18 agosto 2021
17 agosto 2021
17 de agosto
Atendiendo a los requerimientos de don Juan de Austria, tanto don Juan de Cardona como don Bernardino de Velasco llevaron refuerzos y provisiones a Túnez y a La Goleta, pero los dos sacaron mala impresión de cómo se hallaban sus defensas. Por otra parte, Granvela, como virrey de Nápoles, no colaboró tanto como debiera, acaso por envidias hacia el soldado —bien sabido es que él era un príncipe de la Iglesia—, bien porque se ocupara más de sus galanteos que de las cosas de la guerra. De ahí el dicho que corrió entre el pueblo:
Don Juan con la raquetay Granvela con la bragueta
perdieron La Goleta.
El 20 de julio, don Juan sale de su postración para procurar personalmente el socorro de los sitiados. El 17 de agosto llega a Nápoles y el 31 a Palermo. El 23 de septiembre le llegan, al fin, las órdenes de Felipe II para que ayudara a los defensores de las plazas tunecinas, cuando hacía diez días que había caído Túnez y casi un mes que se había perdido La Goleta. Sin embargo, don Juan intentó desde Trapani desencadenar una contraofensiva para recuperarlo todo, quizá confiado en que la armada turca, viéndose obligada a regresar a sus bases de Constantinopla, le dejasen el camino libre, como había ocurrido en 1573; pero en esta ocasión un nuevo personaje entró en acción, estorbando sus propósitos: el tiempo, o por mejor decir, el mal tiempo, los temporales que desbarataron por dos veces la Armada organizada por don Juan; de forma que el hijo de Carlos V acabó por abandonar la idea, regresando a Nápoles, donde lo encontramos el 29 de octubre, ya deseoso de volver a España, para defender su causa ante el Rey.
16 agosto 2021
16 de agosto
A la mañana siguiente me presento temprano. Corren rumores terribles sobre las interminables colas que se forman a la entrada, pero tengo suerte. Tal como me sucedió el año anterior en las grandes exposiciones sobre los Médicis, también aquí me veo asediado por masas de escolares demasiado pequeños. Hay que ser un verdadero optimista de la educación para pensar que con este tipo de visitas se despertará la pasión por la Antigüedad clásica en el alma de esos cientos de criaturas de ocho años. Al cabo de media hora, una voz serena de hombre mayor dice a mis espaldas: All children beneath twenty-one ought to be executed (Habría que ejecutar a todos los niños menores de veintiún años). Los profesores, nerviosos, intentan a la desesperada imponer orden entre esos futuros fascistas, brigadistas rojos y decentes ciudadanos, pero en vano. La cruzada de criaturas avanza. Se arrojan al suelo los unos a los otros tirándose de los pelos, se introducen los duros dedos infantiles en ojos, orejas y otros orificios, se pinchan, vociferan y parlotean como en un parlamento liliputiense, al tiempo que arrastran consigo a un par de personas adultas como si fueran los restos de un naufragio. Una vez en el interior del museo, las criaturas son divididas en cohortes y a cada cohorte se le habla por separado, aunque con una diferencia de tiempo mínima. El resultado es una polifonía tipo Frère Jacques de información cultural. En fin. Los tiempos del Grand Tour y de la Contemplación en Silencio han llegado a su fin. El ciudadano que hoy en día desee ver algo en un museo no tiene más remedio que acorazarse contra sus prójimos armado de un odio brutal e intentar aislarse valiéndose de sus últimas reservas de concentración. De lo contrario, también él sufrirá las consecuencias de esa difusión del conocimiento: es decir, un menor conocimiento.
El 16 de agosto de 1972, un solitario buceador avanza por las transparentes cortinas del mar Jónico agitadas por el viento nello Ionio, di fronte a Riace Marina, su un fondo di circa otto metri, trecenti metri della riva. Aquél debió de ser un instante extático para ese hombre que, buceando en el gran silencio por entre los mudos pobladores del mar, sostenido por el elemento en el que se mueve, de repente ve surgir ante sí a esas dos grandes figuras oscuras, cubiertas de algas, de hierbas de mar y de conchas, y sin embargo figuras humanas. Unos hombres, sí, aunque de mayor tamaño, los rostros con los ojos muy abiertos, los brazos paralizados en un movimiento indefinido, unas figuras que no nadaban, sino que flotaban en las aguas, a la espera de este momento. El buceador avisa al doctor Giuseppe Foti, quien alerta a los carabinieri del Nucleo Sommozzatori di Messina. El atestado instruido contiene los elementos de esta asociación policíaco-arqueológica. Fueron hallados en el mar: due figure virili nude, stante, in origine armate di scudo e lancia, Ve secolo a. C.: dos figuras masculinas desnudas, en posición erguida, armadas originariamente de escudo y lanza, del siglo V a. C.En las primeras fotos, llama la atención la calma que irradian las dos figuras, como si hubieran pasado todo ese tiempo dormidas, mecidas en el gran lecho de la madre jónica. Eso se ha terminado. Hay algo absurdamente humano en la serie de fotos que recogen el proceso de restauración. Ocho años ha llevado el trabajo, ocho años de operaciones y tratamientos químicos con el objeto de convertir a los dos misteriosos colosos, afectados de peste y de cáncer de piel, en los dos héroes de bronce reluciente que he visto en la sala de al lado. El proceso ha sido retratado en imágenes. Se ve a las figuras yaciendo en el quirófano, rodeadas de hombres, más pequeños y posteriores, vestidos de blanco, que arremeten contra ellas con toda clase de instrumentos; ves un brazo de bronce extendido rozando una pared de azulejos con un grifo anacrónico, sigues el largo proceso de pulido (pulitura con vibratore meccanico), ves cómo la boca abierta vuelve a relucir, cómo emiten luz y resplandecen los dientes dorados.
Cees Nooteboom
El enigma de la luz
Un viaje en el arte
Cees Nooteboom recorre algunos museos buscando capturar en las obras de los grandes pintores aquello que alimenta nuestra alma con formas y colores: la belleza. En este libro el lector tiene el privilegio de intuir, gracias al diálogo permanente que nuestro especial guía mantiene consigo mismo, el enigma que subyace en toda obra artística. Nooteboom no es un historiador del arte ni pretende serlo. Él se deja llevar por la imaginación, no ofrece respuestas sino que plantea interrogantes. A través de los ojos del artista-escritor contemplamos, entre otras, las imágenes alegóricas medievales, los estudios de la naturaleza de Leonardo da Vinci, los autorretratos de Aert de Gelder o de Rembrandt, los interiores de Vermeer, los paisajes de Bruegel, los rostros sin ojos de De Chirico, la pasión por la masa geométrica de Piero della Francesca o las soledades de Hopper. Y finalmente, sin apenas darnos cuenta, empezamos a ver los cuadros como si fueran personas.
15 agosto 2021
15 de agosto
Por primera vez, ese año se festejó el 15 de agosto, día del nacimiento del primer cónsul, y ese aniversario eclipsó a todos los demás. Entre los escritos que llenaron las columnas de Le Moniteur había uno firmado por un gobernador de las costas de Francia encaradas a Inglaterra que se dirigía a Bonaparte asegurándole que Dios se había tomado un descanso después de crearlo. En fin, la bajeza minaba, cada día, todos los fundamentos de la dignidad humana. Se repartieron trajes a todos los empleados, desde los ujieres hasta los cónsules. Los miembros del Instituto llevaban atuendos bordados con ramas de olivo y, mientras que en Inglaterra ni los propios oficiales visten el uniforme más que en el regimiento, todos y cada uno de los subalternos lucía entonces en Francia un pequeño hilo de oro o de plata para distinguirse de los simples ciudadanos. Todos estos actos de vanidad en manos de un solo hombre preparaban el despotismo bajo la máscara de la monarquía, pues entonces la República ya no existía y la voz de los hombres ilustrados se reducía a pedir una monarquía limitada. Pero esta era todavía más incompatible con el carácter de Bonaparte que el ideal de los revolucionarios, pues prefería correr el riesgo de que le oprimieran antes que renunciar a la oportunidad de convertirse en opresor.
Madame de Staël
Diez años de destierro
Penguin Clásicos
«Las desgracias sufridas, por mucha amargura que me hayan causado, son poca cosa al lado de los desastres públicos de los que hoy somos testigos».
Escritas durante el destierro que Napoleón Bonaparte impuso a la autora, estas memorias registran con acuidad, ironía y elegancia los vaivenes sociales, políticos y militares de Europa durante el ascenso y apogeo del emperador francés. Diez años de destierro constituye, pues, una confesión íntima, sincera, hiriente e irónica, un retrato pormenorizado y muy personal de personajes, lugares y acontecimientos históricos de primer orden.
Abre el volumen la introducción de las docentes e investigadoras Julieta Yelin y Laia Quílez, quienes firman también la traducción y el minucioso aparato de notas que la acompaña. A modo de apéndice, además, se incluye el retrato literario que hizo Sainte-Beuve de la autora. Así, la presente edición permite el acercamiento a una autora con la que empezó a gestarse el Romanticismo, que, a la postre, había de calar hasta lo más hondo de la cultura occidental.