Berkeley, 11 de julio de 1994
Juan Manuel Carpio, mi querido hermano,
Con lo ciegos que somos, parece que nos cuesta aun más ser vistos que ver. A veces pensamos que alguien nos vio y nos quiso como somos —lindos y queriéndonos en la más estricta realidad—. Pero de pronto resulta que no. Para peor, la presencia de uno como que no ayuda. Por lo menos a mí siempre me han querido más a distancia. ¿Será que somos torpes de solemnidad?Porque fíjate tú. Tú siempre me has escrito bellas cartas de amor y alegría, pero después nuestro impuntualísimo Estimated time of arrival ha hecho el resto. Bob Bien no cesa de enviarme faxes llenos del más puro y sincero cariño. Y no te rías, por favor. Él es lacónico y su estilo es el fax. Aun cuando nos alumbra la misma velita de amor casero y bajo el mismo techo, o sea muy de vez en cuando, porque su empresa siempre lo manda a quererme desde la Patagonia o Australia.Tendré que viajar a San Salvador de nuevo a fin de mes, y me quedaré varias semanas. Con la muerte de mi mamá, ya no tiene mucho sentido mantener mi casita de allá y voy a tratar de venderla. Con esta casa como nueva, la de San Salvador, y los «fuertes ingresos» de que habla nuestro agente, ¿por qué no soñar con una mudanza más y un lugar al que la Mariana y Rodrigo vuelvan felices cada vez que tienen un buen asueto en la universidad?