Mientras caminaba midiendo con pesados pasos la estancia, quiso el azar que al mirar por la ventana viese una troika que se detenía en el portón y a un hombrecillo de gorra de cuero y capote de paño basto saliendo del vehículo y que se dirigía hacia el ala del edificio donde se encontraba el administrador. Troekúrov reconoció al asesor Shabashkin y ordenó que lo condujeran ante él. Un minuto después, Shabashkin se encontraba en la sala, haciendo saludo tras saludo y esperando respetuosamente sus órdenes.
—Celebro verte, aunque no recuerdo cómo te llamas —le dijo Troekúrov—. ¿Qué te trae por aquí?
—Iba a la ciudad, excelencia —contestó Shabashkin—, y me acercaba a Iván Demiánov para preguntarle si había alguna orden de su excelencia.
—Vienes oportunamente. Te necesito. Bébete una copa y escucha.
Acogida tan afectuosa asombró agradablemente al asesor. Rechazando el vodka se dispuso a escuchar atentamente a Kirila Petróvich.
—Tengo un vecino —dijo Troekúrov—, un pequeño propietario insolente al que deseo arrebatar su finca. ¿Qué piensas tú de esto?
—Si hay documentos, excelencia, o…
—Nada de eso, amigo, no hay ningún documento. Para eso están los dictámenes. La fuerza consiste en esto, en apoderarse de una finca aunque no se tenga derecho alguno. Sin embargo… espera. Esa finca nos perteneció en otros tiempos, la compramos a un tal Spitsin y la vendimos luego al padre de Dubrovsky. ¿Se podría encontrar ahí un pretexto?
—No lo creo, excelencia; probablemente, la venta fue hecha conforme a la ley.
—Piénsalo, amigo, busca bien.
—Si, por ejemplo, su excelencia pudiera de algún modo conseguir la escritura en virtud de la cual su vecino posee la finca, quizá fuera posible…
—Comprendo. Lo malo es que todos sus papeles desaparecieron con ocasión de un incendio.
— ¿Desaparecieron sus papeles, excelencia? ¿Qué más quiere? En tal caso procede conforme a la ley, y no me cabe la menor duda que se verá plenamente satisfecho.
— ¿Tú lo crees? Asegúrate. Confío en tu celo, y puedes estar seguro de mi agradecimiento.
Shabashkin se inclinó hasta casi tocar el suelo, salió de la estancia y comenzó de inmediato a trabajar en el asunto. Tal fue su habilidad, que a las dos semanas justas Dubrovsky recibió de la ciudad un requerimiento a fin de que presentase inmediatamente y en la debida forma todos los documentos referentes a su título de propietario de la aldea de Kisteniovka.
Andrei Gavrílovich, asombrado ante tan insólita demanda, escribió en el mismo día una destemplada respuesta en la que manifestaba que Kisteniovka la había heredado a la muerte de su difunto padre, que era suya por derecho de herencia, que Troekúrov nada tenía que ver con ello y que cualquier pretensión contra sus propiedades era una calumnia y un fraude.
Esta carta produjo una muy agradable impresión en el alma del asesor Shabashkin. Comprendió primeramente que Dubrovsky tenía una noción muy vaga de estos asuntos, y en segundo lugar que a un hombre tan acalorado y poco previsor podía colocársele sin grandes dificultades en situación desventajosa.
Después de examinar fríamente las preguntas del asesor, Andrei Gavrílovich comprendió la necesidad de contestar detalladamente. Escribió un documento bastante bien redactado, que no obstante, resultó ineficaz.
El asunto comenzó a alargarse. Andrei Gavrílovich, convencido de la razón que le asistía, no tenía ni deseos ni posibilidades de ir repartiendo dinero a diestra y siniestra, y si bien siempre había sido el primero en burlarse de la venalidad de los chupatintas, jamás pensó en acabar víctima de un pleito. Por su parte, Troekúrov no se preocupaba gran cosa del asunto: Shabashkin actuaba por él, obrando en su nombre, amenazando y sobornando a los jueces e interpretando torcidamente toda clase de leyes. El resultado de estos manejos fue una citación que recibió Dubrovsky el 9 de febrero de 18… por mediación de la policía de la ciudad, para que se presentara a juicio al objeto de oír la sentencia sobre la demanda presentada contra él, teniente Dubrovsky, por el general Troekúrov, y para que firmase su conformidad o disconformidad. Aquel mismo día se dirigió a la ciudad; por el camino le adelantó Troekúrov. Ambos se miraron con altivez y Dubrovsky advirtió en el rostro de su adversario una sonrisa de rencor.
Aleksandr Pushkin
Dubrovsky
Obra incompleta de Pushkin escrita en 1832 y publicada tras su muerte, en 1841.