01 mayo 2021

1 de mayo (Primero de Mayo)

Los viernes por la tarde el taller de repente se quedaba solo, porque todos se iban de prisa a su casa. Las autoridades soviéticas por aquel entonces todavía respetaban las tradiciones locales y los sindicatos no impedían que los judíos celebráramos el sabbat como Dios manda. Mi madre y Sara cubrían con un mantel de lino blanco la mesa que nos hizo el carpintero Goldstein, mientras mi padre, aunque le era difícil dar con el pábilo, encendía las velas con mano temblorosa. Luego, como en un rápido trabalenguas, leía mecánicamente la oración. Nuestros dos flamantes militantes del Komsomol, con las manos en postura de oración, trataban de intercambiar risitas y guiños de ojo, pero la severa mirada de su madre les disuadía de sus actitudes ateas.

Puede que te parezca rara esta mezcolanza entre hasidismo y poder soviético, sin embargo, no descarto la posibilidad de que el viernes anterior el propio Karl Marx —a quien Kaplán encontró en Berdichev— hubiera encendido personalmente la menorá para la cena en compañía de Jenny. La neblina místico-religiosa en torno a la tarde sagrada del sabbat hacía tiempo que se había disipado, pero permanecía el rito popular, semejante al de los huevos pintados de Pascua en las viejas familias de comunistas, cuyos miembros seguro albergaban dudas con respecto a la Resurrección, similar también a las borracheras colectivas con motivo del Primero de Mayo —otra entrañable tradición soviética— en las que tampoco quedaba un gramo de religiosidad. Todas las tardes del sabbat nos visitaba mi querido cuñado trayendo una gran carpa que solo Dios sabía de dónde había sacado, o una bolsa de mandarinas georgianas que escaseaban por nuestras tierras. Por razones desconocidas ahora Samuel Bendavid figuraba en el censo como Samuel Davídovich Zwaßmann. Quizá se debiera a la patética aspiración de los antiguos desterrados en Siberia a que sus nombres dejaran de sonar tan judíos y aparentaran ser algo más rusos y revolucionarios. Razón por la que Leib Bronstein llegó a llamarse León Trotski. O tal vez fuera una estrategia propia de la clandestinidad, cosa que difícilmente explicaría la transformación de mi cuñado Bendavid en Davídovich, ni la de Weiß en Belov, de Silberstein en Serebrov, ni mucho menos la de Moisés Perlmann en Iván Ivánich. Por lo visto debe de haber otra explicación, pero no me concierne a mí buscarla. Y si me dejas continuar con mi relato, te diré que el exrabino venía muy a menudo acompañado por la camarada Ester Katz, que tímidamente pedía disculpas por no haber anunciado su visita. Yo veía con gran cariño a estas dos personas ya maduras, que habían dedicado sus mejores años y lo mejor de sí mismos a los demás, que desperdiciaron su juventud buscando con abnegación mesiánica las grandes verdades por los caminos laberínticos de los cielos y de la tierra, cuando estas verdades eran, en la mayoría de los casos, espejismos efímeros en el desierto o falsas monedas de oro que precisaban un solo invierno húmedo para oxidarse.

Angel Wagenstein
El Pentateuco de Isaac
Sobre la vida de Isaac Jacob Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias

Sobre la vida de Isaac Jacob Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias, así reza el subtítulo de esta novela en la que Wagenstein relata el periplo de un sastre judío de Galitzia (antiguo territorio del Imperio Austrohúngaro, actualmente dividido entre Polonia y Ucrania) durante la primera mitad del siglo XX.

Debido a los avatares políticos acaecidos en la Europa de la época, Blumenfeld, que nace siendo súbdito del Imperio Austrohúngaro, termina siendo austriaco no sin antes haber sido ciudadano de Polonia, la URSS y el Tercer Reich. Protegido de los caprichos de la historia por su humor, Isaac cuenta su paso por el ejército imperial y distintos campos de concentración con humor e ironía, diluyendo el evidente fondo trágico de su historia y convirtiéndola en un relato divertido y lúcido de las convulsiones que sacudieron Europa durante el siglo XX.

Tras una prestigiosa trayectoria como cineasta, Angel Wagenstein inició su carrera literaria a los setenta años con esta novela; desde entonces ha afianzado su prestigio en buena parte de Europa con numerosos galardones.

Plantas y flores

flores

30 abril 2021

30 de abril (El treinta de abril).

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón… No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. «Es el Príncipe de los poetas de Francia», repetía con fatuidad. «En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas».

El treinta de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una vindicación del hombre moderno.

—Lo evoco —dijo con una animación algo inexplicable— en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines…

Jorge Luis Borges
El Aleph

El Aleph narra el descubrimiento del personaje Borges de un objeto de objetos en la casa de su antigua amada Beatriz Viterbo. Esta esfera de dos a tres centímetros de diámetro en el sótano de una vieja casa en la calle Garay, Buenos Aires, es el espejo y centro de todas las cosas, en el cual todo confluye y se refleja, a la vez y sin sobreposición. La cantidad de alusiones es innumerable; bien podría ser el propio universo, como dice el narrador, pero también alude a la biblioteca, y, se dice, de forma irónica al Canto general de Neruda. Además recuerda, tanto en Carlos Argentino Daneri y en Beatriz Viterbo como en el descenso al sótano, a la Divina Comedia de Dante. (WIKIPEDIA)

Crimum asiaticum

Crimum asiaticum

29 abril 2021

29 de abril

El Retiro, el simbolismo del Ángel Caído y otros misterios
El Real Sitio del Buen Retiro fue edificado en el siglo XVII bajo el reinado de Felipe IV, para disfrutar de un lugar tranquilo, cómodo y bello donde poder retirarse cuando el monarca lo creyera oportuno. En 1630 se realizaron las primeras obras. Poseía palacio y jardines. Actualmente sólo quedan estos últimos. Consta de ciento cuarenta y tres hectáreas11 y posee varias entradas, como las de la calle de Alcalá, la puerta de la plaza de la Independencia y la de la calle de Alfonso XII (llamada también Puerta del Angel Caído). Si entramos por esta última atravesaremos un paseo que nos conducirá directamente al monumento dedicado a Luzbel, el Ángel Caído. Esta estatua fue inaugurada el 29 de abril de 1880 y aunque se dice que, por su temática, es única en el mundo, en realidad existe otra en la localidad de Tandapi (Ecuador).
La fuente fue diseñada por José Urioste y es obra del escultor madrileño Ricardo Bellver. Resultó premiada en la Exposición Nacional de 1870 y posteriormente fue adquirida por el Ministerio de Fomento.
Luzbel es el único personaje que aparece en el monumento, a excepción de la serpiente, que representa el pecado de la soberbia y que puede contemplarse enroscada en su brazo, pierna y torso. De esta forma lo inmoviliza. Los entendidos en arte afirman que la originalidad del Ángel Caído se encuentra en que Luzbel aparece solo.
Desde el punto de vista esotérico, Luzbel o Lucifer simboliza el conocimiento de lo arcano. Del griego proviene precisamente el nombre y su significado: el encargado de portar la luz. Lucifer se asocia al mito griego de Prometeo, que sustrajo el fuego de los dioses para acercarlo a los hombres.
Manuel Seral Coca, profesor de ocultismo en Barcelona, se refiere a este personaje del siguiente modo: «[...] Lucifer, o hacedor de Luz, es, en cambio, el impulsor ígneo en contraposición a la congelación y cristalización de Satán. Es la fuerza primordial que nos hace evolucionar, que nos empuja a lo alto. Es la fuerza generadora tanto en el sentido más primario como en el sentido de fuerza que impulsa la creatividad y la genialidad [...]».
En un principio estuvo colocada en este lugar la ermita de San Antonio de los Portugueses y posteriormente se situó aquí la Fábrica de Porcelana «de la China», para acabar convirtiéndose en el emplazamiento del Ángel Caído.

GUIA DEL MADRID MAGICO
Clara Tahoces

Madrid es una ciudad en la que se entremezclan grandes contrastes. De las prisas y el bullicio de la Gran Vía podemos trasladarnos al recogimiento y al silencio del Retiro en un día lluvioso, pero no por ello menos apetecible. De todo esto son conscientes tanto madrileños «gatos» como aquellos que lo son de adopción y que, por circunstancias de sus vidas, tuvieron que desplazarse a la capital. Estos últimos no ignoran que Madrid puede tornarse tanto hostil y hasta ermitaña como destaparnos su cara amable y hospitalaria. Los cambios se producen en un abrir y cerrar de ojos, con pasar de un barrio a otro, cruzando de una calle a la siguiente...

Crimum asiaticum

Crimum asiaticum

28 abril 2021

28 de abril

El sábado por la mañana, el 28 de abril, fue la última vez que escribí. Han pasado tres días desde entonces tan colmados de sucesos, de cosas increíbles, de imágenes, miedos, sensaciones, que no sé por dónde empezar, qué decir. Estamos con el agua al cuello, hundiéndonos cada vez más profundamente. El minuto de vida está encareciéndose. La tormenta está pasando por encima de nosotros. Hojas trémulas en el vórtice del torbellino, no sabemos adónde nos arrastrará.

Una eternidad ha sido el tiempo transcurrido desde el sábado. Hoy es martes y Primero de Mayo, y sigue habiendo guerra. Estoy sentada en el sillón, en la habitación que da a la calle. Ante mí tengo al señor Pauli echado en la cama, el realquilado de la viuda a quien han dado la baja en las milicias del Volkssturm. Apareció el sábado por la tarde por sorpresa, con un pedazo de 16 libras de mantequilla envuelto en una toalla bajo el brazo. Ahora está enfermo, tiene neuralgia.

El viento silba a través de las ventanas tapadas míseramente con cartón, tira violentamente de los trozos sueltos haciéndolos martillear, y deja penetrar la luz del día como si se tratara de la luz de una antorcha. Tan pronto hay luz como oscuridad en la habitación; hace un frío de muerte. Me he envuelto en una manta de lana y escribo con los dedos entumecidos por el frío, mientras el señor Pauli duerme y la viuda pulula por la casa buscando velas.

De fuera nos llegan sonidos rusos. Iván habla con sus rocines. Con los caballos son mucho más amables que con nosotros. Sus voces adquieren entonces acentos cálidos. Con los animales hablan en un tono verdaderamente humano. A veces ascienden vahos con olor a caballo. Tintineo de cadenas. En algún lugar hay alguien tocando el acordeón.

Echo un vistazo a través de los jirones de cartón de las ventanas. Abajo hay un campamento. En las aceras hay caballos, carros, cubos para abrevar, cajas con heno y avena, bostas de caballo aplastadas, boñigas de vaca. En el portón de enfrente hay una hoguera pequeña alimentada con sillas destrozadas. Hay Ivanes con chaquetones acolchados de algodón alrededor de la hoguera.

Me tiemblan las manos. Tengo los pies como el hielo. Anoche, una granada alemana hizo pedazos los últimos cristales que nos quedaban en casa. Ahora la vivienda está por completo a merced del viento del este. Menos mal que no estamos en enero.

Nos movemos con toda celeridad de un lado a otro entre las paredes agujereadas, escuchamos atemorizadas los sonidos que vienen del exterior, apretamos los dientes con cada sonido. La puerta trasera, rota y sin bloquear desde hace tiempo, está abierta. Continuamente pasan hombres corriendo por la cocina, por el pasillo y las dos habitaciones. Hace media hora entró un desconocido, muy terco, que me quería para él. Lo echaron. Gritó en tono amenazador: «Volveré».

¿Qué significa violación? Cuando escuché esa palabra en voz alta el viernes por la noche en el refugio, me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Ahora ya puedo pensar en su significado, la puedo escribir sin que me tiemblen las manos. La pronuncio para mí, para acostumbrarme a su sonido. Suena a lo más extremo imaginable, pero no lo es sin embargo.

ANÓNIMA

Para enterarse de lo que en realidad ocurrió en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, hay que preguntárselo a las mujeres. Y es que, entre las ruinas, los hombres demostraron ser el «sexo más débil». Así lo ve la autora de este libro, que vivió el final de la guerra en Berlín. Sus observaciones aparecieron publicadas por primera vez en Norteamérica en 1954, gracias a Kurt W. Marek, crítico y periodista, a quien la autora confió el manuscrito. Anagrama recoge, además del epílogo de Marek, una introducción de Hans Magnus Enzensberger. En este documento único no se ilustra lo singular sino lo que les tocó vivir a millones de mujeres: primero la supervivencia entre los escombros, sin agua, sin gas, sin electricidad, acuciadas por el hambre, el miedo y el asco, y, posteriormente, tras la batalla de Berlín, por la venganza de los vencedores.

Sonriures per a una tardor

Sonriures per a una tardor I MAKING OF AMERICA El cementiri d'Edgar Poe Aquí rau el seu cor  envoltat per la gespa verda  d'una esgl...