Mi madre, mi padre y yo dormíamos durante los meses del asedio en un colchón al final del pasillo, y sin cesar saltaban por encima de nosotros largas caravanas de gente que necesitaba ir al baño. El servicio apestaba hasta la desesperación porque no había agua para echar en el retrete y porque el ventanuco estaba tapado con sacos de arena. A cada rato, con la caída de las bombas, temblaba toda la montaña y con ella se estremecían los edificios de piedra. A veces me despertaba con gritos que helaban la sangre cada vez que uno de los que estaban durmiendo en algún colchón de la casa tenía una pesadilla.
El 1 de febrero explotó un coche bomba junto a la redacción del periódico judío en lengua inglesa Palestine Post. El edificio fue completamente destruido y las sospechas recayeron sobre los policías británicos que colaboraban en la ofensiva árabe. El 10 de febrero, las milicias defensivas de Yemín Moshé consiguieron rechazar un fuerte ataque de las tropas árabes semirregulares. El domingo 22 de febrero, diez minutos después de las seis de la mañana, una organización que se autodenominaba Fuerzas Fascistas Británicas hizo que explotaran tres camiones llenos de dinamita en la calle Ben Yehuda, en el corazón de la Jerusalén judía. Edificios de seis plantas fueron reducidos a polvo y una parte importante de la calle se convirtió en escombros. Cincuenta y dos inquilinos judíos murieron dentro de sus casas y unos ciento cincuenta resultaron heridos.
Ese mismo día mi miope padre fue a la jefatura de la guardia nacional, que estaba en una callejuela junto a la calle Sofonías: quería alistarse. Tuvo que reconocer que su experiencia militar no era otra que la redacción de algunos panfletos ilegales en lengua inglesa para el Etzel («¡Abajo la pérfida Albión! ¡Fuera la opresión nazi británica!», y cosas por el estilo).
El 11 de marzo, el ya familiar coche del cónsul americano en Jerusalén, conducido por un chófer árabe del consulado, entró en el patio de la sede de la Agencia Judía, el corazón de las instituciones judías en Jerusalén y en todo el país. Una parte del edificio saltó por los aires y hubo decenas de muertos y heridos. La tercera semana del mes de marzo fracasaron todos los intentos de hacer llegar a Jerusalén convoyes de víveres y provisiones desde la llanura costera: el asedio se estrechaba y la ciudad estaba al borde de la hambruna y del peligro de epidemias.
Amos Oz
Una historia de amor y oscuridad
Amor y oscuridad son dos de las fuerzas que interaccionan en este libro, una autobiografía en forma de novela, una obra literaria compleja que comprende los orígenes de la familia de Amos Oz, la historia de su infancia y juventud, primero en Jerusalén y después en el kibbutz de Hulda, la trágica existencia de sus padres, una descripción épica del Jerusalén de aquellos años, de Tel Aviv, que es su reverso, entre los años treinta y cincuenta. La narración oscila hacia delante y hacia atrás en el tiempo y refleja más de cien años de historia familiar, una saga de relaciones de amor y odio hacia Europa, que tiene como protagonistas a cuatro generaciones de soñadores, estudiosos, poetas egocéntricos, reformadores del mundo y ovejas negras. Esta amplia galería de personajes prepara un «cocktail genético» del que nacerá un hijo único que descubrirá ser escritor. Amos Oz nos entrega la historia de su infancia y adolescencia, una historia llena de aspiraciones poéticas y afán político: una novela que consigue llegar al corazón del lector.