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09 enero 2021

9 de enero

Y de ese modo Cass, dueño de una plantación y sin nadie que en ella trabajase, fue a Jackson, capital del Estado, y se dedicó al Derecho. Antes de su partida, Gilbert vino a visitarlo y se ofreció para hacerse cargo de la plantación y trabajarla con su gente, mediante una participación en la cosecha. Pero Cass rehusó y Gilbert dijo:

—Pones reparos a que la trabaje con esclavos, ¿verdad? Permíteme decirte esto: si la vendes será trabajada por ellos. Es tierra negra y será regada con sudor negro. ¿Hay alguna diferencia, pues, según el sudor negro que caiga sobre ella?

Cass contestó que no la vendería, ante lo cual vociferó Gilbert, rojo de ira:

—¡Dios mío, es tierra, tierra! ¿Comprendes? Y la tierra clama por el brazo del hombre.

Pero Cass no vendió. Instaló un cuidador en la casa y arrendó una parcela de terreno a un vecino, para pastoreo.

Fue a Jackson, estudió hasta hora avanzada de la noche y vio cómo las dificultades se cernían sobre el país. Porque fue durante el otoño de 1858 cuando se dirigió a la capital. El 9 de enero de 1861 Mississippi votó la ley de secesión. Gilbert era contrario a la misma y escribió así a Cass: «¡Qué necios, no existe ninguna fábrica de armas en el Estado! ¡Son unos tontos al no haberse preparado para la defensa, si es que han previsto las dificultades! Y si no las han previsto, son más que necios al conducirse de ese modo frente a los hechos. Es una majadería no contemporizar y, si es preciso, irse preparando para la defensa. ¡Todos son unos idiotas!». A lo que Cass respondió: «Ruego mucho por la paz». Pero algo más tarde escribió: «He conversado con el señor French, que como sabes es el jefe de armamentos, y dice que no dispone sino de algunos mosquetes antiguos para la tropa; y esos, de pedernal. Los agentes han registrado el Estado en busca de escopetas, a petición del gobernador Pettus. ¿Escopetas?, exclamó el señor French, que hizo un mohín de desprecio con los labios. ¡Y qué escopetas! —agregó—. Luego me habló de un arma con la cual se había contribuido para la causa, un viejo cañón de mosquete sujeto con correas a un trozo de madera de ciprés, doblado a un extremo. Un esclavo viejo lo donó para la causa y uno no sabe si reír o llorar». Cuando Jefferson Davis hubo regresado a Mississippi, después de su renuncia al Senado, y tomado el mando de las tropas con el rango de Mayor General, Cass le hizo una visita, a petición de Gilbert. Luego escribió a su hermano lo que sigue: «El general dice que se han puesto a su disposición diez mil hombres, pero que ni siquiera un puñado de rifles modernos. Pero también agregó el jefe que le había sido entregada una hermosa casaca con catorce botones de bronce al frente y un cuello de terciopelo negro. Quizás utilizaremos los botones en nuestras escopetas —dijo—, y sonrió».

Cass vio una vez más al señor Davis, pues se hallaba con Gilbert en el vapor Natchez, que condujo al nuevo presidente de la Confederación durante la primera etapa de su viaje desde su plantación, Brierfield, hasta Montgomery. «Estábamos en el viejo barco del señor Tom Leather —expresa el Diario—, que se supuso recogía al presidente algunas millas más allá de Brierfield. Pero el señor Davis demoró la partida de su casa y fue llevado a remo hasta nosotros. Inclinado sobre la barandilla observé al pequeño esquife oscuro que avanzaba hacia nosotros en medio de las aguas coloradas. Un hombre nos saludó con el brazo, desde la embarcación. El capitán del Natchez observó la señal e hizo sonar estrepitosamente la sirena de su nave, que sacudió nuestros oídos y se esparció sobre la superficie de las aguas. El buque detuvo su marcha y el esquife se acercó. El señor Davis fue recibido a bordo. Mientras el buque de vapor avanzaba, el señor Davis miró hacia atrás y levantó la mano a guisa de saludo al criado negro (Isaías Montgomery, a quien yo había conocido en Brierfield) que se hallaba de pie en el esquife, mecido por la estela de la embarcación mayor, y le decía adiós con la mano. Más tarde, mientras íbamos río arriba en busca de los acantilados de Vicksburg, se aproximó a mi hermano, que se hallaba de pie conmigo en cubierta. Una vez más, y ahora de manera más íntima, mi hermano felicitó al señor Davis, quien contestó que no podía derivar ningún placer de ese honor, y dijo:

»—Siempre he considerado la Unión con supersticiosa reverencia y he arriesgado voluntariamente la vida por su querida bandera en más de un campo de batalla y ustedes, caballeros, podrán concebir mi manera actual de sentir, pues el objeto de mi devoción durante tantos años me ha sido arrebatado de las manos. —Y prosiguió—: Por el momento no cuento sino con el placer melancólico de una conciencia tranquila. Dicho lo cual sonrió, cosa que hacía con poca frecuencia, solicitó nuestra venia y se retiró al interior.

»Había observado la expresión de fatiga de su rostro, a causa de la enfermedad y de las preocupaciones, y lo delgado de la piel sobre sus huesos… 

»Al hacer notar a mi hermano que el señor Davis no parecía hallarse muy bien, contestó:

»—Es un problema tener a un hombre enfermo como presidente.

»Alegué que a lo mejor no habría guerra, que el señor Davis confiaba en la paz, pero mi hermano dijo:

»—No te llames a engaño. Los yanquis pelearán con denuedo y el señor Davis es tonto si cree en la paz.

»—Todos los hombres buenos confían en la paz —contesté.

»Mi hermano profirió una exclamación inaudible y prosiguió:

»—Lo que deseamos, ahora que nos hemos embarcado en este asunto, es un hombre capaz de ganar, no solamente que sea bueno. Y no me interesa la tranquilidad de conciencia del señor Davis.

Robert Penn Warren
Todos los hombres del rey 
Premio Pulitzer 1947

Todos los hombres del rey, la obra cumbre de Robert Penn Warren, está inspirada en una figura histórica: Huey Long, el que fuera autócrata gobernador de Louisiana. 

El protagonista de la novela, Willie Stark, al igual que Huey Long, es un personaje de poderosa y compleja personalidad, bigger than life: orador adorado por las masas, dictador sin escrúpulos que se mantiene en el poder gracias a la corrupción y el chantaje, defensor de oprimidos, demagogo. Aunque, de hecho, la vida de Huey Long no es más que un pretexto para una obra enteramente original centrada en el tema inagotable del conocimiento de uno mismo.

En una historia de creciente intensidad se entrelazan los destinos de tres hombres y una mujer. En el centro, Willie Stark, un joven abogado de origen humilde, apasionado por la política, que llega a gobernador del estado: un hombre atrapado entre sus sueños de justicia social y su despiadado afán de poder. Su poderosa vitalidad arrastra hacia él a Anne Stanton, a su hermano Adam y a Jack Burden, vástagos insatisfechos de familias aristócratas. En contraste con Stark, Adam Stanton es el idealista puro para quien la idea, el verbo, debe quedar fuera de todo contacto con los hechos; Jack Burden, testigo y narrador, es un espectador desarraigado en búsqueda de una fe, que al final de la historia se verá obligado a adentrarse en la hoguera de la historia y afrontar el veredicto inexorable del tiempo.

¡A volar!