26 marzo 2021

26 de marzo

«La señora de Henry Burrage lo espera en su casa el miércoles por la noche, 26 de marzo, a las nueve y media.» Gracias al hecho de tener una tarjeta con estas palabras escritas, Basil Ransom pudo presentarse la noche indicada en casa de una señora de la que nunca antes había oído hablar. La relación entre efecto y causa no será completa, sin embargo, mientras se omita que la tarjeta tenía escritas en la esquina inferior izquierda las palabras «Hablará Verena Tarrant». Ransom tenía la impresión (debido al aspecto y aun a la fragancia de la tarjeta impresa) de que la señora Burrage era un miembro de la alta sociedad y fue muy grande su sorpresa al verse introducido en aquel ambiente. Se preguntó qué era lo que podía haber inducido a una señora de tal categoría a enviarle aquella invitación; luego se dijo que indudablemente había sido la misma Verena quien se lo había sugerido. Fuera quien fuese la señora Burrage, seguramente le habría preguntado si deseaba que algunos de sus amigos estuvieran presentes y ella habría asentido y lo habría incluido en el grupo selecto. Ella habría podido darle a la señora Burrage su dirección pues él había escrito una breve carta a Monadnoc Place tan pronto como regresó de Boston, en la que nuevamente le agradecía a la señorita Tarrant las horas encantadoras que había pasado en Cambridge. Ella no había respondido a su carta, pero la tarjeta de la señora Burrage era una respuesta excelente. Semejante misiva exigía una respuesta, y como respuesta subió al tranvía que en la noche del 26 de marzo lo depositaría en la esquina siguiente a la residencia de la señora Burrage. Casi nunca asistía a reuniones nocturnas (se podía decir que no conocía a nadie que las organizara, aunque la señora Luna había tratado de introducirlo en sociedad), y tenía la seguridad de que en esta ocasión se trataba de una reunión que no tenía nada en común con los «ejercicios» nocturnos celebrados en casa de la señorita Birdseye; pero él hubiera tolerado de buena gana cualquier inconveniencia social con tal de poder ver a Verena Tarrant en una tribuna. Se trataba de una tribuna evidentemente privada y no pública, ya que la admisión se obtenía por invitación y no por la compra de un billete. Él llevaba en el bolsillo la suya, dispuesto a presentarla en la puerta. Me llevaría algún tiempo explicarle al lector la contradicción; pero el deseo de Basil Ransom de estar presente en una de las actuaciones regulares de Verena no disminuía por el hecho de detestar sus puntos de vista y considerar todo el asunto como una indudable perversión. Ahora la comprendía muy bien (desde el día de su visita a Cambridge); había visto que era una muchacha honesta y sencilla. Corría por sus venas una sangre extraña, mala, de conferenciante, y tenía una idea falsamente cómica sobre la capacidad de las jóvenes para dirigir movimientos; pero su entusiasmo era de la más pura especie, sus ilusiones tenían una fragancia, y en cuanto a la manía de exhibirse a sí misma, le había sido inoculada por personas que se aprovechaban de ella para alcanzar fines que a Basil Ransom solo le parecían demenciales. Era una víctima ingenua y conmovedora, ignorante de las fuerzas perniciosas que la arrastraban a la ruina. Y con esta idea de ruina se asociaba en la mente del joven, aunque de una manera bastante oscura e incompleta, la de rescate. Estaba convencido de que el encanto de la muchacha era un don natural, y sus falacias, sus cosas absurdas, un mero reflejo de circunstancias infortunadas, que lo llevaba a tener que dominarse para poder observarla en aquella situación en la que menos le gustaba imaginarla. Tal contemplación le bastaba para saber que Verena era una persona a quien podía concederle un crédito en blanco de tierna compasión. Él esperaba sufrir… sufrir deliciosamente.

Henry James
Las Bostonianas,

Aparecida en 1886, Las bostonianas es uno de los títulos capitales de la obra de Henry James, que, con extraordinaria precisión y sutileza de matices, dibuja el juego de relaciones entre dos singulares psicologías femeninas en el marco de los movimientos sufragistas del Boston del último cuarto del siglo XIX.


Bajo la lluvia

bajo la lluvia

25 marzo 2021

25 de marzo

El 25 de marzo casi me atropella un coche en la calle Juan Bravo.

Venía andando con mi hermana Carolina desde el despacho de mi gestor financiero, de firmar unas facturas y de escuchar unas explicaciones laberínticas sobre formas de mejorar mis inversiones, menos mal que Carolina era muy lista y me evitaba tener que prestar mucha atención. Nos separamos porque ella tenía una cita y yo quería continuar estirando las piernas hasta la agencia de modelos para firmar un contrato. Después me vería con Elías en nuestro restaurante favorito, un marroquí con solo diez mesas y una lista de espera de casi un mes. Desde hacía un tiempo le costaba un poco salir de casa, decía que era donde mejor se cenaba y donde más relajado se encontraba, conmigo en el sofá quedándonos dormidos mientras veíamos la televisión. Solo le gustaba ir a las fiestas de su hasta ahora representante o a las exposiciones donde acudían críticos de arte. Creo que le parecía una pérdida de tiempo tener que ir hasta un restaurante para vernos los dos solos cuando podíamos vernos en casa, pero a veces lograba convencerle y me parecía que volvíamos al principio de nuestra relación, cuando podía pasarme una hora mirándole a los ojos entre un montón de gente.

La primavera comenzaba a asomar por fin con lluvias ligeras y sueltas como la de hoy. Había cambiado el abrigo por una cazadora de piel y un fular anudado al cuello con tres vueltas. Quizá el suelo estaba mojado. Quizá iba distraída y no esperé lo suficiente para cruzar la calle. No me di cuenta de que un coche venía hacia mí, y sobre todo no me percaté de las intenciones del conductor. De repente aceleró. Quería atropellarme. ¿Qué impulso, qué demonio le obligó a pisar el acelerador? Tuve que tirarme sobre la acera para que no me matara.

Clara Sánchez
El cielo ha vuelto

¿Puede una persona que se cruza por azar en nuestra vida decirnos algo que nos marque para siempre?

Patricia es una joven modelo de pasarela cuya vida parece marcada por el éxito. En un vuelo de trabajo conoce a Viviana, su compañera de asiento, que le advierte que tenga cuidado porque alguien de su entorno desea su muerte. Descreída y nada supersticiosa, cuando Patricia regresa a la felicidad de su hogar decide olvidarse de esta recomendación sin fundamento. Hasta que una serie de fortuitos accidentes, que afectan a su trabajo y a su vida privada, la llevan a buscar a Viviana para encontrar una explicación a estos sucesos.

Una intriga subyugante y sutil que nos habla del precio del triunfo y de cómo en ocasiones las personas más cercanas pueden ser las más dañinas.

Paseantes bajo la tenue lluvia

bajo la lluvia

24 marzo 2021

24 de marzo

La enemistad de Bonaparte y de Bernadotte venía de lejos: Bernadotte se había opuesto al 18 de brumario: posteriormente contribuyó, con conversaciones animadas y el ascendiente que ejercía sobre los espíritus, a esas discordias que llevaron a Moreau ante un tribunal de justicia. Bonaparte se vengó a su manera, procurando desacreditar a toda una personalidad. Tras el juicio de Moreau, le regaló a Bernadotte una casa, en la rue d’Anjou, que le había sido requisada al general condenado; por una debilidad entonces demasiado frecuente, el cuñado de José no se atrevió a rechazar esta munificencia poco honorable. Se hizo donación de Grosbois a Berthier. Tras haber puesto la fortuna el cetro de Carlos XII en manos de un compatriota de Enrique IV, Carlos Juan se opuso a la ambición de Napoleón; pensó que estaba más seguro teniendo como aliado a Alejandro, su vecino, que a Napoleón, enemigo lejano; se declaró neutral, aconsejó la paz y se propuso como mediador entre Rusia y Francia.

Bonaparte montó en cólera; exclamó: «¡Él, el miserable ese darme consejos a mí! ¡Quiere imponerme su ley! ¡Un hombre que todo cuanto tiene lo ha recibido de mi bondad! ¡Qué ingratitud! ¡Se va a enterar de cómo se acata mi voluntad soberana!» A raíz de estos accesos de violencia, Bernadotte firmó el 24 de marzo de 1812 el tratado de San Petersburgo.

No vale la pena siquiera preguntarse con qué derecho trataba Bonaparte a Bernadotte de miserable, olvidando que no era él, Bonaparte, de más alta cuna, ni tenía un origen distinto: la Revolución y las armas. Este lenguaje insultante no revelaba ni altura hereditaria del rango, ni grandeza de alma. Bernadotte no era en absoluto ingrato, porque no debía nada a la bondad de Bonaparte.

El emperador se había transformado en un monarca de antigua estirpe que se lo atribuye todo, que no habla más que de él, que cree recompensar o castigar declarándose que está satisfecho o descontento. Ni muchos siglos pasados bajo la corona, ni una larga serie de tumbas en Saint-Denis excusarían tales arrogancias.

Quiso la suerte traer de los Estados Unidos y del Norte de Europa a dos generales franceses al mismo campo de batalla para hacer la guerra a un hombre contra quien se habían juntado primero y que los había separado. Soldado o rey, nadie pensaba entonces que fuera un crimen querer derribar al opresor de las libertades. Bernadotte triunfó, Moreau sucumbió. Los hombres que desaparecen jóvenes son vigorosos viajeros; hacen deprisa un camino que unos hombres más débiles acaban a paso lento.

François-René de Chateaubriand
Memorias de ultratumba

Epopeya extraordinaria de unos tiempos convulsos que François de Chateaubriand vivió como testigo y protagonista, las “Memorias de ultratumba” son un documento literario atemporal. Melancólico y desengañado, aristócrata que presenció la Revolución Francesa, que viajó a la joven República americana y conoció el esplendor y la falsía del Imperio napoleónico, así como la Restauración, Chateaubriand fue un hombre polifacético, hábil y vehemente, cuyas “Memorias” —«un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos»— nacieron como confrontación personal con la Historia, como revancha contra el tiempo. Un escritor maravilloso y de culto capaz de construir, como el profesor Fumaroli dice en el prólogo redactado para esta edición, «una reflexión profunda, de una actualidad sobrecogedora y de un alcance universal, sobre la era democrática inaugurada por la Revolución Americana y por la Revolución Francesa, sobre las grandes esperanzas que ella hizo nacer, sobre los peligros que llevaba en germen, y sobre las pruebas insólitas a las que exponía, en su expansión mundial, la libertad y la humanidad misma del hombre.»


Paseo bajo la lluvia

bajo la lluvia

23 marzo 2021

23 de marzo

Avanzando hasta la puerta de Atocha, sobre la eminencia de San Blas, están el Campo Santo o cementerio y El Observatorio Astronómico. La vista de Madrid es buena desde allí. El edificio de ladrillo y granito, con cúpula y pórticos, fue construido para Carlos III por Juan Villanueva. Al sur se encuentra un vestíbulo corintio. El observatorio fue diseñado a imitación de un templo jónico. Este edificio dedicado a la ciencia fue completamente destripado por los invasores, que pusieron en él cañones en lugar de telescopios. Según su Brillat Savarin, el mortal que descubre un nuevo plato hace más por la felicidad de la humanidad que el que descubre una nueva estrella, aforismo gastronómico que Murat, que había sido camarero en un restaurante, comprendía muy bien y de acuerdo con él actuaba. Fernando VII hizo restaurar los destrozos sólo en parte; y es que la astronomía, delicia de los árabes, nunca ha prosperado entre los españoles, cuyo afecto se concentra en las cosas inferiores, es decir, de la tierra y terrenales. Bajo la colina está el convento de Atocha, fundado en 1523 para los dominicanos por Hurtado de Mendoza, confesor de Carlos V. Fue enriquecido por una sucesión de piadosos príncipes. Los techos fueron pintados por Lucca Giordano y las capillas llenadas de vasijas de oro y plata. Todas éstas fueron robadas y todo lo demás profanado y pillado por los invasores; y Fernando VII, a su vuelta, empleó a un cierto Velázquez (ni santo ni artista) para que lo reconstruyera. La parte conventual ha sido convertida desde entonces en cuartel.

En la capilla está la famosa Virgen, el paladión de Madrid y protectora especial de la real familia, que siempre la veneró los domingos. De esta manera, Fernando VII, cuando conspiraba contra sus padres, se inclinó primero ante la imagen y mendigó su ayuda. Y también cuando fue secuestrado por Savary, antes de salir para Bayona, tomó la cinta de la Inmaculada Concepción que llevaba al pecho y la colgó en el de la imagen. Y después de su restauración, lo primero que hizo al llegar a Madrid fue arrodillarse ante ella y darle las gracias por haber intercedido dándole la libertad. De la misma manera, su antecesor, Alonso VI, en 1083, en la primera reconquista de Madrid, puso su bandera a sus pies. Fernando ha sido puesto en ridículo por los que no saben nada de España y los españoles, por haber, durante su cautiverio en Francia, bordado una saya para la imagen (lo cual él no hizo, aunque sí su tío Antonio). Y, sin embargo, la noticia les llegó al corazón a todos los mariólatras, que honraron a un rey que mostraba ser el reflejo mismo de ellos. Y así, ante esta tutelar local, su viuda, Cristina, se inclinó el 23 de marzo de 1844, antes de entrar en Madrid a su regreso a España; no hizo tal cosa, sin embargo, en Barcelona, donde rezó ante Santa Eulalia, patrona de esa ciudad.

Esta Virgen suplanta en cierto modo a San Roque, el Esculapio español. Es la Minerva médica, la Αθηνη ύγιεια, a quien recurre la facultad médica cuando el soberano está peligrosamente enfermo y los médicos se ven impotentes, cosa que suele ocurrir, particularmente, en Madrid. Así vemos que Bassompière, en su parte del 27 de marzo de 1621, describe la enfermedad de Felipe III: «Les médécins en désesperent, depuis ce matin que l’on ha commencé a user des remedes spirituels, et faire transporter au palais l’image de N. D. de Athoche». El paciente murió tres días después de ser llamada la imagen a palacio, ubi incipit theologus desinet medicus.

Richard Ford
Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa. Madrid
Manual para viajeros por España y lectores en casa - 3

Existe una abundante bibliografía de libros de viajes por España. Pero ninguno ha alcanzado el prestigio y la justa fama que con los años ha ido ganando el que ofrecemos ahora, por primera vez en castellano, al público español. El «Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa» constituye la segunda entrega de lo que será la edición completa del famoso manual de Ford («Manual para viajeros por España y lectores en casa»), publicado por primera vez en Londres en 1845.

Bajo el discreto título de «Manual» se esconde el más completo, más original, más profundo y mejor escrito entre los numerosos libros producidos por los viajeros románticos.

Richard Ford, hombre de cultura extraordinaria y estupendo escritor, además de dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer. Instalado en Sevilla y en la Alhambra, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. Su presente obra es más que un libro de viajes y más que un fresco impresionante y vivísimo de la España romántica: por sus extraordinarias dotes de escritor ha pasado a ocupar un sitio en la historia de la literatura inglesa.

La presente edición se acompaña de numerosas reproducciones de dibujos del propio Richard Ford y de grabados de David Roberts.


Sonriures per a una tardor

Sonriures per a una tardor I MAKING OF AMERICA El cementiri d'Edgar Poe Aquí rau el seu cor  envoltat per la gespa verda  d'una esgl...