26 septiembre 2022
25 septiembre 2022
LA CANCIÓN DEL PASTOR FELIZ. William Butler Yeats
LA CANCIÓN DEL PASTOR FELIZ
Los bosques de la Arcadia yacen muertos,
su lejana alegría ya no existe;
de sueños se nutría el mundo antiguo;
hoy es verdad gris su juego de colores;
pero aún vuelve inquieto la cabeza:
con todo, oh hijos hastiados del mundo,
de cuantas cosas mudan, incontables,
siguiendo la cascada melodía
que Cronos canturrea, solamente
las palabras son un bien verdadero.
¿Dónde están ya los reyes aguerridos
que del Verbo se burlaban? Por Dios,
¿dónde están ya los reyes aguerridos?
Una palabra vana es hoy su gloria
dicha por el alumno balbuciente
que lee alguna historia enrevesada:
los reyes de antaño ahora están muertos;
incluso la errante tierra puede ser
una palabra sólo, luz muy breve,
casi inaudible en el sonoro espacio,
que perturba el ensueño interminable.
No adores, pues, hazañas polvorientas
ni quieras —pues esto es cierto también—
ansiar intensamente la verdad,
no sea que tus afanes alimenten
sueños y sueños: la verdad no existe
sino en tu propio corazón. No busques
el vano conocer de esos ilusos
que con cristales ópticos persiguen
las sendas rotatorias de los astros.
Ni busques, pues esto es cierto también,
palabra alguna de ellos, pues la ruina
de una estrella rompió sus corazones:
muerta está toda su verdad humana.
Ve y recoge junto al bullente mar
una concha espiral que abrigue un eco,
y nárrale tu historia entre sus labios,
pues ellos te podrán reconfortar
con arte melodioso repitiendo
tus palabras de queja unos instantes
hasta que el canto compasivo acabe
y una fraternidad de nácar muera.
Sólo las palabras son un bien cierto:
canta entonces, que esto es cierto también.
Tengo que marchar: hay una sepultura
en que se mecen lirios y narcisos,
quisiera complacer al pobre fauno
que yace bajo el suelo soñoliento
con cantos de alegría antes del alba.
El gozo coronó sus días de gritos
y todavía sueño que huella el césped
caminando espectral sobre el rocío,
penetrado de mi alegre cantar,
mis canciones de aquella juventud
soñadora de la ya anciana tierra:
pero ¡ah! ya ella no sueña. ¡Sueña tú!
Hermosa es la amapola de la cumbre.
Sueña, sueña, que esto es cierto también.
Los bosques de la Arcadia yacen muertos,
su lejana alegría ya no existe;
de sueños se nutría el mundo antiguo;
hoy es verdad gris su juego de colores;
pero aún vuelve inquieto la cabeza:
con todo, oh hijos hastiados del mundo,
de cuantas cosas mudan, incontables,
siguiendo la cascada melodía
que Cronos canturrea, solamente
las palabras son un bien verdadero.
¿Dónde están ya los reyes aguerridos
que del Verbo se burlaban? Por Dios,
¿dónde están ya los reyes aguerridos?
Una palabra vana es hoy su gloria
dicha por el alumno balbuciente
que lee alguna historia enrevesada:
los reyes de antaño ahora están muertos;
incluso la errante tierra puede ser
una palabra sólo, luz muy breve,
casi inaudible en el sonoro espacio,
que perturba el ensueño interminable.
No adores, pues, hazañas polvorientas
ni quieras —pues esto es cierto también—
ansiar intensamente la verdad,
no sea que tus afanes alimenten
sueños y sueños: la verdad no existe
sino en tu propio corazón. No busques
el vano conocer de esos ilusos
que con cristales ópticos persiguen
las sendas rotatorias de los astros.
Ni busques, pues esto es cierto también,
palabra alguna de ellos, pues la ruina
de una estrella rompió sus corazones:
muerta está toda su verdad humana.
Ve y recoge junto al bullente mar
una concha espiral que abrigue un eco,
y nárrale tu historia entre sus labios,
pues ellos te podrán reconfortar
con arte melodioso repitiendo
tus palabras de queja unos instantes
hasta que el canto compasivo acabe
y una fraternidad de nácar muera.
Sólo las palabras son un bien cierto:
canta entonces, que esto es cierto también.
Tengo que marchar: hay una sepultura
en que se mecen lirios y narcisos,
quisiera complacer al pobre fauno
que yace bajo el suelo soñoliento
con cantos de alegría antes del alba.
El gozo coronó sus días de gritos
y todavía sueño que huella el césped
caminando espectral sobre el rocío,
penetrado de mi alegre cantar,
mis canciones de aquella juventud
soñadora de la ya anciana tierra:
pero ¡ah! ya ella no sueña. ¡Sueña tú!
Hermosa es la amapola de la cumbre.
Sueña, sueña, que esto es cierto también.
William Butler Yeats
Poesía reunida
24 septiembre 2022
GUERRA PERDIDA, Joan Margarit
GUERRA PERDIDA
Al alba esta ciudad se vuelve sórdida
enfermedad de estucos, arquitectura
de tenderos y Wagner, una historia
con símbolos tan vulgares como la derrota
y las putas del puerto, y la avaricia.
Pero aún se refleja en el asfalto
la soledad de una ciudad más sucia
donde hoy se pudre el que serás
en los últimos pasos del invierno.
La poesía te consoló con una vieja astucia
de solitario, pero siempre llega
la vez de la derrota en una lucha donde,
al perder el amor, pierdes la vida.
Joan Margarit
Todos los poemas (1975-2012)
Desde Restos de aquel naufragio hasta Se pierde la señal
23 septiembre 2022
22 septiembre 2022
Paisaje. El mudejarillo. José Jiménez Lozano
Paisaje
Y cuando se fueron a vivir a Arévalo, pues era igual pero no era lo mismo, y le preguntaban los muchachos de Arévalo que cómo era su pueblo del niño: Fontiveros.
—Pues un pueblo —decía el niño.
Pero que estaba lleno de cosas y tenía la torre y la iglesia, las campanas y la cigüeña, la plaza y las calles, los palacios, las casas y las nagüelas; los corrales, los cobertizos, los establos, los zaguanes, los portales, las puertas, los portones, las portadas, las puertas traseras, los portillos, las portezuelas, los canceles, las ventanas, las claraboyas, las gateras, los miradores, las celosías, los balcones, las buhardillas, los ojos de buey; las verjas, las rejas, las vallas, los aleros, las chimeneas, los salientes, los colgadizos, los huertos, las huertas, las bardas, los cigüeñales, los arrabales, las cijas, las ovejas, los perros, los asnos, las mulas, los bueyes, los caballos, las vacas, las terneras, los corderos, las cabras, los cabritillos, las gallinas, los gallos, los pollitos, los conejos, las palomas, las torcaces, los dormileros, los mochuelos, los aguiluchos, las alondras, los tordos, las perdices, las codornices, las garzas, las avutardas, los topos, los erizos, los grillos, los sapos, los lagartos, las lagartijas, las ranas, los renacuajos, las culebras, los escarabajos, los saltamontes, las aceiteras, las lombrices, las orugas, las mariposas, las rosas, los lirios, los geranios, los pensamientos, las azucenas, los acianos, los escaramujos, las zarzas, las retamas, el hinojo, el tomillo, el romero, la menta, la hierbabuena, el yantel, las acederas, el espliego, el cantueso, los berros, los espárragos, las coles, las lechugas, los judigüelos, los ajos, las cebollas, los manzanos, los perales, los guindos, las higueras, los membrillos, los álamos, los chopos, las parras, las vides, las encinas, los robles, la luna, las estrellas, el carro triunfante, las Tres Marías, el lucero del alba, la estrella del pastor, el sol de agua, la solanilla, la sombra, la lluvia, la primavera de mayo, el aire austro, el verano, la otoñada, la siembra, el cierzo, el ventisquero, la nieve, el ventarrón, los truenos, los relámpagos, los rayos, las exhalaciones, los trabajadores, los gañanes, los truhanes, los trujimanes, los alarifes, los albañiles, los maestros de obras, los carpinteros, los ebanistas, los tallistas, los pedreros, los peones, los caleros, los yeseros, los ladrilleros, los baldoseros, los ensoladores, los aguadores, los carreteros, los odreros, los taberneros, los mieleros, los melcocheros, los queseros, los aceiteros, los molineros, los horneros, los anacalos, los panaderos, los amasadores, los pasteleros, los recaderos, los verederos, los propios, los correos, los mayorales, los pastores, los rabadanes, los zagales, los esquiladores, los pelaires, los zurradores, los pelliteros, los tejedores, los burateros, los sastres, los buhoneros, los plateros, los sombrereros, los zapateros, los chapineros, los remendones, los herreros, los cerrajeros, los guadañeros, los joyeros, los boneteros, los labradores, los hortelanos, los maestros de niños, los dómines, los latinistas, los médicos, los boticarios, los cirujanos, los sangradores, los curas, los hidalgos, los nobles, los frailes. Las monjas, las beatas, las damas, las dueñas, las señoras, las criadas, las esclavas, las fregadoras, las recaderas, las amas, las ayas, las cereras, las amortajadoras, las lloradoras, las curanderas, las mondongueras, las lavanderas, las costureras, las bordadoras, las que dan hierro, las enamoradas. Las torrenteras, el río, los regatos, las lagunas, los labajos, los manantiales, las fuentes, los caños, los pinares, las alamedas, los almendrales, las olmedas, las choperas, las povedas, los encinares, los robledales, los trigales, los cebadales, los centenos, los garrobales, los barbechos, los guisantales, los garbanzales, los senderos, los puentes, los pasos, los vados, los zanjones, lo llano, la niebla, el rocío, la montaña que se ve lejos y hace así alabeando. Y los cristianos y los moriscos, y muchas cosas y muchos oficios más.
—¿Y cómo se llama tu pueblo?
—Fontiveros.
—¿Y cómo va a haber tantas cosas en tu pueblo, si es más pequeño que Arévalo?
Y el niño respondía:
—No sé.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
El mudejarillo
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