12 diciembre 2020

12 de Diciembre

Orbajosa 12 de Diciembre 

«Una sensible noticia tengo que dar a usted. Ya no tenemos penitenciario, no precisamente porque haya pasado a mejor vida, sino porque el pobrecito está desde el mes de Abril tan acongojado, tan melancólico, tan taciturno, que no se le conoce. Ya no hay en él ni siquiera dejos de aquel humor ático, de aquella jovialidad correcta y clásica que le hacía tan amable. Huye de la gente, se encierra en su casa, no recibe a nadie, apenas toma alimento, y ha roto toda clase de relaciones con el mundo. Si le viera usted no le conocería, porque se ha quedado en los puros huesos. Lo más particular es que ha reñido con su sobrina y vive solo, enteramente solo en una casucha del arrabal de Baidejos. Ahora dice que renuncia a su silla en el coro de la catedral y se marcha a Roma. ¡Ay! Orbajosa pierde mucho perdiendo a su gran latino. Me parece que pasarán años tras años y no tendremos otro. Nuestra gloriosa España se acaba, se aniquila, se muere».

Benito Pérez Galdós 
Doña Perfecta 

Anguila de mazapán

 Día de Navidad de 2013

11 diciembre 2020

11 de Diciembre

Considerando el Almirante la desdicha de los cristianos perdidos, y la mala suerte que tuvo tanto en el mar como en aquel país, pues una vez perdió la nave y otra la gente y la fortaleza, y que no lejos de allí había lugares más cómodos y mejores para poblar, el sábado, a 7 de Diciembre, salió con su armada, yendo hacia Levante, y llegó, a la tarde, no lejos de las islas de Monte Cristo, donde echó anclas. Al día siguiente, pasó, frente a Monte Cristo, por las siete islillas bajas que hemos mencionado, que si bien tenían pocos árboles, pero, no sin belleza, porque en aquella estación, que corría el invierno, encontraron flores, y nidos, unos con huevos, otros con pajarillos, y todas las demás cosas propias de verano. 

De allí fue a dar fondo a un pueblo de indios, donde con propósito de edificar un pueblo, salió con toda la gente, los bastimentos y los artificios que llevaba en su armada, a un llano junto a una peña en la que segura y cómodamente se podía construir una fortaleza. Allí fundó una villa, a la que dio el nombre de La Isabela, en memoria de la Reina Doña Isabel. Muchos juzgaron bueno su sitio, porque el puerto era muy grande, aunque descubierto al Noroeste, y tenía un hermosísimo río, tan ancho como un tiro de ballesta, del que se podían sacar canales que pasaran por medio de la villa; además, se extendía cerca una muy ancha vega, de la que, según decían los indios, estaban próximas las minas de Cibao. Por todas estas razones, fue tan diligente el Almirante en ordenar dicha villa, que juntándosele el trabajo que había sufrido en el mar con el que allí tuvo, no sólo careció le tiempo para escribir, según su costumbre, diariamente lo que sucedía, sino que cayó enfermo, y por todo ello interrumpió su Diario desde el 11 de Diciembre, hasta el 12 de Marzo del año 1494. En cuyo tiempo, luego que tuvo ordenadas las cosas de la villa lo mejor que pudo, para las de fuera, en el mes de Enero mandó a Alonso de Hojeda con quince hombres, a buscar las minas de Cibao. Después, a 2 de Febrero, tornaron a Castilla doce navíos de la armada, con un capitán llamado Antonio de Torres, hermano del aya del Príncipe don Juan, hombre de gran prudencia y nobleza, de quien el Rey Católico y el Almirante se fiaban mucho. Este llevó prolijamente escrito cuanto había sucedido, la calidad del país, y lo que era necesario que allí se hiciese.

Fernando Colón
Historia del Almirante
Crónicas de América

¡A trabajar!

 Mañana comienza el trabajo

10 diciembre 2020

10 de diciembre

A las seis de la mañana del día 10 de diciembre, en un lanchón de Benolié, se dirigió al bergantín, y a las seis y media zarpó con viento fresco, dejando al poco rato de verse Gibraltar y las costas de África. 

Aviraneta, que llevaba unos días sin dormir bien, quizá por el medio mareo que padecía o porque bebió un poco de vino, se echó en la cama, y no despertó hasta el día siguiente, a las once. 

Al salir vestido a cubierta, sir John, el capitán, comenzó a reír al verle, y le dijo: 

—Usted es un lobo de mar, cuando ha podido dormir con el huracán tan terrible que hemos tenido. 

Al tercer día de tormenta, antes de meterse en la cama, agarrándose a lo que pudo, llegó a la cocina y comió algún fiambre. Desde la salida de Gibraltar no se había podido encender la cocina. 

Al día siguiente llegaron a la isla de Porquerolles, donde anclaron. Se compraron víveres, se encendió la cocina, y comieron por primera vez caliente y de manera espléndida. 

A medianoche se hicieron a la vela con tiempo hermoso, y a los doce días de dejar las costas de Francia estaban a la vista de Alejandría. 

Por la mañana, al amanecer, se levantó don Eugenio de la cama, y se asomó a la borda. No se veía más que la costa baja, amarillenta, iluminada por el sol; la ciudad, vagamente, y la columna de Pompeyo, que se destacaba con claridad.

Pío Baroja 
Aviraneta o la vida de un conspirador

Vitola

 vitolas

09 diciembre 2020

9 de diciembre

La noche fue espantosa. En su delirio Harbert decía cosas que partían el corazón de sus compañeros. Divagaba, luchaba contra los presidiarios, llamaba a Ayrton, suplicaba a aquel ser misterioso, a aquel protector, que ya había desaparecido y cuya imagen lo obsesionaba… Después volvió a caer en una postración profunda, que lo aniquilaba… Muchas veces Gédéon Spilett creyó que el pobre joven había muerto. 

El día 8 de diciembre no fue más que una sucesión de desmayos. Las manos enflaquecidas de Harbert se crispaban asiendo las ropas de la cama. Se le administraron nuevas dosis de corteza machacada, pero el periodista no esperaba ningún resultado. 

—Si antes de mañana no le hemos dado un febrífugo más enérgico, Harbert morirá. 

Llegó la noche, la última sin duda de aquel niño valeroso, bueno, inteligente, tan superior a su edad y a quien todos amaban como a un hijo. El único remedio que existía contra la terrible fiebre perniciosa, el único específico que podía vencerla, no existía en la isla Lincoln. 

Durante aquella noche del 8 al 9 de diciembre, Harbert tuvo un acceso de delirio más intenso. Tenía el hígado horriblemente congestionado, el cerebro atacado y ya era imposible que conociese a nadie. 

¿Viviría hasta la mañana siguiente, hasta ese tercer acceso que debería indudablemente causarle la muerte? No era probable. Sus fuerzas estaban agotadas y en el intervalo de la crisis se encontraba como inanimado. 

Hacia las tres de la mañana, Harbert dio un grito espantoso y pareció retorcerse en una terrible convulsión. Nab, que estaba a su lado, se asustó y fue al cuarto inmediato donde se hallaban sus compañeros. 

Top en aquel momento ladró de un modo extraño… 

Todos entraron inmediatamente y lograron sujetar en la cama al joven moribundo, que quería arrojarse fuera de ella, mientras Gédéon Spilett, teniéndole el brazo, observaba que iba subiendo poco a poco el pulso… 

Eran las cinco de la mañana. Los rayos del sol comenzaban a penetrar en los cuartos del Palacio de granito. Se anunciaba un hermoso día y aquel día iba a ser el último del pobre Harbert. 

Un rayo de luz llegó hasta la mesa, situada cerca del lecho. 

De repente Pencroff dio un grito y mostró un objeto que había sobre la mesa… 

Era una pequeña caja oblonga, en cuya tapa estaban escritas estas palabras: Sulfato de quinina.

Jules Verne 
La isla misteriosa 
Viajes extraordinarios

¡A volar!