Sin embargo, la isla que más ha excitado la fantasía de la posteridad es la isla de los Bienaventurados, a la que llegan nuestros navegantes tras siete años de peripecias, lugar de gran delicia y amenidad.
La isla de los Bienaventurados forzosamente había de suscitar un deseo incontenible, de modo que durante toda la Edad Media, e incluso en el Renacimiento, se creía firmemente en su existencia. Aparece en los mapas, como en el mapamundi de Erbsdorf, y en un mapa de Toscanelli realizado para el rey de Portugal. A veces se sitúa en la latitud de Irlanda, en los mapas más modernos se coloca más al sur, a la altura de las Canarias, o islas Afortunadas, y a menudo las islas Afortunadas se confunden con la isla llamada de San Brandán; otras veces esta se identifica con el grupo de las Madeira, e incluso con otra isla inexistente como la mítica Antilia, tal como aparece en el Arte del navegar de Pedro de Medina, del siglo XVI. En el globo de Behaim, de 1492, la isla estaba situada bastante más hacia Occidente y cerca del ecuador. Y ya se le había asignado el nombre de isla Perdida, Ínsula Perdita.