He venido aquí por voluntad propia. No me han cargado en ningún tren. No me han llevado a palos hasta aquí. Llego veinte años demasiado tarde.
Rejas de hierro en las pequeñas ventanas del crematorio. A un lado, una pesada puerta corroída, colgando torcida de los goznes, y dentro un frío húmedo. Un suelo de losas agrietadas. A la derecha, una cámara con un gran horno de hierro. Raíles que llevan hacia el horno, y en ellos un vehículo metálico en forma de abrevadero, de la longitud de una persona. En el sótano dos hornos más, con los vagones-ataúd en sus raíles, las puertas de los hornos muy abiertas, dentro un polvo gris, en uno de los vagones un reseco ramo de flores.
Sin pensamientos. Sin más impresión que la de que me encuentro aquí solo, que hace frío, que los hornos están fríos, que los vagones están parados y herrumbrosos. De las paredes negras mana humedad. Allí se abre una puerta. Lleva a la sala contigua. Una sala alargada, la mido con mis pasos. Veinte pasos de largo. Cinco pasos de ancho. Las paredes encaladas y desconchadas. El suelo de cemento desigual, lleno de charcos. En el techo, entre las macizas vigas, cuatro aperturas en la gruesa piedra, dispuestas en forma de tablero de ajedrez, tapadas con madera. Frío. El aliento que me sale de la boca. Fuera, lejanas voces, pasos. Camino despacio por esta tumba. No siento nada. Sólo veo este suelo, estas paredes. Compruebo: por las aberturas del techo se arrojaba el producto granuloso que en el aire húmedo despedía su gas. En un extremo de la sala una puerta de acero con una mirilla, y detrás una corta escalera que lleva al aire libre. Libre.
Allí está una horca. Una caja de planchas con una trampa que se abre hacia adentro, y encima el poste con la viga horizontal. Un letrero dice que allí fue ahorcado el comandante del campo. Cuando estaba de pie encima de la caja, con la cuerda al cuello, pudo ver, tras la doble alambrada, la avenida principal del campo, bordeada de álamos.
Subo por la rampa hasta el techo del crematorio. Las tapaderas de madera, recubiertas con lona alquitranada, pueden abrirse. Debajo está la mazmorra. Sanitarios con máscaras de gas abrían los botes verdes de latón, vertían el contenido encima de las caras vueltas hacia arriba y cerraban rápidamente las tapaderas.
Peter Weiss. ‘Informes’. 1964