparar. Iba y venía por el río, en su barca de pescador; llevaba las cajas de bombas a mano, los cargadores calibre 7,65, los días que hacían falta. Los llevaba a lo largo del río, lo más cerca posible del lugar en que habrían de usarse. Era un hombre de mediana estatura, tardo en los gestos y sin embargo ágil, dos ojos celestes de niño, dos manos fuertes que saludaban apretando hasta lastimar. Decían: «Ce la famo, ce la famo» [lo lograremos, lo lograremos]. Para que aceptase un cigarrillo había que gastar palabras. No faltaba a ninguna reunión, a ninguna cita. Luego volvía a su barca, y pescaba para redondear almuerzo y cena, para él y los suyos. Estaba tostado por el sol hasta en febrero. Miraba en la cara a quien le hablaba; si se quedaba con la mirada fija y torcía las narices, quería decir que pedía la palabra. «Quisiera que se me aclarase…». Un día, sin que yo lo advirtiese, me regaló unas papas, echándome dos en cada bolsillo.

19 DE MARZO

Vasco Pratolini
Las amigas

Clara, Jone, Cora, Lida, Blanca, Gloria, Mara, Vanda, Alda… Las amigas de la juventud, los contactos femeninos que fueron apareciendo sucesivamente en su existencia, después de su primera aventura, vacilante y fugaz, protagonizada entre el parapeto del puente y su voluminosa valija. El adolescente de quince años que se independiza y adquiere ante su padre el status igualitario de un amigo, comienza su vida propia jalonando sus etapas con el amor de la compañera del taller, plácida emoción de iniciador; con las confidencias fraccionarias de la vecina del otro piso, que desaparece súbitamente dejando a su novio, el soldado, envuelto en su prolongada mentira; con los besos de la provincianita astuta, que saben a serbas; con el intrigante misterio de la niña que canta en las calles con acompañamiento de guitarra y con quien sólo habla al cabo de muchos años, sin saber si es la misma; y finalmente con las que son sus amantes, y a las que el destino va arrancando de su lado con trágica pertinacia.

Vasco Pratolini, el laureado autor italiano contemporáneo cuyas obras fueron traducidas a casi todos los idiomas del mundo, presenta en estos magníficos relatos —que fueron los que tuvieron la virtud de revelarlo a los lectores de su patria—, una historia donde la amable picardía de Las muchachas de Sanfrediano deja su lugar a la ternura sencilla y conmovedora, saturada, con el vigor característico de toda su producción, de un realismo palpitante y natural como la vida misma.

Cimadevilla, Gijón

Cimadevilla, Gijón

18 marzo 2021

18 de marzo

PARÍS, 18 DE MARZO DE 1905, SÁBADO

Anoche hablé con Marcel. Le pregunté si me echaría terriblemente de menos si decido abandonarle. Quizá fue una pregunta estúpida. Quizá sea imposible mantener una comunicación sincera sobre un asunto semejante. Él vaciló al principio y después declaró que siempre ha sido una criatura de costumbres. «¿Sabes, Maman?, si alguien muy cercano como Reynaldo o Albu muriera, al principio me sentiría desolado, incapaz de lidiar con la vida sin sus visitas o sin contar con sus servicios de prestos mensajeros, diciéndole a un amigo que deseo verle o yendo a buscar un libro a Calmann, pero la aburrida naturaleza de mi solitaria vida no tardaría en cerrarse sobre la pérdida como la piel se cierra sobre una herida, y al final sabría arreglármelas sin él». Sé que para muchos su respuesta puede parecer cruel, pero entiendo que pretende tan solo tranquilizarme, asegurándome que sobrevivirá y así evitarme la ansiedad. Y, como una de esas parejas que llevan muchos años casada, ambos sabemos que soy consciente de que esa es su estratagema. Aunque no hablemos de mi partida, ahora sé que cuento con su permiso.

Kate Taylor
Madame Proust y la cocina kosher

Madame Proust y la cocina kosher es una novela en cuyo interior se entrelazan tres historias muy diferentes entre sí pero con un nexo común. En dos de ellas este vínculo se adivina fácilmente desde las primeras páginas pero la tercera parece totalmente ajena y mientras lees no puedes evitar preguntarte qué tiene que ver esa historia con el resto de la novela, interrogante que finalmente encuentra respuesta cuando ya hemos avanzado bastante en la lectura.

En el París de fin de siècle, Jeanne Proust, una culta mujer judía casada con un médico católico, escribe en sus libretas todo tipo de acontecimientos personales y generales, aunque el tema más recurrente es su hijo Marcel, a quien sus altas aspiraciones sociales, sus insatisfechas ambiciones literarias y su delicada salud impiden terminar de encajar de la vida burguesa de la época. En la relación de los desvelos de Madame Proust irrumpe el relato de las insatisfacciones de Marie Prévost, traductora de los diarios, cuya obsesión por el documento será un bálsamo contra su amor no correspondido hacia el enigmático Max.

La tercera historia que se entrelaza en la trama de esta apasionada novela es la de Sarah Bensimon, una refugiada parisina a quien sus padres enviaron de niña a Canadá para escapar del terror nazi. Instalada definitivamente en Toronto y cada vez más alejada de su marido y de su hijo adolescente, Sarah se refugia en su cocina, donde batalla por reconciliar sus esperanzas y decepciones y por curar las profundas heridas provocadas por la Historia.


Árbol de las trompetas

árbol de las trompetas