A la caída de la tarde de aquel día —debía ser el 11 o 12 de julio de 1921—, los cornetines tocaron llamada general y todos los jefes de todas las unidades se fueron reuniendo ante la puerta de la tienda del comandante general. Antes del amanecer emprendíamos la marcha hacia Tetuán, con la excepción de una guarnición reducida que se quedó en Xauen.
Los kilómetros se fueron sucediendo uno a otro. La marcha continua y el sol de julio apagaba nuestra sed de noticias y de comentarios. A mediodía, el alto por el cual todos suspirábamos no llegó; seguimos sin descanso en una marcha forzada. Algunos de los hombres no podían más y comenzaban a quedarse rezagados. Cuando el primero de nuestra compañía cayó, el capitán me dio una orden seca:
—Si no puede seguir, que se quede y se las arregle como pueda.
A las diez de la noche entrábamos en Tetuán. Caíamos dormidos sobre las losas de piedra del cuartel, sin tiempo ni aun para quitarnos el correaje. Al amanecer marchábamos a Ceuta; allí, sin descanso, a bordo de un barco. En Ceuta supimos lo que pasaba: los moros habían matado a toda la guarnición de Melilla y estaban a las puertas de la ciudad.