02 mayo 2008

Las afueras: entre árboles del paraíso

entre árboles del paraíso

VÍSPERAS por Álvaro Cunqueiro

En el dorado atardecer tocan a vísperas las campanas de la Catedral, las de la Concepción, las de los Picos. Tocan al oficio y a la vez al mañana, que será otro día, imprevisible jornada. A la busca y captura de la fábula y el signo de nuestro tiempo nos pone este toque a vísperas, estas impacientes campanas que despiertan las últimas horas de la tarde «Impaciencia, inseguridad»... «Mundo iste habet noctes suas, et non paucas», decía San Bernardo en su claro valle: lo decía, pienso yo, oyendo tocar a vísperas las dulces, argentinas campanas de su abadía, viendo irse el sol tras las colinas azules, caminando hacia la fuente aquella, cuya agua, trocada en riachuelo, socavaba el camino, tal que cada año había que hacer uno nuevo. Como este otro sobre el que bate el mar.
Una jornada veraniega no es propicia al rigor filosófico; lo sé. El mar ha devorado varios trozos del camino que llevaba al acantilado. Las olas golpean el farallón, y lo desconchan, abriendo cuevas y descalzando el muro. Todo el camino será devorado. La idea que uno tiene por los libros es que nada devora ya nada en la superficie de la tierra. Creo que todo el sentido de la civilización moderna pende de esta sensación de inmunidad contra la desaparición de lo construido. Esta carretera, esta lengua, esta ciudad, no pueden llegar al olvido y a la muerte. Este mundo, más o menos, permanecerá. Parece, a primera vista, que viven muchas cosas y mueren pocas en este planeta, ya tan habitado y viajado. La carretera Lugo-La Coruña será ancheada, transformada en una autopista, pero de Lugo a La Coruña irán las gentes y Lugo y La Coruña existirán por los siglos de los siglos. Timgad, Palmira, Salóbriga o Bretóbriga, son casos pasados, y ya no se dan en nuestros días... La verdad, no obstante, es que mueren muchas cosas, muchas más que las que pretenden vivir. Como en cualquier mitología de caverna, es probable que las únicas fuerzas permanentes son aquellas que desgastan, devastan y devoran sobre el haz de la tierra. La historia es un largo proceso de antropofagia, porque resulta, al fin y a la postre, que nadie ha devorado a nadie. Y menos que nadie, el tiempo, con mayúscula o sin ella.
La mayor seguridad de permanencia parece darla a la civilización moderna la densidad actual de población en el universo mundo. Esta densidad falla en punto a la variedad. Dicen que quedan en el mundo, por ejemplo, setenta mil armenios. Los árabes mataron el año 1940, según Saroyan, setenta y dos armenios en una emboscada. Hay setenta y dos armenios menos. A una idea antigua, importaría la conservación de esos setenta mil armenios escasos; a la idea moderna de civilización, importan más, mucho más, esos tres o cuatro millones de norteamericanos que han nacido últimamente; con lo cual se aumenta la tendencia al olvido, creada y sostenida por la civilización moderna: «La Humanidad pretende ser devorada de una sola vez» leí en Whitehead. ¿A tales vísperas tocan ahora esas presurosas campanas?
Las cosas, como siempre, marchan. Un día de verano parece, incluso, que marchan mejor. Dentro de cinco o seis años habrá que llegar por otro camino a los acantilados. Ya no quedarán más que cincuenta mil armenios. Los árabes tenderán emboscadas. Y las arenas correrán como viento bajo los cascos nerviosos de los corceles... ¿Un viento negro y púrpura como el que galopan los caballos en las batallas de Paolo Uccello?
Le llaman Uccello a Paolo di Dono porque gustaba de pintar pajarería coloreada. Pero el señor Paolo Uccello, que es uno de los máximos geómetras de la pintura, además de pájaros pintó las mayores batallas de que hay noticia. Algún erudito podrá averiguar los nombres de los caudillos y las enseñas de los soldados de sus batallas maestras. Yo le digo por anticipado que se equivoca. Lo he meditado bien. No pertenecen las batallas de Uccello a la historia militar del mundo: son batallas de la guerra futura. Una selva de lanzas amarillas, negras, rojas, de trompetas doradas, de penachos de insólitos colores; una ola o piedra en fusión, de corazas de plata, de soldados de acero precipitándose en la lucha: caballos azulnegro, verde oliva, rojinegros, unidos, en una explosión de metal, a un ímpetu ciclónico, arrollador. Son batallas inhumanas, batallas de la guerra futura. Se piensa en terribles «robots», en ciegos soldados mecánicos. Paolo Uccello es el pintor de la guerra futura. Vassari dice de él que fue uno de los primeros en pintar pájaros y paisajes. Sí, y el Diluvio Universal, en Santa María Novella, en la primavera de Florencia. Estas batallas de Paolo di Dono son las batallas de después del Diluvio Universal, de después de todos los diluvios. Son las batallas de la última hora de la Humanidad, de los hombres sin sangre en las venas, sin sol en los ojos, sin canciones en los labios. ¿Quién canta estancias del Ariosto yendo para batallas tales? ¿Qué Garcilaso de la Vega va a estas guerras con un emperador cristiano? ¿Qué Pedro Madruga madruga para tales cabalgadas? En el real aquel de la colina, con su coraza de llanto, sus armas de fuego frío y toda su falería de pecados, está Satanás esperando la última hora del hombre, que cabalga aquí a lusco de crepúsculo, sin ángel de la guarda... Sólo les falta a los armenios que quedan que en vez de los árabes, les pongan punto final unos «robots»...
Han tocado a vísperas las campanas de la Catedral, las de la Concepción, la de los Picos. El sol se va tras los montes de Este y del valle asciende a las más altas cumbres y a la creciente luna, una oscura, tibia, olorosa noche. Sobre el antiguo y amado Padornelo, enciende sus candelabros el lucero de la tarde.

“Vísperas” es un artículo de Álvaro Cunqueiro

01 mayo 2008

Valdemoro: las afueras

1 de mayo. Las afueras: en un campo florido

La poesía, señor hidalgo...

"La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y, así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doime a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es esta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya. Pero vuestro hijo, a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso, y aun en esto puede haber yerro, porque, según es opinión verdadera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta, y con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: «Est Deus in nobis», etc. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que solo por saber el arte quisiere serlo: la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama, que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada y así le adornan, honran y engrandecen como las mitras a los obispos o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas; pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele, porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honradas y adornadas sus sienes."
Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Capítulo XVI. Por Miguel de Cervantes

30 abril 2008

Cruce de ajenos destinos

desconocidos

Mañana de mayo
al campo salí
a coger flores
de mayo y abril.
-Yo soy la viudita
del conde Laurel
que quiero casarme
y no tengo con quién.
-Si quiere casarse
y no tiene con quién,
elija a su gusto
que aquí tiene quién.
-Elijo a Conchita
por ser la más bella,
la blanca azucena
que adorna el jardín.

29 abril 2008

Adagio de Albinoni en la plaza de Felipe II

adagio de Albinoni en la Plaza de Felipe II

A dormir va la rosa (canción de cuna)

A dormir va la rosa
de los rosales;
a dormir va mi niño
porque ya es tarde.

Mi niño se va a dormir
con los ojitos cerrados,
como duermen los jilgueros
encima de los tejados.

Este niño tiene sueño,
muy pronto se va a dormir;
tiene un ojito cerrado
y otro no lo puede abrir.

Serie: azulejos