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29 noviembre 2007

Difícil

¿Lo sabes? Todo es difícil. Difícil es el amor. Más difícil su ausencia. Más difícil su presencia o estancia.
Todo es difícil... Parece fácil y qué difícil es repasar el cabello de nuestra amada con estas manos materiales que lo estrujan y obtienen.
Difícil, poner en su boca carnosa el beso estrellado que nunca se apura.
Difícil, mirar los hondos ojos donde boga la vida, y allí navegar, y allí remar, y allí esforzarse, y allí acaso hundirse sintiendo la palpitación en la boca, el hálito en esta boca donde la última precipitación diera un nombre o la vida.
Todo es difícil. El silencio. La majestad. El coraje: el supremo valor de la vida continua.
Este saber que cada minuto sigue a cada minuto, y así hasta lo eterno.
Difícil, no creer en la muerte; porque nadie cree en la muerte.
Hablamos de que morimos, pero no lo creemos.
Vemos muertos, pisamos muertos: separamos los muertos. ¡Sí, nosotros vivimos!
Muchas veces he visto esas hormigas, las bestezuelas tenaces viviendo, y he visto una gran bota caer y salvarse muy pocas.
Y he visto y he contado las que seguían, y su divina indiferencia, y las he mirado apartar a las muertas y seguir afanosas, y he comprendido que separaban a sus muertos como a las demás sobrevenidas piedrecillas del campo.
Y así los hombres cuando ven a sus muertos y los entierran, y sin conocer a los muertos viven, aman, se obstinan.
Todo es difícil. El amor. La sonrisa. Los besos de los inocentes que se enlazan y funden.
Los cuerpos, los ascendimientos del amor, los castigos.
Las flores sobre su pelo. Su luto otros días.
El llanto que a veces sacude sus hombros. Su risa o su pena.
Todo: desde la cintura hasta su fe en la divinidad; desde su compasión hasta esa gran mano enorme y extensa donde los dos nos amamos.
Ah, rayo súbito y detenido que arriba no veo. Luz difícil que ignoro, mientras ciego te escucho.
A ti, amada mía difícil que cruelmente, verdaderamente me apartarás con seguridad del camino cuando yo haya caído en los bordes, y en verdad no lo creas.

En Historia del corazón de Vicente Aleixandre.

02 octubre 2007

Al hombre. Poema de Vicente Aleixandre

¿POR qué protestas, hijo de la luz,
humano que transitorio en la tierra,
redimes por un instante tu materia sin vida?
¿De dónde vienes, mortal, que del barro has llegado
para un momento brillar y regresar después a tu apagada patria?
Si un soplo, arcilla finita, erige tu vacilante forma y calidad de dios tomas en préstamo,
no, no desafíes cara a cara a ese sol poderoso que fulge
y compasivo te presta cabellera de fuego.
Por un soplo celeste redimido un instante,
alzas tu incandescencia temporal a los seres.
Hete aquí luminoso, juvenil, perennal a los aires.
Tu planta pisa el barro del que ya eres distinto.
i Oh, cuan engañoso, hermoso humano que con testa de oro
el sol piadoso coronado ha tu frente!
¡Cuan soberbia tu masa corporal, diferente sobre la tierra madre,
que cual perla te brinda!
Mas mira, mira que hoy, ahora mismo, el sol declina triste­mente en los montes.
Míralo rematar ya de pálidas luces,
de tristes besos cenizosos de ocaso
tu frente oscura. Mira tu cuerpo extinto cómo acaba en la noche.
Regresa tú, mortal, humilde, pura arcilla apagada,
a tu certera patria que tu pie sometía.
He aquí la inmensa madre que de ti no es distinta.
Y, barro tú en el barro, totalmente perdura.

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...