La ciudad de Gotinga, célebre por sus
salchichas y su universidad, pertenece al rey de Hannover y
comprende 999 hogares, varias iglesias, una casa de maternidad, un observatorio
astronómico, un calabozo, una biblioteca y una taberna municipal cuya cerveza,
por cierto, es realmente buena. El arroyo que la atraviesa se llama Leine y
sirve para el baño durante el verano. Su agua es muy fría y en algunos lugares
se hace tan ancho que Lüder tuvo que coger gran impulso
para saltarlo. En sí misma, la ciudad es bonita, aunque cuando más agradable
resulta es cuando uno la abandona. Debió de alzarse ya hace mucho tiempo, pues
recuerdo que hace cinco años, cuando me matriculé en su universidad y poco
después fui expulsado, ya tenía el mismo aspecto gris y resabiado y estaba
plenamente surtida de bofia, caniches, disertaciones, lavanderas, Theedansants, compendios,
asado de paloma, güelfos, carruajes de graduados, cazoletas de pipa, consejeros
áulicos, consejeros ministeriales, consejeros de legación, bufones,
archibufones y demás archimandritas. Algunos sostienen incluso que la
ciudad se erigió en los tiempos de la invasión de los bárbaros y que cada una
de las tribus germánicas dejó allí en aquel entonces un ejemplar suelto de sus
miembros. De ellos provienen todos los vándalos, frisones, suabos, teutones,
sajones, turingios, etc., que en Gotinga todavía a día de hoy, en tropel y
separados por los colores de sus gorros y de la guarnición de sus pipas, pasean
por la Weenderstraβe, andan eternamente a golpes entre ellos en las sangrientas
asambleas electorales de Rasenmühle, de Ritschenkrug y de Bovden;
viven aún según los usos y costumbres de los tiempos de la invasión de los
bárbaros y gobiernan, en parte a través de sus duces o
condotieros, llamados «gallos principales», en parte a través de su vetusto
código de leyes, denominado Comment, y que bien merece un
lugar en las legibus barbarorum.
En general, los habitantes de Gotinga se agrupan en estudiantes, profesores, filisteos y ganado, cuatro estamentos estos que están rigurosamente separados. El estamento pecuario es el de mayor trascendencia. Enumerar aquí los nombres de todos los estudiantes y de todos los profesores, ordinarios y desordenados, sería demasiado prolijo; tampoco recuerdo en este instante el nombre de todos los estudiantes, y, entre los profesores, hay quienes incluso carecen aún de él. La cifra de filisteos de Gotinga debe de ser numerosa como la arena o, mejor dicho, como la porquería en la orilla del mar; ciertamente, cuando los veía por la mañana, con sus sucias caras y sus blancas cuentas, plantados ante los portones del Tribunal Académico, apenas podía comprender cómo Dios había podido crear tal atajo de gentuza.
Para obtener mayor minuciosidad acerca de
la ciudad de Gotinga, se puede consultar fácilmente la topografía de la misma
de K. F. H. Marx. Aunque con el autor, que fue médico mío y me manifestó mucho
afecto, tenga contraída la más sacrosanta de las obligaciones, no puedo
recomendar su obra de forma incondicional, y debo reprender el hecho de que no
contradiga con severidad suficiente la falsa opinión de que las ciudadanas de
Gotinga tienen los pies demasiado grandes. Sí, desde hace mucho tiempo me he
dedicado con absoluta seriedad a refutar esta opinión; por eso asistí como
oyente a clases de anatomía comparada, seleccioné las obras más raras de la
biblioteca, estudié durante horas en la Weenderstraβe los pies de las damas que
por allí pasaban y, en el doctísimo tratado donde se recogen los resultados de estos
estudios, hablo: 1.º de los pies en general; 2.º de los pies entre las personas
mayores; 3.º de los pies de los elefantes; 4.º de los pies de las ciudadanas de
Gotinga; 5.º recopilo todo lo que ya se ha dicho sobre estos pies en el
Ullrichs Garten; 6.º considero los mismos en su contexto y aprovecho para
hacer un excurso sobre las pantorrillas, rodillas y más arriba y, por fin, 7.º
si soy capaz de conseguir papel de tamaño suficiente, le añado aún algunas
placas de cobre con el facsímil de los pies de las damas de Gotinga.
Todavía era muy temprano cuando dejé
Gotinga. El erudito *** estaba seguramente todavía en su cama y soñaba, como de
costumbre, que caminaba por un hermoso jardín en cuyos arriates crecían puros y
blancos papelillos que, escritos con citas, brillaban deliciosos bajo la luz
del sol, y los cuales iba cogiendo aquí y allá y, con esfuerzo, trasplantando a
un nuevo arriate, mientras los ruiseñores regocijaban su viejo corazón con los
más dulces tonos.
Ante el Weender Tor me encontré con dos pequeños escolares oriundos, uno de los cuales dijo al otro: «No quiero volver a tratar con Theodor, es un bribón, ayer ni siquiera sabía cuál es el genitivo de mensa». Pese a lo insignificantes que suenan tales palabras, debo, sin embargo, repetirlas; sí, querría escribirlas justo sobre la puerta como lema de la ciudad; pues los jóvenes pían, así como los ancianos silban, y esas palabras indican perfectamente el estrecho, seco y puntilloso orgullo de la eruditísima Universidad Georgia Augusta.
En general, los habitantes de Gotinga se agrupan en estudiantes, profesores, filisteos y ganado, cuatro estamentos estos que están rigurosamente separados. El estamento pecuario es el de mayor trascendencia. Enumerar aquí los nombres de todos los estudiantes y de todos los profesores, ordinarios y desordenados, sería demasiado prolijo; tampoco recuerdo en este instante el nombre de todos los estudiantes, y, entre los profesores, hay quienes incluso carecen aún de él. La cifra de filisteos de Gotinga debe de ser numerosa como la arena o, mejor dicho, como la porquería en la orilla del mar; ciertamente, cuando los veía por la mañana, con sus sucias caras y sus blancas cuentas, plantados ante los portones del Tribunal Académico, apenas podía comprender cómo Dios había podido crear tal atajo de gentuza.
Ante el Weender Tor me encontré con dos pequeños escolares oriundos, uno de los cuales dijo al otro: «No quiero volver a tratar con Theodor, es un bribón, ayer ni siquiera sabía cuál es el genitivo de mensa». Pese a lo insignificantes que suenan tales palabras, debo, sin embargo, repetirlas; sí, querría escribirlas justo sobre la puerta como lema de la ciudad; pues los jóvenes pían, así como los ancianos silban, y esas palabras indican perfectamente el estrecho, seco y puntilloso orgullo de la eruditísima Universidad Georgia Augusta.
Heinrich Heine
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